sábado, 7 de diciembre de 2013

LA ESCLAVITUD MODERNA.

Se acercó a mí con pasos temblorosos sujetando la bandeja como si le fuera la vida en ello. Con la cabeza gacha y sin apartar la vista del vaso con el preciado zumo de naranja se esforzaba por avanzar sin tropezar mientras, su compañera, veterana en estas lides, no hacía sino darle indicaciones verbales de cómo cumplir con su tarea. La joven, aturdida por las incesantes instrucciones, consciente de la mirada inquisitiva de su jefa y atemorizada por el número de invitados que ocupaban la terraza trastabilló, un par de metros delante de mí. Por fortuna, el brillante líquido naranja no me alcanzó aunque dejó un pequeño charco sobre el suelo de baldosa.

            La joven filipina, consciente de que, en su estreno laboral había cometido el peor error posible, se dejó caer a tierra para secar el charco de zumo. Temblaba como una hoja. Instintivamente cogí un par de servilletas de papel que había en una mesita cerca de mí y también me incliné para limpiar el estropicio mientras le decía que no se preocupara, que no había pasado nada y que con que me trajera otro vaso ya estaba solucionado el problema. Al levantar la cara y mirarme fugazmente, sus ojos eran la viva imagen del terror. Se alejó de mí a gran velocidad mientras su compañera intentaba taparla para no “ofender” más a su jefa y a la invitada.

            Me levanté con la intención de seguirla pero, mi anfitriona me interceptó y distrajo con una nueva bebida. Nunca más volví a ver la joven filipina pero, en el fondo de mi alma, en el rincón oscuro de los remordimientos por los hechos que podía haber llevado a cabo mejor en mi vida, me quedé con la inquietud de qué le habría pasado a la joven. Habiendo presenciado otras situaciones parecidas en otros lugares del país de Oriente Próximo en el que me encontraba y la reacción de los patrones mi inquietud estaba justificada pero, conociendo a mi anfitriona esperaba que la reprensión sólo fuera verbal.

            Es una desgracia nacer pobre y sin opciones a una educación que te permita encontrar un buen trabajo. Es mayor desgracia vivir en un país superpoblado con decenas de millones de personas en la misma situación de precariedad. Las posibilidades de salir adelante con dignidad no es que se reduzcan exponencialmente, es que, simplemente desaparecen, más si se es mujer. Filipinas, indonesias, cingalesas, sudanesas, egipcias, etc. se ven obligadas a aceptar ofertas laborales con sueldos que a nosotros nos parecerían ridículos – quizás no tanto en la situación económica actual - pero que, para ellas, suponen auténticas fortunas con las que ayudar a sus numerosas y depauperadas familias.

            Así, en Oriente Próximo, o mejor dicho, en los países con mayor capacidad adquisitiva, fundamentalmente, Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos, Qatar y Bahrein se han convertido en la esperanza de un futuro mejor para toda una gran masa de trabajadores y trabajadoras del sudeste asiático. Dóciles y sumisas, estas personas son contratadas para realizar todos los trabajos que los autóctonos consideran humillantes y degradantes. Poco interés ha suscitado, sin embargo, su penosa situación, salvo por alguna noticia eventual sobre el asesinato de alguna empleada doméstica a manos de sus patrones o patronas en algún país árabe, hasta que las denuncias sobre las inhumanas condiciones laborales y de alojamiento de los trabajadores de la construcción en Qatar han aparecido en las portadas de los medios de comunicación internacionales.

            Los empleados, fundamentalmente, asiáticos, contratados para construir las macro-obras de Qatar, no sólo sufren largas jornadas laborales a la intemperie en un país donde las temperaturas alcanzan niveles insoportables, carecen de las medidas de seguridad necesarias para desempeñar puestos de alto riesgo – por altura, etc. -, viven hacinados en barracones sin las mínimas garantías sanitarias, sino que, además, en algunos casos, no cobran los salarios pactados, son despedidos sin finiquito y se les niega los permisos de salida del país.

            Por su parte, las empleadas domésticas están sujetas a todo tipo de abuso físico y mental, incluido el sexual, sin que la ley las ampare si no perciben los honorarios pactados o no disfrutan los descansos precisos para cualquier ser humano. Así, por ejemplo, la ley laboral de Arabia Saudita no reconoce a los empleados domésticos los mismos derechos que a otros trabajadores. El sistema de permisos de trabajo o visados ata a los empleados a sus empleadores, de tal manera que si éstos no quieren, los trabajadores no podrán cambiar de trabajo ni abandonar el país. Las empleadas que son violadas y, además, tienen la desgracia de quedar embarazadas, casi nunca denuncian al agresor porque deben presentar pruebas irrefutables de los abusos, algo no siempre factible y, además, los procesos pueden prolongarse  largos años durante los cuales no tienen derecho a trabajar ni a ninguna asistencia.

            ¿Qué diferencia hay entre este comportamiento inhumano y abusivo con el de la esclavitud practicada por los grandes terratenientes americanos, la nobleza y alta burguesía europea o los señores chinos del siglo XIX? Poca. Lo cierto es que, el ser humano, capaz de los más nobles comportamientos, de los gestos más generosos y solidarios también puede convertirse en el peor depredador para sus congéneres amparándose en su superioridad física o económica.

            Trasladada la necesidad a occidente, nos encontramos con que quizás el tratamiento no sea tan brutal pero, con la excusa de la crisis económica, se hunde y denigra, cada vez más, a las clases sociales más desfavorecidas, las relaciones laborales se han transformado en una nueva clase de esclavitud. Desde el intolerable aumento de la trata de blancas, por lo que las mujeres más pobres, generalmente muy jóvenes y confiadas, de países con graves desigualdades sociales de Europa del Este, África o Sudamérica, son engañadas con promesas de empleos y documentos para luego ser prostituidas y maltratadas hasta los contratos basura por lo que los trabajadores desarrollan su actividad por muchas más horas de las establecidas con sueldos ínfimos, el abuso está cada vez más extendido.


            Cuando acaba de fallecer uno de los personajes que mejor encarnaba la lucha por la igualdad y la dignidad de las personas, Nelson Mandela, y se suceden los homenajes públicos a su persona pero, sobre todo, a su ejemplo, quizás sería mucho más adecuado realizar menos celebraciones y poner en práctica sus enseñanzas, persiguiendo los abusos, castigando el trato inhumano y degradante y, sobre todo, erradicando las nuevas formas de esclavitud.

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