Selahattin Dermitaş y Figen YüksekdağFuente: Kiyaslasana |
Por primera vez, desde
que el AKP o Partido de Justicia y Desarrollo de Turquía[1],
se presentó a las elecciones generales turcas en 2002, se enfrenta a un rival
inesperado y a una potencial pérdida de escaños en el Parlamento de Ankara. En
un momento en el que, el partido que lidera el actual Presidente Recep Tayyip
Erdogan, aspira a lograr, al menos 367 de los 500 escaños para promover una
nueva constitución, que, no sólo le permita adquirir poderes casi absolutos en
el cargo de Presidente sino dar un giro aún más conservador e islamista al
país, ha aparecido un rival con el que no contaba y que puede cambiar por
completo el monocromo panorama político turco: el HDP.
El Partido Democrático de los Pueblos o HDP se constituyó en
2012 como una plataforma plural a la que se incorporaron todos los pequeños
partidos de izquierda, los independientes y otras tendencias ideológicas con el
ánimo de poder obtener, al menos, el 10% de los votos que la restrictiva ley
electoral turca impone para poder formar un grupo parlamentario. Así, integran
esta plataforma, entre otros, el Partido de Paz y Democracia o BDP, el Partido del Trabajador
Revolucionario y Socialista o DSIP, el Partido Socialista de los Oprimidos o
ESP, el Partido Socialista de Democracia o SDP, el Partido Socialista de Refundación
o SYKP y el Partido de los Verdes y Futura Izquierda o YSGP[2].
Sus líderes, o como ellos prefieren denominarse, co –
presidentes – son: el kurdo Selahattin Dermitaş, abogado y activista de los
derechos humanos y la activista feminista Figen Yüksekdağ.
Dermitaş se
presentó, por primera vez, a unas elecciones en 2007, en las que obtuvo un
escaño, el éxito obtenido en 2014 cuando alcanzó el 9,7% de los votos – a tres
décimas del umbral establecido – le animó a forjar una candidatura conjunta en
la que, la unión de los votantes de izquierdas y los de las minorías,
fundamentalmente, los kurdos, armenios, etc. le permitiera obtener, el mínimo
del 10% de los votos, lo que le otorgaría, 50 escaños, necesarios para formar un grupo parlamentario y, así,
evitar que Erdogan pudiera llevar a cabo sus planes para convertir Turquía en una república presidencialista y totalitaria.
Pero, al margen de frenar el totalitarismo radical islamista
de Erdogan, el mensaje de Dermitaş – Yüksekdağ se erige como la esperanza de todas
esas minorías oprimidas, esos grupos sociales marginados que han visto cómo sus
derechos se han ido deteriorando a medida que Erdogan consolidaba su poder. Una
voz que ha sido calificada de manera despectiva como la de los gays, ateos y
armenios por el AKP y, por supuesto, por el fanático islamista Erdogan.
Y es que Erdogan, que ha aplicado una durísima ley mordaza
sobre los medios de comunicación, que ha purgado sin contemplaciones a la
cúpula militar y a la policía, quien, aplastó con dureza las protestas
del parque Gezi del 2013 e, incluso no dudó en separarse de quien había sido su
más firme aliado, el poderoso islamista Fethullah Gülen, se encuentra
enfrentado a un nuevo partido que defiende todo lo que él más odia: a los
diferentes y a los no islamistas.
Como obviamente, se sabe vigilado de cerca por los
observadores internacionales y quiere guardar las apariencias no le ha quedado
más remedio que limitarse a las descalificaciones y a las provocaciones. Un
juego en el que no han entrado los seguidores del HDP, quienes siguiendo las
consignas de los líderes han mantenido la calma.
Pese a ello, la campaña electoral está resultando muy
violenta, con más de 160 ataques a los diferentes partidos políticos, siendo el
más sangriento el de este viernes cinco que provocó dos muertos y cuarenta y
ocho heridos graves, durante un mitín del HDP.
Es mucho lo que se dilucida en este proceso electoral.
Turquía,
está, más que nunca, polarizada entre los que defienden al AKP, su desarrollo
económico, sus estrictos principios islamistas y su mano dura y, todos los
demás, los que cuestionan la corrupción de su régimen, la supresión de los
derechos y libertades civiles, su negativa a reconocer los derechos de las
minorías, su defensa solapada de Daesh y otros grupos radicales islamistas como
los Hermanos Musulmanes, etc.
La perpetuación de Erdogan en el ejercicio del poder,
pasando de Primer Ministro a Presidente, es la manifestación más clara de su vocación
totalitaria. Para poder ejercer un poder absoluto, no sólo necesita cambiar la
constitución redactada tras el golpe militar de 1980, sino subyugar al grupo
que cuestiona la homogeneidad de la “nación turca”: los kurdos.
Y,
es que, los kurdos, tras el encarcelamiento en 1999 del líder del Partido de
los Trabajadores del Kurdistán o PKK - considerado un grupo terrorista por
Turquía -, Abdullah Oçalan, están demostrando, más que nunca, que, fracasada la
vía militar, la negación de la existencia del problema no puede acabar con el
mismo. Lo que es más, la irrupción de Daesh en el tercio norte de Iraq y la
parte oriental de Siria ha evidenciado que los kurdos son, cada vez, un grupo
de importancia trascendental para la paz y seguridad de la región.
Con la decidida y eficaz colaboración que el PKK está
prestando a la YPG, las Unidades de Protección Popular, en su defensa de los
cantones kurdos del norte de Siria, fronterizos con Turquía, y la ayuda de los
peshmerga del Gobierno Regional del Kurdistán iraquí, el que era considerado un
grupo guerrillero violento y desorganizado ha probado de sobra ser el único
ejército entrenado y con experiencia para acabar con la amenaza de Daesh en
Mesopotamia.
Si el HDP no alcanza la representación suficiente, no sólo
la izquierda plural perderá un momento histórico para cambiar el rumbo de
Turquía, sino que la negociación con los kurdos quedará postergada u olvidada,
algo que, en el momento actual, puede encender la mecha de algo más que una
protesta. Porque, los kurdos, ya están hartos de esperar a que llegue la hora en que se oiga su voz, se reconozca su identidad y su derecho a la independencia.
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