jueves, 23 de julio de 2015

EGIPTO, LOS HERMANOS MUSULMANES Y EL YIHADISMO.

Es opinión común que Egipto desde la época de los faraones siempre ha vivido bajo el yugo de los militares. Un yugo que, en ocasiones le alzó a la cima del esplendor y, otras lo sumió en el caos de la división y la rebelión pero, siempre le ha impedido disfrutar de la libertad. Así, en una especie de bucle perverso, el país que encabezó los procesos independentistas del siglo pasado de la mano del que, es considerado, el líder de la causa panárabe, Gamal Abdul Nasser, - quien nacionalizó el canal del Suez, símbolo del colonialismo occidental y se sumó a la formación de la República Árabe Unida con la unión de Egipto, Siria e Iraq -, ha acabado siendo el ejemplo de la decadencia que conlleva la perpetuación en el gobierno, el nepotismo, la corrupción y el totalitarismo.


         Las manifestaciones y protestas de comienzos del 2011 que ocasionaron la dimisión del octogenario presidente Hosni Mubarak, tras tres décadas en el ejercicio del poder absoluto, alentaron la esperanza de una democratización del país más poblado de Oriente Próximo y el Magreb. Pero, en las primeras elecciones democráticas de su historia, celebradas entre el 28 de noviembre de 2011 y el 11 de enero de 2012 y con la posibilidad de elegir entre más de cuarenta partidos, los egipcios dieron la mayoría a los de corte islamista: un 37,5% al Partido por la Libertad y la Justicia, brazo político, de los Hermanos Musulmanes y un 27,8% al Partido Al Nur, brazo político de los salafistas, lo que supuso un total del 65,3%. Una mayoría que resultó incomprensible para muchos teniendo en cuenta que las manifestaciones de la Plaza Tahrir del Cairo respondieron a una variedad de movimientos políticos e ideologías no islamistas. De hecho, sólo cuando el movimiento de la Plaza Tahrir triunfó, los islamistas se subieron al tren del despertar egipcio.

         Son varios los motivos que explican el éxito islamista frente al resto de las opciones políticas presentadas, aunque para no extenderme demasiado sólo mencionaré dos. En primer lugar, los Hermanos Musulmanes, llevan desarrollando una labor social y asistencial desde su fundación en 1928. Allí donde el estado egipcio no era capaz de llegar, se encontraban los Hermanos Musulmanes, con escuelas, hospitales, ayuda económica para los más necesitados y, asistencia espiritual. Son, por lo tanto, muy conocidos por la parte más desfavorecida de la población, a lo que hay que añadir la capacidad de movilización que tienen en todo el territorio egipcio.

En segundo lugar, dada la miríada de partidos políticos presentados, el poco tiempo que tuvieron los diferentes candidatos para darse a conocer y explicar sus programas, cuando los tenían, y la falta de tradición democrática, porque sólo el partido oficial podía presentar candidatos en las diferentes elecciones, fragmentaron el voto de los no islamistas, impidiendo la formación de grupos parlamentarios fuertes.

         La pírrica victoria de Mohamed Morsi con un 51,7% de los votos en la segunda vuelta de las elecciones de 2012, aupó a la presidencia de Egipto, a un personaje anodino pero fiel a los Hermanos Musulmanes, desde su afiliación en 1977. Su corto mandato del 30 de junio de 2012 al 3 de julio de 2013 estuvo jalonado de polémicas decisiones. Sus esfuerzos para que se aprobara una constitución de corte islamista sacaron a la oposición a la calle, el decreto por el que se auto – otorgó amplios poderes no hizo sino airar aún más a la parte de la población que no estaba de acuerdo con él. La sustitución de todo tipo de cargos por miembros o afines a los Hermanos Musulmanes, la nefasta gestión económica y la permisividad manifestada con los terroristas de Hamás y sus afines, quienes se hicieron fuertes en la Península del Sinai, acabarían por dar la excusa perfecta a los militares que, hasta ese momento, habían permanecido neutrales ante el proceso de democratización, para tomar el poder. Así, el Mariscal Fatah al Sisi dirigió un golpe de estado que derrocó a Morsi el 3 de julio de 2013. Un golpe refrendado por numerosos grupos políticos y algunas instituciones religiosas. Para legitimar su mandato, al Sisi convocó unas elecciones presidenciales en mayo de 2014 en las cuales obtendría un apoyo de más del 96%.

Pero, el gobierno militar de Al Sisi, lejos de traer la pacificación del país y encaminarlo hacia la senda de la recuperación económica, sólo ha mostrado su lado más  represivo frente a las constantes protestas de los Hermanos Musulmanes y cualquier otro elemento crítico, fundamentalmente los medios de comunicación. Y es que, Al Sisi no lo tiene nada fácil. Además de que le acechan los problemas de seguridad, tanto en el ámbito interno como en el externo, las graves desigualdades sociales desestabilizan cualquier esfuerzo por garantizar el progreso del país.

En el ámbito interno, la oposición de los Hermanos Musulmanes a un gobierno que vulneró la legalidad democrática mediante un golpe de estado y después se estableció con la convocatoria de otras elecciones, mantiene en un permanente estado de alerta a las fuerzas de seguridad. El último ejemplo, es la muerte de seis manifestantes pro – Morsi, a manos de la policía egipcia, durante las protestas de éstos en el viernes que se celebraba el fin del Ramadán.

Así mismo, la permisividad de Morsi al movimiento de personas a través de los túneles que conectan la Península del Sinaí con Gaza facilitó la entrada en Egipto de numerosos militantes, tanto de Hamás como de afines a Daesh, que han llevado a cabo diversos ataques a instalaciones militares y localidades provocando la muerte no sólo de soldados sino también de civiles. Entre los grupos terroristas destaca el que ahora se denomina Provincia del Sinaí, antes conocido como Ansar beit al Maqdis – Los defensores de Jerusalém – creado tras el golpe de estado contra Morsi. Si, inicialmente, sus acciones se dirigieron contra Israel ahora se dedican a atacar a las fuerzas de seguridad egipcias. A comienzos de julio, el gobierno egipcio reconoció que había perdido a 17 soldados frente a 100 militantes fallecidos como consecuencia de un asalto islamista. La osadía de los militantes de este grupo llegó al extremo de atacar una fragata frente a la costa norteña de la Península de Sinaí. Una agresión que los terroristas calificaron de “hundimiento” y muerte de todos los militares mientras el gobierno egipcio lo minimizó a simples ráfagas de fuego, algo que se produce con alguna frecuencia desde hace unos meses.

En el ámbito externo, la guerra entre milicias que mantiene a Libia en el caos, ha facilitado la entrada de militantes de Daesh, quienes se han hecho fuertes en una serie de localidades costeras libias y no dudan en traspasar la frontera occidental de Egipto. Radicales islamistas que hace unos días colocaron un coche bomba frente al Consulado Italiano de El Cairo y ocasionaron la muerte de una persona. Parece ser que, más que una agresión a una institución occidental, el objetivo era el juez egipcio Ahmad al Fudali, ya que pocos minutos antes de la detonación había estado visitando una Asociación de Jóvenes Musulmanes situado frente al Consulado.

Por si fuera poco este difícil escenario, a Al Sisi, la tan necesaria recuperación económica se le resiste. Si bien es cierto que la crisis internacional ya no es tan acusada, sus coletazos han afectado de manera dramática a los países con las economías más débiles y dependientes, Egipto entre ellos. Si a ello se une la poca confianza inversora que ofrecen los países del Magreb tras los levantamientos de 2011, el margen de maniobra del gobierno egipcio es bastante reducido. Así, la deuda pública de Egipto ha pasado del 90,4% del PIB en marzo de 2014 al 93,8% del PIB en marzo de 2015. El que la deuda externa sea sólo del 13,1% del PIB deriva de que el estado egipcio se ha financiado en los últimos cuatro años con los bancos nacionales menos proclives a invertir en el sector privado. Y, aunque las previsiones del gobierno es que esta se reduzca en un 10%, los economistas vaticinan que no será posible en el estado actual de la economía que durante los últimos años ha crecido a un ritmo del 2% aunque se cumplan las previsiones de crecimiento para 2015 de entre el 4,2 y el 4,5% tras la implementación de una serie de medidas como la subida del tipo impositivo y la reducción de subsidios[1].

Pero, aunque las perspectivas de crecimiento sean positivas y occidente apueste por ayudar a Egipto para garantizar su estabilidad y contrarrestar el empuje de Daesh, la grave desigualdad social y, sobre todo, la pobreza endémica constituyen un grave freno. De los 90 millones de egipcios se estima que el 49,9% vive bajo el umbral de la pobreza según CAPMAS – Central Agency for Public Mobilization and Statistics -, la agencia de estadística oficial de Egipto[2], de éstos 22 millones, viven en la pobreza extrema, 9,2 de los cuales son niños; estos datos que, sin duda, explican la inestabilidad social y la sucesión de manifestaciones de protesta[3]. Reducir estas cifras no es tarea ni fácil ni puede producirse de manera rápida y mientras la población más desfavorecida no perciba ciertas mejoras, seguirán siendo un grave foco de inestabilidad.

No son buenos tiempos para ser faraón de Egipto.






http://www.dailynewsegypt.com/2015/04/20/egypts-economic-growth-in-2h-of-20142015-to-be-between-4-2-4-5-salman/
[3]http://www.msrintranet.capmas.gov.eg/pdf/poor15%20_e.pdf

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