lunes, 1 de abril de 2013

¿PARA QUÉ SIRVE LA LIGA ÁRABE EN LA GUERRA CIVIL DE SIRIA?

Una de las consecuencias del final de la Segunda Guerra Mundial fue la proliferación de organizaciones internacionales, fenómeno al que no fue ajeno Oriente Próximo. Así, el 22 de marzo de 1945, cuando aún no se había dado por rematado el conflicto bélico, Egipto, Iraq, Transjordania (posteriormente Jordania), Líbano, Arabia Saudita y Siria decidieron constituir la Liga Árabe. Una fundación tres meses anterior a la aprobación de la Carta de las Naciones Unidas en San Francisco. Desde entonces, se han sumado a este “selecto” club otros 16 países más.


            Según el artículo segundo del Pacto de la Liga de Estados Árabes: “El propósito de la Liga es establecer relaciones más estrechas entre los Estados miembro y coordinar sus actividades políticas con el objeto de llevar a cabo una colaboración más cercana entre ellos, salvaguardar su independencia y soberanía y considerar, de una manera general, los asuntos e intereses de los países Árabes.”

            Si bien, en sus inicios, se erigió como un portavoz de peso, hasta el punto de apoyar la creación de la Organización para la Liberación de Palestina – la OLP – en 1964, con el tiempo ha demostrado una gran inoperancia a causa de los intereses contrapuestos de los países y los personalismos de algunos líderes.

            Sólo los levantamientos que han dado lugar al despertar árabe iniciado en 2011, han logrado “remover” los cimientos de esta anquilosada institución, aunque a un ritmo más lento del que hubiera sido deseable. Así, no sería hasta el 12 de noviembre de 2011, tras varias reuniones y la visita de una comisión a Siria, que la Liga Árabe suspendería a este país como miembro. Paradójicamente, la suspensión de Libia fue expeditiva y se hizo efectiva el 22 de febrero (el 27 de agosto sería readmitida). Gadafi no gozaba de grandes simpatías entre sus miembros.

            La participación de algunos líderes de la oposición como representantes de Siria en la última reunión de la Liga Árabe, celebrada el 26 y 27 de marzo de este año en Doha (Qatar), ha dado la “puntilla” a la errática política de no injerencia, de esta institución. Muchos observadores la cuestionaron al suponer una violación del artículo 8 de su carta fundacional que establece: “Que cada Estado miembro de la Liga respetará la forma de gobierno de los otros estados de la Liga y reconocerá la forma de gobierno como uno de los derechos de esos Estados y no tomará ninguna acción tendente a cambiarla.” Otros lo califican como una muestra del deseo que tienen estos países de asumir una mayor relevancia internacional acorde con su peso económico y demográfico.

            Este paso no debe conducir a engaños. La mayoría de los países integrantes son estados no democráticos o democracias recientes y titubeantes, que han actuado impulsados por la necesidad de dar una imagen “progresista” y de protección de los derechos humanos de los sirios en un momento en el que las revueltas sociales amenazan con acabar con el “status quo”. Saben que el cambio de gobierno en Siria será un hecho, a medio plazo y a la vista de cómo están evolucionando las “revoluciones” en Túnez, Libia y Egipto sólo una posición a favor de los ciudadanos y, en contra, de las dictaduras puede mitigar el efecto que tendrán en sus países. Una forma de seguir ralentizando el cambio más allá de la anestesia que su riqueza facilita.

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