TERRORISMO DOMÉSTICO.
Algunos
expertos afirman que el “efecto contagio” incita ciertos
comportamientos, o lo que es lo mismo, la recepción de información
indiscriminada sobre determinados delitos hace que se pierda el miedo a cometerlos.
Siguiendo esta idea, la difusión de los asesinatos de mujeres a manos de su
parejas y/o ex – parejas daría cierto “caché” a cruzar la frontera del maltrato
físico y psicológico al homicidio con agravante de parentesco. Hombres que
piensan en esa posibilidad, podrían sentirse más motivados a acabar con la vida
de su pareja al ver que es un comportamiento cada vez más frecuente y parece no
acarrear más que una reprobación social temporal e inmediata.
Cierto es que, da
la impresión de que, cada vez, se producen con más frecuencia, pero es que, la posibilidad de recibir información en tiempo real, hace que casos
que antes pasaban desapercibidos ahora sumen en la cuenta de lo que se ha dado
en llamar “violencia de género”. Lo que por una parte nos ha permitido tomar
conciencia del problema, también puede ser fuente de su agravamiento. Y esta
reacción negativa deriva del hecho incontestable de que, no se divulga con la
misma intensidad ni durante el tiempo suficiente, las consecuencias que
conlleva asesinar a una mujer. Probablemente, si se incidiera más en el castigo
que recibe el asesino, lo que supone pasar años en la cárcel, el desamparo en
el que quedan los hijos y el trauma a las familias, el efecto informativo sería
realmente disuasorio. Es imprescindible que el que pretenda asesinar tenga
claro que no va a quedar impune y que el castigo es más que una privación de
libertad.
Vivimos
en una sociedad al borde del abismo, con un pie en el atávico patriarcado del
que no se quiere desprender gran parte de la población, sobre todo, masculina
aunque también hay un alto porcentaje femenino que lo sustenta, y otro pie en
el esfuerzo por evolucionar hacia una realidad más justa donde exista una igualdad
entre hombres y mujeres en todos los ámbitos. Una utopía que pareció poder
hacerse realidad pero que, en los últimos años, en parte por la crisis
económica y, en parte, por la recuperación de ciertos sectores más
conservadores que defienden el sometimiento de la mujer al varón en aras a
bienes superiores como la familia vuelve a retroceder.
Aunque
es volver a repetir lo que ya se ha dicho en multitud de ocasiones, a la vista
de los últimos acontecimientos, cuatro mujeres asesinadas por sus parejas o ex
– parejas en cuatro días, nunca son suficientes los esfuerzos para educar en la
igualdad, en la prevención de conductas violentas, en la denuncia de las
agresiones, en la protección de las víctimas cuando denuncian, en el
seguimiento de los maltratadores, en la condena social de éstos, en la difusión
del castigo que supone, pero sobre todo, en la solidaridad de los ciudadanos.
El estado no
tiene fondos ni personal suficiente para proteger a todas las mujeres, la
realidad es tan simple como dura. Si los recortes han afectado a todos los
sectores, este es uno más. Y por muchas medidas “telemáticas” que ofrezca el
gobierno, por mucha coordinación entre administraciones que se arbitre, es el
factor humano, el dolor a pie de calle, la ira ciega y sin razón, la venganza
absurda, lo que acaba por vencer cualquier política de protección.
El tema es tan
complejo y difícil como las relaciones entre personas. Muchas mujeres
maltratadas denuncian pero, después, retiran su demanda por no someter a sus
hijos y a su familia a un arduo proceso judicial, otras por miedo ante las
amenazas de sus parejas, otras porque dependen económicamente del maltratador,
otras porque acaban por considerarse las culpables y provocadoras del maltrato,
otras porque confían en que no lo volverá a hacer…
Cada víctima
además de un drama personal y familiar, es un fracaso colectivo como sociedad. Cada
muerte violenta que se produce en el seno familiar, en la que el asesino es una
persona a la que, en algún momento, se quiso y confió lo suficiente como para
convivir, es un rasguño en nuestro tejido social. Un rasguño que parte ya, de la
educación. Los estudios demuestran que los adolescentes tienen comportamientos
agresivos, posesivos y violentos con sus novias, y las jóvenes parecen
interpretar esa manifestación de “celos” como propia de su relación. Es obvio
que algo falla en la educación de jóvenes, un fallo que deriva de generaciones anteriores: aquellos que han recibido una educación machista y
patriarcal la reproducen. Aún estamos a tiempo de educar en la igualdad y la
tolerancia de manera eficaz, mostrando las duras consecuencias de la violencia
de género a las jóvenes generaciones.
También
estamos a tiempo de hacer recapacitar a esos hombres que quieren proyectar su
frustración, su fracaso, su ansia de dominio, en la persona que tienen más
cerca, en esos hombres que no entienden que su pareja es un ser con libre
albedrío y que matándola no acaban con el problema, porque el problema no es la
mujer que se marcha o quiere marcharse, sino el que ha provocado esa ruptura.
Igual que el fanático religioso o ideológico, obcecado con una idea, es incapaz
de entender que poner una bomba o asesinar a sangre fría a inocentes no sirve
para defender su causa sino para crear más repulsión, el asesino que mata a su
mujer es un terrorista doméstico que sólo merece la condena penal y social.
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