Parece que la rebelión contra las medidas racistas y xenófobas del actual
Presidente de EEUU acaba de dar el primer varapalo judicial
a su veto migratorio. Un varapalo que éste ha intentado
remediar mediante la presentación de un recurso ante un tribunal de
apelaciones, el cual, sin embargo, no ha dudado en sentenciar un segundo revés
para el flamante nuevo Presidente. Algo que, sin duda, no frenará sus embates
contra los emigrantes, sobre todo, los provenientes de los siete países que él
considera nido de terroristas islamistas, a saber, Libia, Iraq, Irán, Siria,
Yemen, Somalia y Sudán.
Donald Trump considera, y está
en su derecho, que la mayor parte de los terroristas islamistas vienen de esos
países y que, por lo tanto, impedir la entrada de cualquier ciudadano de los
mismos, sea cual sea su circunstancia, género, edad o condición, es la mejor
manera para prevenir ataques en EEUU. Unos ataques que desde el 11 de septiembre
de 2001 se han convertido en una obsesión nacional. Por lo que vetar la entrada
resulta la medida más simple y eficaz para lograr una mayor sensación de
seguridad. Da igual que se vulnere una serie larga de Derechos Humanos, da
igual que se contravenga una serie de Convenciones Internacionales, da igual y,
esto es lo verdaderamente relevante, que sea una medida inhumana e injusta, si
como él cree, el fin justifica los medios. Suponiendo que logre que el veto
migratorio logre triunfar en el previsible próximo asalto en el Tribunal
Supremo y que, decenas de miles de personas no puedan iniciar una nueva vida en
paz en suelo norteamericano, la duda está en cuál será la siguiente medida antiterrorista.
Porque, obviamente, Trump no va a conformarse con hacer que su país se blinde
contra todo aquello que no huela a blanco, anglosajón y protestante o, en todo
caso, cristiano, ya sea impidiendo la entrada mediante vetos o mediante la
construcción de muros como el que quiere que costee, su vecino del sur.
Trump no tardará e
implementar las políticas que más beneficien a sus afines de las grandes
corporaciones norteamericanas. Y ello supone, inevitablemente, intervenir en el
exterior. Porque está muy bien dedicarse a proteger la producción y el mercado
interior pero si no se da salida a los productos en el extranjero el excedente
acabará lastrando la economía. Además, también se precisan bienes y servicios
foráneos. Y es que defender el proteccionismo puede ser muy rentable para
captar a esa parte del electorado que ha perdido su empleo o su poder
adquisitivo pero, la realidad de la macroeconomía es muy distinta. En un
mercado globalizado donde la tecnología va supliendo la mano de obra y las
comunicaciones ocupan un espectro cada vez mayor de la economía no se puede
permanecer aislado. Y Trump no se ha caracterizado por haber hecho amigos hasta
ahora, a excepción, quizás de Theresa May, la británica que tiene
que deglutir la “patata caliente” del Brexit sin que la economía de su país
sucumba y necesita más que nunca del aliado norteamericano y de Putin, tan megalómano y
aspirante a dictador como él mismo.
Por lo pronto ya ha
comenzado amenazando al enemigo número uno de occidente, Corea del Norte y también ha
lanzado serios avisos a al país que, con tanto esfuerzo y mano izquierda Obama
había logrado atraer al redil, Irán. Puede que las malas relaciones con estos
dos países tengan pocas repercusiones en la política y economía interior pero,
otra cuestión es la balanza comercial con el extranjero. A partir de ahora,
donde tendrá que pisar con pies de plomo es, sin duda, en Europa, la región de
Asia - Pacífico y Oriente Próximo. Y no ha empezado con mucho tacto que
digamos.
Le guste o no a
Trump, el avispero de Oriente Próximo es el problema exterior más importante y
con más trascendencia para el devenir de Occidente en los próximos años. Obama
intentó distanciarse de los conflictos en esta región sin éxito. Al final tuvo que
claudicar e, incluso, llegar a un semi-acuerdo de no agresión con Rusia para
atacar al enemigo común en Siria: Daesh. La tibieza de Obama y su reluctancia a
actuar han permitido que, por ejemplo, la guerra civil en Siria se haya dilatado
tanto en el tiempo. Por otra parte, la retirada de las tropas norteamericanas
de Iraq, imprescindible para recortar gastos en un momento de grave crisis
económica en EEUU, desestabilizó el país y facilitó la entrada de Daesh en el
tercio norte con el horror consiguiente. Puede que Trump se alíe a Putin en su
apoyo a Bashar lo que sentenciaría para siempre la suerte de Siria, un país cuya mayoría
ha intentado lograr la libertad a un precio altísimo para encontrarse con que
las inercias de décadas de dictadura y los intereses estratégicos de otros
países han primado sobre sus derechos. También puede que en el país vecino, en
Iraq la minoría sunita recupere un poco de peso frente al dominio actual chiíta
y la creciente influencia iraní. Pero, haga lo que haga sí que producirán
efectos y muy importantes.
Por eso, desde erradicar a Daesh de Iraq,
Siria y Libia, a recuperar el ascendiente en Iraq frente a Irán, pasando por,
quizás, un apoyo más decidido y público a Israel y determinar el status con
Arabia Saudita y los países del Golfo así como aclarar la política con Turquía,
a Trump se le amontonan los frentes en Oriente Próximo. Sobre todo, desde su
perspectiva de líder mundial. Porque, el origen del problema migratorio de
Oriente Próximo, que tanto le ocupa y preocupa, la raíz del terrorismo
islamista que la política exterior norteamericana inició con su nefasta
intervención en Afganistán no se soluciona impidiendo la llegada de emigrantes
a su territorio sino solventando las guerras e injusticias en todos esos países
en los que EEUU ha intervenido: Iraq, Irán, Libia, Siria, Somalia, Sudán y
Yemen. Curiosamente, los países a cuyos nacionales no quiere ver en su
territorio.
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