El futuro de un pueblo se refleja en el brillo en los ojos de sus
niños, en el volumen de sus risas, en el revoloteo de su juego incesante y en
el silencio cuando llega su reposo nocturno. El futuro de un pueblo respira con
el primer llanto de un bebé y crece con cada uno de sus pasos, con cada uno de
sus tropiezos, con cada nueva sonrisa al salir del sol. El futuro de un pueblo
se encuentra en su respiración sosegada cuando duerme o en el metralleo
incesante de sus preguntas curiosas mientras está despierto. El futuro de un
pueblo es el esfuerzo que la sociedad desarrolla por cuidar a sus pequeños con
la mejor sanidad posible, por educarlos fomentando su conocimiento, por
protegerlos de todo aquello que puede perturbar su inocencia. Porque, una vez
que se pierde la inocencia, se pierde la infancia para no regresar. Y la
infancia es el tesoro más valioso que un ser humano tiene. El futuro
de un pueblo es lo más precioso y difícil de cuidar y lo que antes sucumbe
cuando los adultos se olvidan de que nada hay más importante que la vida, la
paz y la libertad enzarzándose en guerras absurdas y de larga duración que
nunca terminan con un vencedor ni justifican ninguna causa.