Habiendo
trabajado durante una década bajo la dirección de un empresario con formación
de economista acabé por convencerme de que para desempeñar su función sólo hacía
falta tener una gran imaginación. Verle elaborar presupuestos era como
presenciar la plasmación, en una moderna hoja excel, del tradicional cuento de
la lechera, ya saben, ese que nos advierte sobre las grandes expectativas
creadas a base de sueños aún no realizados. Sobre el precio de la materia prima
adquirida al productor primario, le aplicaba el coste de transporte, de la mano
de obra, de los intereses bancarios para el pago aplazado (una trampa mortal
para las empresas auspiciada por la legislación estatal) y, claro está, el
margen de beneficio y, todo ello, a expensas de la aprobación por el potencial
cliente.
Vistos
sobre el papel, aquellos presupuestos, eran realmente alentadores, sin embargo,
una vez confrontados con la realidad y sus imponderables, como una reducción a
la baja del presupuesto impuesta por el comprador, siempre acababan hechos
añicos como el cántaro de la lechera y, como consecuencia de ello, descontados
los gastos, el margen de beneficio acababa extrayéndose del flanco más débil y
fácil de controlar: los salarios. Porque la intermediación es una forma de
enriquecimiento basada en el correcto funcionamiento de todos los eslabones de
la producción y comercialización sin que se produzca ningún factor que lo
altere, como los fenómenos atmosféricos, los accidentes, las huelgas, las
vacaciones o la interrupción en la provisión de los suministros. Cualquier
contratiempo derriba el negocio como un castillo de naipes.
Al
igual que los especuladores y rentistas que, durante varias décadas se
dedicaron a comprar suelo y propiedades para revenderlos con un incremento en
su precio que no se correspondía a una revalorización real sino a la burbuja inmobiliaria alimentada de grandes sueños sobre ganancias sustentadas
en créditos imposibles de afrontar, los empresarios tasaron sus productos por
encima de su valor real.
Con
propiedades y bienes por pagar a un precio muy superior a su valor real y
créditos imposibles de devolver por la pérdida del puesto de trabajo o los
impagos de los clientes, muchísimos españoles se han visto atrapados en la
viscosa telaraña de la estafa nacional a la que hasta hace poco llamaban crisis
y ahora reconocen como recesión.
Estafadores
de primer orden han sido los “grandes” empresarios, sobre todo, los
relacionados con la construcción, con la connivencia de las
entidades financieras y el “placet” de los políticos, así como los supervisores
del Banco de España y otras entidades que hicieron dejación de sus tareas; responsables hemos sido los ciudadanos cegados por la ilusión de una crecimiento
incompatible con la realidad y víctimas somos todos los que, desde hace cuatro años, intentamos sobrevivir a la espera de que vengan tiempos mejores.
Mientras los
medios y la opinión no dejan de hablar del “drama” de los jóvenes sin empleo,
nadie menciona la tragedia de los españoles de treinta y cinco años en
adelante, tan bien formados como los nuevos universitarios pero, además, con la
experiencia de años de trabajo, familias a su cargo y responsabilidades
económicas que han perdido la esperanza de subirse al carro de la actividad
laboral. El autoempleo en una sociedad en la que el consumo se ha paralizado no
es una opción frente al empleo por cuenta ajena.
Ni
las modificaciones a la legislación laboral (es mentira que las indemnizaciones
por despido sean un freno para la contratación), ni las políticas de austeridad
reactivarán la economía ni fomentarán el empleo. En tanto en cuanto, a los que
quieren poner en marcha una empresa no se les faciliten créditos a bajo
interés, tengan que pagar unas cuotas a la Seguridad Social
tan elevadas y el IVA siga en los niveles actuales la locomotora de la economía
seguirá paralizada. Mientras asistimos al desmantelamiento de casi todas las
grandes empresas, algunas están aprovechando la coyuntura para eliminar
personal y reducir costes de despido, el sistema sigue sin modificarse.
Y
mientras se suceden los escándalos sobre corrupción y evasión de impuestos,
aquí seguimos esperando que, los “responsables”, por una vez, sigan el ejemplo
de nuestros vecinos europeos y dimitan cuando existan acusaciones formales
sobre sus desmanes.
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