LA POLÍTICA O EL TEATRO DE LO ABSURDO.
Resulta inevitable
hacer referencia a lo acontecido esta semana aunque, el tedio por lo
descorazonadores que son los acontecimientos, imponga cierta reluctancia a la
conversación. Así que, cuando mi amiga comentó que lo sucedido no era más que una
representación teatral, tardé unos segundos en reaccionar porque mi cerebro
voló a más de dos mil años atrás, a una época en la que los atenienses (varones,
libres y mayores de 20 años, claro,) se presentaban en un foro abierto y expresaban
su opinión con la máxima elocuencia y, supongo, con gran gestualidad para
convencer a sus oyentes. Volé a la
Roma republicana y, me imaginé sentada en uno de los fríos
bancos de mármol de Carrara, escuchando con atención la arenga del senador en
uso de la palabra, máximo representante de la civilización y la
cultura de su tiempo, observando, quizás con escepticismo, quizás con
fascinación, la expresión de su rostro, el movimiento de sus manos, sus pasos hacia
uno y otro lado en un intento por acercarse a los indecisos y convencerles con
la mirada. Mi mente obvió los tiempos oscuros de la
Edad Media para ocupar un escaño en el
parlamento británico digamos, a mediados del siglo XIX, y asistir, muy
probablemente con tedio, el vacuo relatorio de un “lord” que buscaba aglutinar
apoyos para acceder a un puesto en el gobierno.
Y, de repente,
regreso a la cruda realidad de la retransmisión televisiva del último debate en
el Parlamento Gallego preguntándome cuál es la obra que se está representando.
Y es que mi amiga tiene razón, al menos, la sesión del miércoles pasado fue
“puro teatro”. Un teatro burdo, chabacano, indigno de la segunda década del
siglo XXI, improcedente en el estado actual de nuestra Comunidad Autónoma, de
nuestro país, de nuestra Unión Europea. En el que, “y tú más”, primó sobre el
debate que importa: cómo solucionar los problemas de los ciudadanos.
No
me siento representada por ninguno de los políticos en ejercicio en este
momento, como tampoco me siento protegida en mis derechos ni defendida en mis
necesidades. Y como yo, supongo, las decenas o centenas de miles de timados con
las “preferentes”, los acogotados con hipotecas imposibles de pagar, los
millones de autónomos que ni aumentando las horas de trabajo son capaces de
cubrir gastos y mantener sus negocios abiertos, los millones de parados que
saben que no van a encontrar trabajo en al menos un par de años, los
funcionarios que han visto recortados sus sueldos, los pensionistas que si,
antes no llegaban a final de mes, ahora ni a mediados, al tener que ayudar a
sus hijos o nietos, los jóvenes que no saben si quedarse sin hacer nada o cruzar
el “charco”.
En
este “culebrón” de cuarta categoría que nos ha tocado vivir, en este teatro
barato que padecemos, los “ricos nunca lloran” y les da igual “que les cuentes
qué te pasó” en el “Bar cenas” porque las “urgencias” sólo las atienden en
“sálvame de luxe” mientras estudian el diagnóstico “doce hombres y mujeres sin
piedad”.
Y
eso, obviamente, no es culpa única y exclusiva de los políticos, ellos sólo son
el reflejo de nuestra sociedad, de la dejadez y pasividad con la que vivimos
las décadas de bienestar ficticio que nos dieron la burbuja inmobiliaria y la
manipulación bancaria. Muestra de que el acceso a la política, no me atreveré a
decir en la mayoría de los casos, pero si en un alto porcentaje no fue
vocacional sino “aspiracional”, es decir, como medio de vida hasta la jubilación,
en lugar de por mérito y capacidad. Como también los banqueros son el espejo en
el que vemos reflejados nuestros deseo más desbocados pero, sobre todo, el
fracaso de todos los sistemas de control y regulación en este país, o mejor
dicho, de su inexistencia. Como los corruptos son el fruto de una permisividad
generalizada en la que aquel que no metía la mano en el cazo era un tonto
fracasado.
Todos,
o casi, sabemos qué está mal. Todos, o casi, somos conscientes de que hay que
cambiar. Todos, o casi, intuimos que si la situación no mejora, los “escraches”
van a parecernos recitales inoportunos de la tuna. Pero, de momento, nadie, o
casi, sabe cómo solucionarlo. Y, mientras esperamos, se levantará el telón de un
nuevo acto, de este "teatro de lo absurdo" en el que lo único cierto es que cada
vez menos, llegan a final de mes.
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