Soy
mujer pero, ante todo y, sobre todo, soy persona y, por ello, cualquier tipo de
mutilación me parece una salvajada propia de la época de las cavernas. La
agresión, el daño, la lesión a otra persona en nombre de una fe o como castigo
a una falta o delito es, obviamente, una deplorable reminiscencia del código de
Hammurabi, adecuada, hace un par de milenios, a sociedades en las que la vida
humana y la integridad física tenían poco o nulo valor. Pero, hoy en día, no
sólo suponen una violación de los derechos humanos sino un acto gratuito y sin
sentido que no tienen el efecto disuasorio que justifica su aplicación.