viernes, 29 de julio de 2016

TURQUÍA, 15 DE JULIO, ¿GOLPE O AUTO-GOLPE?

Sólo el tiempo y la historia determinarán si el fallido golpe de estado en Turquía de la noche del pasado 15 de julio fue una maniobra orquestada por el actual presidente Recep Tayyip Erdogan, es decir, un auto – golpe, o un verdadero intento por parte del ejército turco que fracasó ante la reacción de los ciudadanos. Demasiadas incógnitas que podrían hacer que este artículo transitara por los inciertos vericuetos de la especulación sino fuera por algunas cuestiones cuyo trazado nos encaminan a algunos hechos indiscutibles. Hechos entre los que destaca que, al menos de momento, si a alguien ha beneficiado esta frustrada asonada militar ha sido Erdogan.

         Erdogan tiene un historial de victorias electorales apabullante: tres mandatos consecutivos como Primer Ministro con mayoría absoluta de 2003 a 2014 y una victoria para el cargo de Presidente en las elecciones de 2014 con casi el 52% de los votos. Un historial que se vio gravemente mancillado con el fracaso de las votaciones parlamentarias del 7 de junio de 2015, cuando su anterior Primer Ministro, el anodino Ahmet Davutoğlu sólo logró el apoyo del 40% del electorado y, lo que es peor, el partido de izquierdas y pro-kurdo del HDP se erigió como cuarta fuerza parlamentaria con un poco más del 13% de los votos. Puede que la cifra de apoyo electoral obtenido por el HDP parezca poco relevante pero, supuso un hito histórico al posibilitarle obtener grupo parlamentario por primera vez en la historia – la ley turca establece un mínimo del 10% de los votos - en un país en el que se sigue considerando a los kurdos como terroristas y enemigos del estado.[1]

         La imposibilidad de poder llegar a un acuerdo para formar gobierno por la fragmentación política pudo superarse, curiosamente, gracias a la instrumentalización que Erdogan hizo del atentado sufrido por activistas kurdos en la localidad sureña de Suruç el 20 de julio de ese mismo año, en el que murieron 32 personas y quedaron heridas más de 102. Pese a que se confirmó la autoría de Daesh, el presidente turco, en lugar de atacar las posiciones de estos criminales en el norte de Siria, decidió romper la tregua con los kurdos – recordemos las víctimas no los agresores – y reiniciar la guerra contra éstos. Esta maniobra le permitió recuperar parte del apoyo electoral perdido en la segunda convocatoria de ese año y alcanzar el 49,5% de los votos.

         Pero, aunque Erdogan recuperó el respaldo perdido, no pudo eliminar a los kurdos del arco parlamentario. A pesar de la dura campaña contra ellos y de que el HDP perdió votos, al obtener el 10,76% no sólo mantuvo su grupo parlamentario sino que se alzó con la tercera posición del hemiciclo. Incapaz de saltarse el procedimiento democrático logró que el 26 de mayo de este año el Parlamento turco eliminara la inmunidad a todos los diputados bajo investigación judicial por delitos de terrorismo, todos miembros de los partidos de la oposición, 50 de los 59 miembros del HDP y otros - es decir, los que le molestaban.[2]

         Mientas en el parlamento se dirimía esta lucha contra los opositores, en la calle continuó la “caza de brujas” contra los disidentes ideológicos, no sólo los de izquierdas sino también todos aquellos potenciales seguidores del que fue mentor de Erdogan, el religioso multimillonario Fethullah Gülen y su organización la Hizmet. Las críticas vertidas contra el gobernante turco por su comportamiento represivo durante las manifestaciones en el parque Gezi del 2013, transformaron a los anteriores aliados en grandes enemigos.[3] Una caza de brujas que comenzó a tomar envergadura en octubre del año anterior con la intervención de dos diarios y dos canales de televisión turcos críticos con el gobierno y que llegó a su zenit en marzo de este año con la intervención del periódico de mayor tirada, conservador e islámico, Zaman, pero opuesto al gobierno.[4]

         También, es interesante, valorar las implicaciones que supone el hecho de que, en abril de este año, se desbloqueara el acuerdo firmado entre la UE y Turquía por el cual, este país se comprometía a frenar la oleada de inmigrantes que invadían el Mediterráneo a cambio de la módica suma de 3.000 millones de Euros de compensación. Un chantaje a una Europa que no sabe cómo gestionar las consecuencias de su lenta e ineficaz intervención en la guerra civil siria, y que prefiere hacer la vista gorda ante las constantes y diversas violaciones de los derechos humanos de Turquía. Un generoso ingreso para las arcas turcas y una forma de tregua con la cada vez más reticente UE por el creciente autoritarismo de Erdogan.[5]

         Parece que no es coincidencia que, apenas quince días antes del fallido golpe de estado, el 27 de junio se hubieran normalizado las relaciones diplomáticas con Israel tras el desencuentro por la denominada “Flotilla de la Libertad” que tuviera lugar en mayo de 2010. Y más curioso aún resulta que ese mismo día, Erdogan hubiera pedido perdón a Rusia por el derribo de un caza en noviembre del año anterior. Ambos gestos, inicialmente destinados a retomar las relaciones internacionales de dos vecinos trascendentales cobra otro sentido tras el fallido golpe de estado al cerrar conflictos externos, minimizar las críticas internacionales y poder concentrar fuerzas y recursos las cuestiones internas.[6]

         Despejado el terreno de los conflictos a nivel internacional, a saber, la UE, Israel y Rusia, con los opositores políticos sometidos a la espada de Damocles de una investigación judicial y gran parte de los medios de comunicación tanto de izquierdas como conservadores, todos de la oposición, bien descabezados o intervenidos, el camino de Erdogan hacia el cambio constitucional y su posicionamiento como Sultán todopoderoso parecía bastante allanado.

         Sólo quedaba un estamento con potencial para impedir sus planes y derrocarle: las Fuerzas de Seguridad, es decir, el gran ejército turco y la policía así como el último bastión legal con capacidad para interponerse ante cualquier desmán: la judicatura. Y, ¡Oh, casualidad!, se produce un levantamiento la noche del viernes 15 de julio que, tras el llamamiento llevado a cabo “in extremis” por Erdogan, es frenado por la población. El resultado inicial de 200 muertos y miles de heridos fue seguido por el arresto fulminante de 6.000 sospechosos en los dos días siguientes.

         Resulta más que inquietante, la rapidez con la que los aparatos del estado turco, han llevado a cabo la detención de perpetradores, instigadores, colaboradores necesarios, en definitiva, sospechosos de haber intervenido o consentido el intento de golpe de estado. Es materialmente imposible que las investigaciones hubieran dado un resultado tan rápido y de tanta envergadura. Está claro que el gobierno de Erdogan tenía una “lista negra” preparada. ¿Para qué? Obviamente para controlar a sus enemigos y utilizarla. ¿Cuándo? ¿Qué mejor que cuando toda la población turca, unida y escandalizada ante el golpe exige medidas contundentes contra los perpetradores?[7]

         Quince días después, el balance provisional es de 10.000 arrestados, entre ellos bastantes periodistas, – son múltiples las denuncias de torturas y violaciones, algo que corrobora las prácticas habituales contra los derechos humanos en Turquía -, 50.000 funcionarios, entre policías, militares, jueces y docentes suspendidos de empleo, cierres de cientos de centros educativos y 130 medios de comunicación. Cerrojazo informativo y censura total. Parece evidente que, una cosa es perseguir y castigar a los culpables del golpe y otra dar un contragolpe. [8]

La teoría de que este golpe fue orquestado, o al menos, conocido y consentido a propósito por Erdogan, se reafirma en varias consecuencias directas e inmediatas del mismo. En primer lugar, le ha permitido demostrar su poder de convocatoria y hasta dónde están dispuestos a llegar sus seguidores. La creciente fanatización de éstos se refrenda con la constatación de la creciente injerencia de la religión en la vida pública - incluso desde las mezquitas se recaba el apoyo a Erdogan - así como con la petición de que se reinstaure la pena de muerte. [9]

En segundo lugar, le ha dado la excusa perfecta para erradicar de raíz tanto la infraestructura como a todos los “infiltrados” en todos los estamentos políticos, sociales y económicos del país, miembros de la red que, supuestamente, Gülen llevaba urdiendo desde hacía décadas. Los arrestos, suspensiones y despidos, pese a su volumen, parecen ser aceptados sin cuestionar por sus seguidores y las críticas de sus opositores son minimizadas o silenciadas bajo la acusación de traición. 

En tercer lugar, le ha dado el respaldo “moral” para avanzar un paso más en su autoritarismo, haciendo que sea más tolerable y, por lo tanto, más fácil cualquier modificación del texto constitucional que le permita, no sólo re-islamizar oficialmente el país y perpetuarse en el poder, sino acumular, incluso la jefatura de las fuerzas armadas en su persona.

En cuarto lugar, dada la lentitud y tibieza de las declaraciones de toda las instituciones y más destacados líderes internacionales condenando el golpe y apoyando la democracia, Erdogan ha podido comprobar que es “persona non grata” pero que a la vista de la debilidad de la Comunidad Internacional, ésta no intervendrá en su contra mientras cumpla con sus compromisos, fundamentalmente militares.

Erdogan, un “turco negro”, es decir, el hijo de una modesta familia de clase baja y de férreas convicciones islamistas está cerrando así su revancha contra los “turcos blancos”, los fervientes seguidores laicos y cultos de Ataturk y contra los que le ayudaron para acceder al poder, es decir, la red del Hizmet. Apoyándose en la masa de los denominados turcos negros, es decir, las clases más desfavorecidas, que han visto como bajo su mandato, su status económico y social ha mejorado sustancialmente, y a las que no les preocupan demasiado cuestiones baladíes como el respeto a los derechos humanos, la democracia o la igualdad de las personas, Erdogan se siente seguro en el poder. Se olvida, sin embargo, que en realidad, sólo tiene el apoyo de la mitad de la población y que la otra mitad aún tiene mucho que decir ante la deriva de una Turquía más insegura, más aislada y más radical. Porque una cosa es la Turquía que él quiere y otra la que quieren los demás.





[1] http://www.elmundo.es/internacional/2015/06/07/5573d7a5e2704ef2378b4571.html
[2] http://www.elmundo.es/internacional/2016/05/20/573f6ed622601dd6368b4693.html
[3] http://internacional.elpais.com/internacional/2015/11/03/actualidad/1446566359_330385.html
[4] http://www.lavozdegalicia.es/noticia/internacional/2015/10/30/tension-turquia-tras-cierre-dos-periodicos-criticos-erdogan/0003_201510G30P27991.htm
[5] http://internacional.elpais.com/internacional/2016/03/18/actualidad/1458324509_407976.html
[7] http://internacional.elpais.com/internacional/2016/07/16/actualidad/1468671500_882246.html
[8] http://www.elmundo.es/internacional/2016/07/24/5794d87646163f8e588b4582.html
[9] http://www.lavozdegalicia.es/noticia/internacional/2016/07/28/erdogan-va-autocracia/0003_201607G28P19991.htm

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