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El Partido de los Trabajadores del Kurdistán, más conocido
como PKK, fue fundado en 1973 por el politólogo kurdo Abdullah Öcalan con su
declaración sobre la identidad kurda en Turquía. Pero, el PKK no alcanzaría su
status oficial de partido hasta 1978, tras la publicación del manifiesto Camino para la emancipación kurda y la
celebración de su congreso fundacional el 27 de noviembre de ese año. En sus
inicios adoptó una ideología radical de izquierdas para después evolucionar
hacia un programa político más amplio en el que reivindicaba más derechos
políticos y culturales para los kurdos. Durante sus dos primeros años de vida,
en un entorno de enfrentamiento entre los grupos derechistas e izquierdistas de
Turquía, el PKK se asoció a estos últimos formando parte de la guerrilla urbana.
Tras el golpe de estado en Turquía del 12 de septiembre 1980 dirigido por el
General Kenan Evren, y la persecución militar de todos los partidos y
organizaciones políticas, el PKK, con Öcalan a la cabeza, se trasladó a Líbano
y después Siria. En el segundo Congreso celebrado en agosto de 1982, el partido
decidió regresar a Turquía e iniciar la lucha para lograr la creación de un
estado kurdo independiente.
El PKK lanzó su primer ataque el 15 de agosto de 1984 dando comienzo así a la primera guerra contra el estado turco que duró hasta la
declaración unilateral del alto al fuego por parte del PKK en 1999. En este
momento esta organización trasladó sus bases de Turquía a las montañas Qandil
en el norte de Iraq. Pese al intento de alcanzar un acuerdo de paz a través de
las nuevas organizaciones políticas dimanadas del PKK, el gobierno turco se
negó alegando que seguían portando armas y, por lo tanto, seguían teniendo
capacidad para actuar militarmente. Las divisiones ideológicas dentro del brazo
político del PKK – el KONGRA – GEL o el Congreso del Pueblo Kurdo – acabarían
por expulsar a los que abogaban por la vía pacífica, reiniciándose así la lucha
armada en 2004. La segunda guerra duró hasta el 21 de marzo de 2013, cuando
tras meses de negociaciones con el encarcelado Öcalan, con ocasión de la
celebración principal de los kurdos, el Newroz o Nuevo Año, emitió un
comunicado recomendando un acuerdo de paz. La retirada de las tropas del PKK al
norte de Iraq el 25 de abril de ese año pareció marcar el comienzo del fin de
más de treinta años de guerra, pero, los acontecimientos de esta última semana
demuestran que sigue siendo imposible.
Pese a que las veteranas y bien adiestradas milicias del PKK
han resultado ser cruciales para liderar la protección de las poblaciones
indefensas de yezidíes, cristianos y otras minorías atacadas por Daesh en su
invasión del tercio noroccidental de Iraq en junio de 2014 y que gracias a
ellas, las nuevas generaciones de peshmergas iraquíes, sin experiencia de
combate como sus antecesores y las fuerzas de resistencia kurdas de Siria o
YPG, han podido ir liberando territorio ocupado en la zona fronteriza entre
Siria y Turquía, hoy vuelven a ser consideradas enemigas del estado turco y son
objeto de su persecución.
El bombardeo aéreo iniciado por el ejército turco, tras más
de cuatro años de pasividad ante la terrible guerra civil siria, se enmarca en
una ladina estrategia de matar “dos pájaros con el mismo tiro”. Aprovechando la
excusa de eliminar a los terroristas de Daesh, tras la perpetración de un
atentado en la localidad de Suruç, los turcos también están bombardeando los
campamentos del PKK en Iraq, violando el espacio aéreo de otra nación soberana.
Acusan a los guerrilleros del PKK de ser los instigadores de las protestas que
se están desarrollando en todo el Kurdistán turco y de no haber abandonado el
terrorismo. Obvia el gobierno de Erdogan, aclarar que es su política represiva,
tanto contra la oposición de izquierdas como contra los kurdos en general, la
que ha airado a la población turca y kurda, además de sus acciones para frenar
el avance del proceso de paz mediante la redacción de una ley que regule la
retirada de las tropas del PKK y su desarme.
El varapalo electoral sufrido en junio de este año, por el
cual el partido de Erdogan, el AK, perdió la mayoría absoluta y la coalición
integrada por partidos de izquierdas, ecologistas y kurdos, el HDP, superó la
barrera del 7%, entrando por lo tanto, en el Parlamento de Ankara con un grupo
propio, ha supuesto una doble humillación. Por un parte, Erdogan no ha sido
capaz de renovar su mayoría de las últimas elecciones y, por lo tanto, no puede
llevar a cabo sus planes de redacción de una constitución de corte islamista y,
por otra, tiene que afrontar que la oposición que ha intentado acallar en la
calle mediante una dura represión policial, ahora ha llegado al parlamento por
medios pacíficos y democráticos.
Por si este escenario no fuera bastante frustrante, los
malos datos sobre la marcha de la economía turca, que ha oscilado bastante en
los últimos 15 años, está reduciendo el apoyo a Erdogan. Pese a las macro –
obras que pretenden colocar a Turquía entre el club de las economías más
prósperas, la tozuda realidad es que, aunque comparada con la de otros países
sigue creciendo, ésta se ralentizando: del 8% en 2012 ha pasado al 2,1% en 2013
con una previsión del 3,5% para este año y del 3,6% para el siguiente. Tras la
crisis que obligó al gobierno turco a pedir un préstamo al FMI en el 2001, hoy
Turquía se encuentra en el puesto 18 de las 20 economías más potentes del mundo
pero esto puede cambiar, comenzando por la caída de 11 céntimos en la
cotización de su moneda frente al dólar[1].
El déficit estatal ha pasado de 1.58 mil millones de dólares a 4.96 en marzo de
2015. En resumen, además de la rampante corrupción y constante injerencia de
Erdogan en la gestión del Banco Central de Turquía, la ralentización del
crecimiento, el alza de la inflación y la subida del déficit no auguran un buen
momento para la economía cuya incipiente crisis ya se nota en las calles
turcas.
Presionado por el cambio de rumbo en la política interna y
en la economía del país, Erdogan ha observado con estupor los constantes éxitos
de la coalición formada por las tropas de la YPG – las fuerzas kurdas y
opositoras sirias -, de los peshmerga iraquíes y las milicias del PKK, que día
a día liberan territorio al sur de la frontera entre Turquía y Siria. Un
territorio kurdo que si se extendiese hacia el este para unirse con el Gobierno
Regional del Kurdistán y hacia el norte a las provincias kurdas de Turquía
podría erigirse en un estado kurdo independiente, una pesadilla que los
gobiernos turcos, desde la declaración de constitución de la República de
Turquía en 1923, han venido combatiendo con campañas genocidas, traslados
forzosos, políticas de tierra quemada y asimilación.
Por ello, con la excusa del atentado cometido en Suruç por
Daesh, Turquía ha decidido iniciar una campaña de bombardeos sobre los enclaves
de esta organización terrorista al sur de su frontera con Siria y, de paso,
sobre los campamentos del PKK en Iraq, a tan sólo unos cuantos miles de
kilómetros de distancia. Asimila, ambas actuaciones a su lucha por frenar el
terrorismo, una justificación que no convence a nadie. En primer
lugar, porque Erdogan lleva haciendo la “vista gorda”, cuando no cooperando
bajo cuerda, con Daesh desde su irrupción en el escenario bélico de Siria. En
segundo lugar, porque pese a las puntuales rupturas del alto el fuego de 2013,
el PKK había concentrado sus esfuerzos en proteger a la población civil del
norte de Iraq y Siria y no atacó al ejército turco hasta el atentado de hace
unos días. En tercer lugar, porque quien ha mantenido bajo una especie de
estado de sitio, no declarado, la provincia kurda de Diyarbekir y sus aledaños
y ha sofocado todas las manifestaciones de protesta ha sido el gobierno turco.
Obviamente, aplastar el avance de Daesh sólo es posible con
la colaboración turca, tanto con sus bombardeos como con la utilización de las
bases estadounidenses en su territorio pero si el precio a pagar es traicionar
el proceso de paz con los kurdos, la decisión se demuestra como muy poco
inteligente. Irán, Iraq, Siria y Turquía llevan más de un siglo intentando
sofocar los movimientos reivindicativos kurdos. No han tenido mucho éxito.
Salvo la matanza de decenas de miles de personas, el sometimiento a condiciones
de vida lamentables y la imposibilidad de acceso a una educación digna de
generaciones enteras sólo han reafirmado la voluntad de un pueblo integrado por
unos cuarenta millones de personas.
No
se puede frenar el avance del mar, ni con un dedo, ni con una mano ni con una
multitud de brazos, quizás se pueda ralentizar su marcha pero ello sólo hace
que la fuerza de la marea sea mucho mayor. Del mismo modo, Turquía ha perdido
la guerra contra el pueblo kurdo y nada de lo que haga podrá frenar su voluntad
de autodeterminación, por el contrario sólo ha logrado que sea más firme. Tras
noventa años de represión y más de treinta de guerra, los kurdos le han dicho
también en las urnas que ya basta. Seguir bombardeando al PKK sólo afianzará
más la determinación de esta guerrilla y justificará la repulsa del pueblo
añadiendo más inestabilidad a una región volátil en un momento en el que el
gobierno turco no goza de gran apoyo. Pero, siempre hay tiempo para reflexionar
y cambiar de estrategia. Se consigue más hablando que peleando y sólo con la negociación
se podrá solucionar la cuestión kurda. A no ser que, tal y como sospechamos, no sea esta la intención
de Erdogan.
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