El
yihadismo entendido como islamismo militante y violento no es un fenómeno
reciente. Ni siquiera puede vincularse temporalmente a los atentados del 11 de
septiembre de 2001 o a su precuela de la década precedente. De hecho, sus inicios
son muy anteriores, pudiendo trazarse desde finales de la década de los
cincuenta o comienzos de los sesenta del siglo pasado. Y si, realmente,
queremos saber cuáles son sus auténticas raíces deberíamos de remontarnos a un
personaje del siglo XIX, llamado Yamal al Din al Afghani quien, pese a no ser
precisamente, un filósofo o un intelectual de primera línea, fue el iniciador
del islamismo político, o lo que es lo mismo, la ideología que busca en los
principios verdaderos del Islam una forma de regeneración social.
Entre
la época de al Afghani (1838 -1897) y los ideólogos de mediados del siglo
pasado como el egipcio Said Qutb, el pakistaní Mawdudi y el iraní Jomeini, se
produjeron cambios trascendentales en la Comunidad Musulmana de Oriente
Próximo. La desaparición del Imperio Otomano y del Califato Islámico y su
sustitución por un tejido de estados necesitados de construcción de su
identidad nacional y tutelados por occidente y la penosa situación económica y
cultural de la población autóctona, empujaría a estos pensadores a buscar una
solución en lo que había sido el cemento social durante siglos: el Islam. Un
Islam que, obviamente, es objeto de tantas interpretaciones como personas se
erigen en eruditos del mismo.
La
manifiesta incapacidad de los diferentes líderes del Magreb y Oriente Próximo
para ofrecer una solución laica y moderna a las necesidades de sus poblaciones
y el uso extensivo y abusivo de la violencia para sofocar los brotes de
descontento social y los movimientos de disensión, no hizo sino radicalizar las
posturas de aquellos que buscaron en el islamismo político un clavo ardiendo al
que aferrarse. Así, si bien, por ejemplo, la organización de los Hermanos
Musulmanes fundada 1928 en Egipto tuvo una vertiente asistencial, ofreciendo
educación y sanidad a los más desfavorecidos, también la tuvo militante. El
brazo armado de esta cofradía cometería diferentes atentados contra líderes
egipcios, incluido Nasser, lo que acabaría convirtiéndola en proscrita y objeto
de una dura persecución. Una persecución que hizo que todos sus miembros
destacados acabaran en prisión. De ahí a que estos individuos traumatizados por
sus largas estancias en la cárcel, sobre todo, en Egipto, derivaran hacia
posturas de terrorismo medió poco. Así, en la década de los setenta comenzaría
de manera efectiva el yihadismo en su faceta más sangrienta, destacando la primera guerra de Afganistán.
Tras
el receso de la década de los ochenta, con el regreso de los veteranos de
Afganistán, la Guerra de Golfo de 1991 y el recrudecimiento del conflicto entre
Israel y Palestina, se iniciaría una revitalización del fenómeno yihadista. Fue
en este período cuando Argelia, a partir de 1992, tendría que hacer frente a
una guerra de una década contra los salafistas, los rebeldes chechenos se
levantarían contra la nueva Rusia y Bosnia sufriría un cruel enfrentamiento al
desmembrarse la antigua Yugoslavia. El islamismo radical dejó de ser un
fenómeno casi exclusivo de Afganistán para trasladarse al Magreb, a Europa
Central y al Cáucaso.
Los
atentados que una desconocida Al Qaeda cometió en África, a lo largo de los
noventa como los de las embajadas de EEUU en Kenia y Tanzania, aún cuando no
pasaron desapercibidos tampoco llamaron excesivamente la atención, de ahí que,
cuando se supo que había sido esta organización la responsable de los atentados
del 2001 se iniciara una caza de brujas contra ellos y, de paso, se llevara a
cabo la campaña para eliminar a uno de los elementos más molestos de Oriente
Próximo: Saddam Hussein. Si había algo que tenía Saddam Hussein en común con
occidente era su manifiesta animadversión al extremismo islamista y a sus
terroristas. Acusarlo de darles cobijo fue una excusa muy burda para entrar a
saco en Iraq. El resultado es que más de diez años después, el país está al
borde del colapso, sumido en el caos sectario y además, ahora sí, es un nido de
terroristas islamistas de todo tipo.
Aunque
siempre nos quedará la duda de qué fue primero si el huevo o la gallina, y, aún así, muchos justifican la existencia del yihadismo por la
injerencia occidental en los asuntos de los musulmanes, lo cierto es que es difícil
determinar la responsabilidad. Es indudable que la política desarrollada por
Gran Bretaña primero, tras la Primera Guerra Mundial y hasta mediados del siglo
pasado y EEUU después, no ha creado sino más tensiones y rencor entre las
sociedades árabes, magrebíes y musulmanas en general. Estas sienten, y con razón, que
los occidentales han sacado el máximo partido de los recursos de sus países,
beneficiando a cambio a sólo a una élite, mientras la mayoría de la población
padecía escasez y opresión. También es cierto que, la intervención extranjera,
desde la configuración geoestratégica hasta el apoyo a aquellos dictadores que
les convenían para sus intereses, no ha hecho sino entorpecer la evolución
natural de unos países recién creados y en fase de desarrollo.
Pero,
tampoco se puede negar que la situación de explotación, ignorancia y pobreza
derivaba de muchos siglos atrás – algo por otra parte, común también a
occidente -. Que el Imperio Otomano arrasó casi toda Europa oriental,
islamizando muchos de sus territorios a la fuerza y sumiendo al Mediterráneo en
el terror de su piratería. Quizás, la mayor culpa radica en la propia y manifiesta incapacidad de los árabes y magrebíes para adaptar el avance tecnológico y
social de occidente a su idiosincrasia, exigiendo el desarrollo de estados más
justos y democráticos sin perder su naturaleza oriental. Pedirles una total
separación entre estado y religión implicaría demasiado, pero un paulatino
distanciamiento sería factible y, sin duda, de lo más saludable.
Los
yihadistas no son verdaderos teólogos ni académicos y, probablemente, han
recibido una instrucción religiosa sesgada o muy limitada, aunque lo más
adecuado sería decir que, simplemente, han sufrido un lavado de cerebro.
Aplicar al pie de la letra textos de hace más de catorce siglos o
interpretarlos según convenga va en contra de todo raciocinio.
Fiar el progreso
y la justicia a la voluntad divina, obviamente es cuestión de fe, intentar
extender un estado de terror, crimen, sangre e imposición de una creencia no es
sino una barbarie irracional e injustificada.
Lo
realmente triste es que, ha sido necesaria la masacre de miles de inocentes
cristianos iraquíes y kurdos yezedíes a manos de los desnortados miembros del
Ejército Islámico de Iraq y Levante ahora Estado Islámico, y la constatación
con dos macabros vídeos de que muchos yihadistas fueron educados en occidente, para
que la Comunidad Internacional haya reaccionado. El cáncer yihadista está muy
extendido, no sólo por Iraq y Siria, sino en el Sahel africano y en el cuerno
de África, y según las últimas declaraciones de Ayman al Zawahiri, el sucesor
de Bin Laden en el mando de Al Qaeda, también en el subcontinente indio.
Como toda lucha contra una enfermedad, el tratamiento se prevé duro y largo.
Habrá recaídas y muchas bajas pero, cuanto antes nos concienciemos de que es imprescindible
antes podremos alcanzar la cura.
Yihadismo
de ayer, yihadismo de hoy, criminales de siempre.
Buenas, mi nombre es Gustavo Arias y soy periodista del diario La Nación de Costa Rica, estoy preparando un trabajo sobre los kurdos (debido a la importancia que han tomado con todo el tema del Estado Islámico) y me gustaría coordinar una entrevista con usted sobre el tema. Mi correo electrónico es gustavo.arias@nacion,com
ResponderEliminarBuenos días. Le he enviado un correo privado. Muchas gracias por su interés. Un saludo.
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