sábado, 12 de septiembre de 2015

REFUGIADOS: DEL INFIERNO SIRIO A LA PESADILLA EUROPEA.

Número de refugiados sirios en los
 países vecinos.
Fuente: Wikipedia.
No recuerdo nada de la ciudad. Que yo sepa sólo he estado una vez en mi vida y, para eso, en tránsito cuando apenas tenía tres o cuatro años. Décadas después perdí la oportunidad de visitar el país durante un viaje a Oriente Medio. Hoy lo lamento. Lo lamento porque, al igual que guardo grabadas en mi memoria las imágenes del Baghdad de finales de los setenta y comienzos de los ochenta, su época de esplendor antes del ocaso posterior, hubiera podido atesorar en mi recuerdo la visión de la otra mítica ciudad de Oriente Próximo: Damasco. Pero, así es la vida, las circunstancias nos empujan en una determinada dirección y las decisiones marcan nuestro destino, a veces para bien, otras para mal.

         Tuve la fortuna de vivir en mi infancia y adolescencia en la que fuera gran capital Abasida y, en su momento, la ciudad más viva y con mejor nivel de vida de Oriente Próximo. Y no he vuelto. Ninguno de mis seres queridos vive allí y prefiero conservar en mi retina el estallido de ocres, amarillos, naranjas y rojos de los amaneceres y atardeceres en el desierto, el resplandor tranquilo de un millón de estrellas sobre el terciopelo negro de un cielo siempre despejado, la mezcla de los aromas de la especias, la arena y el sudor en mi pituitaria, el gusto único del zumo de granada a la orilla del Tigris, el delicioso sabor de los kebabs callejeros o la dulzura del desayuno de los viernes, el kahi con guemar. Todo eso y muchísimas cosas más son parte de ese patrimonio que sólo el olvido podrá arrebatarme. Ese patrimonio inmaterial que todos poseemos y deberíamos atesorar es, prácticamente lo único que queda de Damasco y del resto de Siria. Imágenes grabadas a fuego, amor y dolor en la retina de los millones de sirios obligados a abandonar sus hogares, sus familias, sus raíces y que hoy vagan por el mundo en busca de un cobijo que nadie parece capaz de ofrecerles con la dignidad que cualquier ser humano se merece.

         Desde marzo de 2011 Siria vive sumida en el caos de una guerra civil. Al principio, los dos bandos contendientes estaban bastante definidos, por una parte, el Ejercito Sirio de Bashar al Asad y, por otro, el Ejército Sirio Libre de la oposición. Pero, poco a poco, en el maremágnum de partidos y facciones étnicas y religiosas de la oposición, que integran la Coalición Nacional Siria – cuyo nombre oficial es el de Coalición Nacional para la Revolución Siria y las Fuerzas de la Oposición – empezaron a surgir discrepancias que debilitaron a los que querían expulsar al Asad. Por si fuera poca esta disensión, el 22 de noviembre de 2013, además de la variedad de grupos terroristas islamistas como el violento Frente al Nusra y las diversas facciones salafistas, apareció un tercer contendiente: el Frente Islámico, aparentemente financiado y apoyado por Arabia Saudita. A los que hay que añadir la cooperación con Al Asad de Hezbollah, el grupo terrorista chiíta financiado por Irán y que está instalado en Líbano. Pero, el golpe de gracia, el elemento más desestabilizador y el que, sin duda, tiene una responsabilidad crucial en el éxodo masivo de refugiados kurdos, iraquíes y sirios a Europa, es Daesh, el grupo terrorista islamista que, desde su irrupción en abril de 2013 se ha hecho con casi la mitad occidental de Siria y controla el tercio noroccidental de Iraq desde junio de 2014.

El complejo entramado de alianzas se agrava aún más por las rivalidades étnicas y religiosas: musulmanes sunitas frente a chiítas, musulmanes frente a cristianos, cristianos ortodoxos frente a otras variantes, árabes frente a kurdos, etc.

         A este mosaico de bandos enfrentados donde es casi imposible determinar quién controla qué territorio, donde las alianzas además de precarias son volubles, se superpone la telaraña de apoyos externos a cada bando. De tal manera que, mientras el régimen de Bashar al Asad es apoyado decididamente por Irán, al pertenecer aquel a la secta Alawita, una variante del chiísimo que lidera Teherán y también por Rusia y China, al Frente Islámico le apoya Arabia Saudita y a Daesh, que se sepa, algunos ricos empresarios sauditas y Turquía. Estos apoyos externos son los que han hecho que un conflicto que debiera de haber finalizado con el triunfo de la oposición a principios de 2012 se haya convertido en el desastre de hoy en día.

         Los sucesivos vetos de Rusia y China, en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, a las diversas propuestas de imposición de sanciones al régimen de Bashar al Asad se enmarcan en los históricos intereses que la URSS tenía y tiene en Siria y a al expansionismo y aspiración de mayor influencia estratégica de China.

Tras los procesos independentistas de finales de los cincuenta y principios de los sesenta del siglo pasado en Oriente Próximo, los países donde triunfaron los golpes de estado militares como Egipto, Iraq y Siria, se aproximaron a la órbita soviética en busca de apoyo económico y político, equipamiento militar y formación cualificada. Imbuidos de un aparente talante socialista, los nuevos dirigentes de estos países intentaron alejarse de la órbita británica y estadounidense por sus connotaciones colonialistas.

Si el General al Baker, en 1968 y el Coronel Hafiz al Asad en 1970, al hacerse con el poder en Iraq y Siria respectivamente, imponiendo su dictadura militar con la pátina política del Partido Baaz Árabe Socialista, mantuvieron una estrecha alianza con la URSS, no se puede decir lo mismo de Egipto, país que, tras el fallecimiento de Nasser en 1970, pasó a estar al mando de Anwar al Sadat quien se alejó de la URSS y se aproximó a USA e Israel, lo que cristalizaría en los Acuerdos de Camp David de 1978

         Pero, la evolución de Iraq desde los setenta es la crónica del desatino y la caída al infierno de la desesperación. La invasión de 2003 que acabó con el régimen de Saddam Hussein supuso la ruptura de los lazos de larga amistad con la URSS y después Rusia pero no ocurrió lo mismo con Siria. El último bastión que los rusos han conservado hasta ahora en Oriente Próximo. Y es este valor estratégico junto con la utilización de la base naval siria en el Mediterráneo de Tartus, así como la renovada lucha por la primacía mundial lo que impele a Putin a mantener a Al Asad en el sillón presidencial de Damasco. A Irán, es la afinidad religiosa y la lucha también por el dominio en el ámbito musulmán lo que también le ha empujado a ayudar a Al Asad. Y, en cuanto a China, en fin, la nueva potencia mundial quiere estar en todos los sitios, aunque sea en el bando que no defiende la democracia.

¿Y qué pasa con EEUU y Europa? ¿Qué piensa occidente de la situación de Siria?

Siria lleva décadas en la lista negra de los países enemigos de la democracia y, por lo tanto, no aliados, no posee recursos petrolíferos que lo hagan interesante desde el punto de vista económico y está conformado por una población que, queriendo o no, ha vivido sometida a un férreo régimen dictatorial y, por lo tanto, de dudosa afiliación ideológica, no parece un objeto de preocupación relevante para la estratégica del hinterland europeo. O, al menos, no lo parecía hasta hace unas semanas.

         Antes de que se iniciara el conflicto, en Siria había, al menos 200.000 refugiados palestinos, sobre todo en el barrio de Yarmouk a las afueras de Damasco, pero también 1.200.000 de iraquíes, de los cuales, unos 200.000 todavía permanecían en el país en 2012[1]. Hoy las estadísticas que se barajan son sobre los refugiados sirios. Se calcula que la población actual de Siria oscila entre los 22 y 23 millones. De estos, se estima que hay más de 7 millones de desplazados internos y 4 millones de refugiados: 1,2 millones en Líbano, 650.000 en Jordania, 1,9 millones en Turquía y 250.000 en Iraq[2]. Pero, obviamente, estas estimaciones son sólo eso, estimaciones, ya que las dificultades para trabajar sobre el terreno y la movilidad de los refugiados impiden llevar unas estadísticas precisas.

         A estos refugiados sirios, todos en situación desesperada porque han perdido sus hogares, sus trabajos, y son víctimas de todos los grupos enfrentados, hay que añadir  los desplazados y refugiados iraquíes, entre los que destacan, los más de 200.000 yazidíes y más de 100.000 refugiados de la provincia de Anbar[3] pero a los que deben sumarse todos los que han huido de las provincias norteñas por temor a Daesh. Como consecuencia de ello, el Kurdistán iraquí, con una población de unos 5 millones de habitantes, ahora mismo acoge a más de dos millones de refugiados provenientes tanto de Siria como del propio Iraq, lo que hace que su situación sea totalmente insostenible. En los campamentos de refugiados de Turquía los sirios dicen estar sometidos a un régimen carcelario totalmente incompatible con su situación de precariedad humanitaria.

         Las cifras son espeluznantes. Millones de personas sin hogar, sin trabajo pero, sobre todo, sin seguridad se han visto abocadas a huir de sus ciudades y pueblos en una larga marcha a ningún lugar. Los países limítrofes con Siria, hasta ahora han hecho lo que han podido pero, ellos mismos en situación precaria, ya no pueden acoger más, mientras los ricos estados de la Península Arábiga: Arabia Saudita, Qatar, los Emiratos Árabes Unidos y Omán miran hacia otro lado, preocupados tan solo por la creciente influencia de Irán.

         ¿Qué haríamos nosotros en su lugar? O aún mejor, ¿qué hemos hecho nosotros en el pasado?

Un simple vistazo a la historia reciente debería de recordarnos que Estados Unidos se ha nutrido de los emigrantes europeos que huían de la represión política, religiosa y la penuria económica. Tras la Primera y Segunda Guerra Mundiales, millones de personas se vieron abocadas a huir de sus países devastados. Los españoles, fundamentalmente, gallegos, extremeños y andaluces pero también los portugueses, italianos y griegos han emigrado durante décadas a los prósperos países del norte de Europa en busca de sustento para ellos y sus familias. Desplazarse en busca de seguridad, refugio y trabajo es un instinto tan básico como un derecho natural.

         Pero, en Europa parece que nos hemos olvidado de ello. Así las guerras, los refugiados y las desgracias de los últimos años sólo eran una terrible desgracia que presenciábamos en las noticias televisadas y sobre las que nos lamentábamos y, a veces, solidarizábamos hasta que, de repente, nos encontramos que ya no se trataba de algo lejano sino que ya había llegado a nuestras costas.

         La vieja, civilizada y organizada Europa, tan dividida ahora como hace cien años a pesar de la aparente unión, ha dado un terrible traspiés humanitario. Pero, esto es lo que ocurre cuando no te decides a actuar y a hacerlo con todas las consecuencias. Esto es lo que ocurre cuando intervienes en un país para echar a un dictador pero sin un plan para encauzar después al país hacia un camino que pueda recorrer por su propio pie en lugar de sumirse en el caos de la guerra civil como en Iraq o Libia. Esto es lo que sucede cuando te amedrenta irritar a Rusia porque tienes el conflicto de Ucrania sin resolver y no quieres abrir más frentes de batalla. Esto es lo que ocurre cuando, en lugar de estadistas, de gestores humanos tenemos políticos mediocres incapaces de trabajar más allá de las próximas elecciones.

         De repente nos encontramos con cientos de miles de personas desesperadas que nos piden ayuda, confiando en que se la daremos y, en su lugar, les construimos vallas y los echamos a patadas. Obviamente acogerlos a todos es inviable por lo que algo habrá que hacer, algo desagradable, costoso en términos de esfuerzo diplomático pero sobre todo militar y, de momento, no parece que nadie esté dispuesto a mancharse las manos. 

           ¿Hasta cuando?






[1] http://www.unhcr.org/461f7cb92.pdf
http://ec.europa.eu/echo/files/aid/countries/factsheets/syria_en.pdf
[3] http://www.independent.co.uk/news/world/middle-east/iraqs-refugee-crisis-100000-people-displaced-by-fighting-as-isis-regains-ground-from-iraqi-army-in-anbar-province-10208239.html

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