Avance de las tropas egipcias por el Canal de Suez el 7 de octubre de 1973 |
CUARENTA AÑOS DE LA GUERRA DE YOM KIPPUR.
Cuarenta años hace ya de la Guerra del Yom Kippur, cuando,
en un movimiento inesperado, Egipto y Siria, el 6 de octubre de 1973, decidieron
atacar a Israel en uno de sus días más sagrados. Era el cuarto enfrentamiento a
gran escala entre árabes y judíos desde la declaración de independencia de
Israel en 1948. La aplastante victoria israelí de 1967 y el aseguramiento de
sus fronteras habían propiciado que este país relajara su vigilancia mientras, el ansia de venganza crecía entre sus enemigos. Este ataque por sorpresa puso
en evidencia la vulnerabilidad de Israel ante la alianza de dos de sus enemigos
más fuertes. Una vulnerabilidad de que la se rehízo ya que, a pesar de la
ventaja estratégica inicial de Egipto y Siria, las malas comunicaciones entre
ambos le permitieron reponerse y recuperar territorio.
A pesar de que, una vez más, a nivel militar, Israel
salió vencedor, la ofensiva árabe dio cierto prestigio a Anwar al Sadat, hasta
entonces bajo la sombra del mítico Nasser fallecido de un infarto en 1970 y
permitió a los egipcios recuperar un poco del orgullo perdido. No saldría tan
bien parada la economía mundial, abocada a una grave crisis por el corte en el
suministro de carburantes de los países árabes productores como medida de
presión a la Comunidad Internacional y de apoyo a Egipto y Siria.
Cuatro décadas después, el conflicto árabe – israelí
afronta el enésimo intento de negociación bajo el auspicio de Estados Unidos.
En teoría, el entorno no ha sufrido cambios sustanciales, sin embargo, en la
práctica y, a pesar de que Israel sigue rodeado de países hostiles, las
condiciones de sus potenciales enemigos son muy diferentes.
Tras los levantamientos iniciados en
2011, el Magreb y Oriente Próximo son el escenario de una reconfiguración
política de resultados aún desconocidos y difícilmente predecibles. Pese a que
las fronteras establecidas tras la Primera Guerra Mundial se mantienen
estables, el mantenimiento de las mismas está cada vez más en cuestión.
El derrocamiento de los dictadores Mubarak en Egipto y
Ben Alí en Túnez no ha facilitado la inmediata imposición de una democracia
real en esos países sino el inicio de una difícil transición de la cual los
islamistas han querido apoderarse. El triunfo electoral del Partido de la
Justicia y la Libertad, brazo político de los Hermanos Musulmanes en Egipto y
del Partido de en – Nahda en Túnez derivado de su larga trayectoria
organizativa no se corresponde con el apoyo real de la ciudadanía. De hecho, el
rechazo de la oposición cada vez más fuerte, amenaza con provocar sino guerras
civiles sí graves enfrentamientos internos de consecuencias impredecibles como
el golpe de estado en Egipto dirigido por el General al Sisi y que ha supuesto
la deposición del Presidente islamista Morsi.
La guerra civil en Libia, que acabó con la muerte de
Gadafi, tampoco ha logrado la pacificación del país, en proceso de construcción
institucional y política y, de momento, claramente dividido en vinculaciones tribales,
ideológicas y étnicas, y donde el factor bereber está cobrando importancia. Entre
tanto, Siria se desangra en una guerra civil sin visos de finalización mientras
Iraq sigue sumido en un KO técnico por el inmovilismo de un gobierno corrupto e
inoperante ante el terrorismo.
Desde el punto de vista de Israel, la máxima de “divide y
vencerás” se está cumpliendo en su entorno sin que haya intervenido, al menos
de manera directa y sin que signifique que le beneficie. Y es que, el mayor
cambio desde la guerra de Yom Kippur es que la amenaza ahora, en lugar de
provenir de los gobiernos nacionalistas árabes deriva de las organizaciones
islamistas como Hamás en Gaza o los Hermanos Musulmanes en Egipto vinculadas al
terrorismo y, por lo tanto, menos predecibles. La incontrolabilidad de los
islamistas supone, sin duda, un riesgo aún mayor que los ejércitos bien
entrenados.
Cuarenta años después de la guerra de Yom Kippur además
del enfrentamiento árabe – israelí, la rivalidad por liderar al mundo musulmán
sunnita entre Arabia Saudita y Qatar y su enfrentamiento por la supremacía en
el Islam con el entorno chiíta liderado por Irán, el factor del radicalismo
islámico bien en forma de organizaciones políticas como los Hermanos Musulmanes
bien en forma de organizaciones terroristas con control político como Hamás o
con aspiraciones como al Qaeda y sus afines, dibujan un panorama desalentador y
amenazante de desenlace seguramente violento.
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