La doctora Ingeborg Syllm Rapoport |
No todos los días tengo la ocasión de hacer un comentario
sobre una buena noticia, por eso, hoy, escribo estas líneas con la sensación de
que, en este mundo, donde la crueldad, el egoísmo y la ceguera parecen cubrirlo
todo con un manto negro de oscuridad y tristeza, de vez en cuando, surge un
rayo de luz que ilumina todo y nos llena de esperanza. De vez en cuando, se
hace justicia y de una manera positiva y alegre.
Ingeborg Syllm Rapoport es una adorable anciana, de
abundante cabello blanco y rostro arrugado. Pese a que su cuerpo enjuto se
encorva un poco, y ya no se mueve con agilidad sigue mostrando la energía
propia de quien todavía espera mucho de la vida y eso que ya tiene 102 años.
Pero, es que a Ingeborg se le ha cumplido un sueño y se le ha hecho justicia y
eso, además de alegrar el corazón y rejuvenecer el espíritu da una energía
apabullante.
Esta anciana pediatra alemana, fue una pionera sin duda, ya
que, aún en la avanzada Alemania, obtener un título universitario en los años
treinta siendo mujer no debía de ser muy común. Más infrecuente debía de ser
que presentara su tesis doctoral. Pero, Ingeborg, no pudo leer su tesis ni
obtener la condición de doctorada en medicina porque su madre era judía, y las
leyes nazís de 1938 le impidieron realizar su sueño.
Esta mujer logró huir de Alemania a Estados Unidos donde
practicó su especialidad y pudo ponerse al día de los últimos avances en neonatología,
hasta que en 1952 regresó a Alemania del Este. Trabajó en la
prestigiosa clínica Charité como pediatra hasta su jubilación.
Ahora, 77 años después, tras haberse preparado y haber leído un
extracto de sus conclusiones sobre la “parálisis causada por la difteria”, la
señora Syllm-Rapoport ha obtenido su doctorado por la Facultad de Medicina de
Hamburgo, convirtiéndose en la persona de más edad que lo logra.
Una buenísima noticia, no sólo por haberse hecho justicia,
ni por haber cumplido el sueño de una persona centenaria, sino porque una mujer
con ascendencia judía ha logrado superar una barrera histórica que corre el
peligro de caer en el olvido. Cada día que pasa, el horror nazi parece más
lejano y no debiera ser así, porque, si algo nos ha demostrado la historia es
que la frágil memoria del ser humano le impele a cometer los mismos errores una
y otra vez.
Pero, además, el reconocimiento a la señora Syllm – Rapoport
es la cara de una semana en la que un premio nobel de medicina, Tim Hunt es la
cruz. Este científico de 72 años ha mostrado su lado más misógino, al afirmar, sobre el trabajo con mujeres, en una conferencia internacional de periodistas científicos en Seúl, que: “en el laboratorio pasan tres cosas: o te
enamoras de ellas, o se enamoran de ti, o lloran cuando las críticas”. Defender
que las mujeres y los hombres deberían de trabajar en laboratorios separados
parece cualquier cosa menos un comentario científico, racional y profesional a
estas alturas de 2015.
Como consecuencia de la polémica generada, Tim Hunt se ha
visto obligado a dimitir de su cargo como doctor honorario de la University
College de Londres. Puede que así, la presencia “disruptiva” de las mujeres en
los laboratorios no le perturbe tanto. Sin duda, algo se habrá ganado en la
comunidad científica.
Son personajes de este tipo los que dificultan que las
mujeres logren romper el “techo de cristal”. Baste mencionar que, aunque el 59%
de las personas que se han licenciado en Europa son mujeres, solo el 33% en la
Unión Europea, el 38% en España ejercen como personal científico e
investigador. Lo que es aún peor, sólo el 20% de los catedráticos en Europa son
mujeres, el 16% en España.
Por fortuna, ejemplos, como los de la doctora Syllm –
Rapoport, nos alientan a seguir luchando para hacer del mundo científico un
mundo más ecuánime y paritario en donde se visibilice en igualdad el trabajo
femenino cuando merezca reconocimiento y no se prejuzgue su capacidad por su
sexo. Y ello por los avances científicos benefician a la humanidad en su
conjunto, hombres y mujeres, mujeres y hombres.
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