El pequeño Mariwan llega a la frontera. Foto de ACNUR. |
La Primera Guerra Mundial (1914 – 1918), ocasionó la
muerte a más de 16 millones de personas de los cuales, entre seis y siete
millones eran civiles, y resultaron heridas otros 20 millones. Al menos dos
millones fallecieron como consecuencia de enfermedades derivadas del conflicto
bélico y seis millones más desaparecieron. Pero la que, en su momento fue
calificada como “Gran Guerra” y de la que, en unos pocos meses se cumplirá el
primer centenario de su inicio, perdería la primera posición en el ranking de
conflictos sangrientos para dar paso a otra aún peor: la Segunda Guerra Mundial
(1939 – 1945). En este enfrentamiento se estima que murieron entre 60 y 80
millones de personas, de los cuales, entre 38 y 55 millones eran civiles. Sólo
en el holocausto nazi perecieron 1 millón de niños, dos millones de mujeres y
tres millones de hombres.
Tomada buena nota, por lo menos momentáneamente, sobre
las consecuencias de una guerra global, parece que se ha evitado, a toda costa,
que los conflictos posteriores se extendieran más allá de un país o región
concreta. Pero, ello, por supuesto no ha impedido que se produjeran conflictos
armados y que la cifra de víctimas siguiera siendo escalofriante. Veamos
algunos de los ejemplos más conocidos.
En la guerra de Vietnam (1955 – 1975) fallecieron 3,8 millones
de personas, de las cuales cerca de medio millón eran civiles. La guerra civil
del Líbano (1975 – 1990) ocasionó la muerte de 120.000 personas y 75.000
desplazados.
En la guerra de Argelia (1954 – 1962) las cifras más
extremas elevan a millón y medio los fallecidos y a más de un millón los
desplazados, fundamentalmente, argelinos de ascendencia francesa o franceses
residentes.
El genocidio de Ruanda (1994) provocó un millón de
muertos, y los desplazados, mayoritariamente Hutus, fueron más de dos millones.
Casi ninguna de las mujeres que logró sobrevivir se salvó de ser violada
brutalmente. En la guerra civil de Sudán iniciada en 2003, más conocida por el
genocidio de Darfur, al medio millón de muertos se sumaron unos 2.850.000
desplazados[1].
Aunque
las cifras varían considerablemente, la invasión de Iraq en 2003 provocó, unos
400.000 muertos[2],
de los cuales al menos la mitad eran civiles, el número de desplazados en 2006
ascendía a 4 millones de personas (un 16% de la población total), la mitad de
los cuales habían huido del país.
Obviamente, pese a que la cifra de muertos y el número de
personas que sufren secuelas físicas o psíquicas el resto de su vida, como
consecuencia de los conflictos bélicos en el último siglo crece a un ritmo
exponencial, no parece que hayamos aprendido nada. El dolor ajeno puede
conmover momentáneamente pero deja de preocupar en la tranquilidad de los
hogares a miles de kilómetros. El peso de los intereses económicos,
fundamentalmente, de las industrias armamentísticas, y de los intereses
políticos en el juego internacional condicionan cuando no marcan destinos
injustos y desiguales para las poblaciones en función de los países.
Así, si frente al levantamiento libio, la Comunidad
Internacional no dudó en intervenir de manera rápida y contundente para ayudar
a los rebeldes y facilitar la caída de Gadafi, en relación al conflicto sirio se
siguen barajando las cartas de una partida en la que nadie quiere participar.
Los casos, pese a ser contemporáneos, presentan características y
condicionantes muy diferentes.
En primer lugar, Libia se encuentra en la orilla sur del
Mediterráneo, por así decirlo, a tiro de piedra de Italia y Francia. Siria se
halla más allá de la orilla oriental, en la llamada Asia Menor, más lejos de Europa
y, por lo tanto, plantea menos riesgos para la seguridad.
En segundo lugar, Libia tiene importantes yacimientos de
gas y de petróleo, cuya proximidad resulta sumamente beneficiosa para los
intereses occidentales por acortar los gastos de transporte y plazos de
entrega. Siria carece de recursos naturales atractivos.
En tercer lugar, Libia tiene una población relativamente
homogénea, a pesar de la importante comunidad bereber, cuyos derechos deben de
ser reconocidos y protegidos. Siria es un maremágnum de etnias, creencias
religiosas e intereses políticos. Un avispero en el que, de meter la mano,
siempre se sale con algún aguijón clavado.
En cuarto lugar, Libia, hasta 1970, estuvo tutelada, no
con mucho entusiasmo, todo hay que decirlo, por Italia. Siria, francófona, sólo
supuso dolores de cabeza a París. Los sirios nunca perdonaron a la metrópoli
que hubiera desgajado de su territorio original, Bilad a Sham, la zona costera,
para crear un estado pro-cristiano y pro-occidental, Líbano. Rebotados por lo
que consideraron un injusto tratamiento occidental buscaron apoyo en la URSS
primero y ahora en Rusia, quien gustosa les ha apoyado a cambio de la base
naval de Tartus en el Mediterráneo. El respaldo iraní a la minoría alawita en
el poder, completa un rompecabezas de luchas por la hegemonía islámica entre
sunnitas y chiítas y que sólo la negociación diplomática podría solucionar, si,
sobre el terreno la oposición no tuviera que luchar además de con el ejército
de Bashar, con los diversos grupos extremistas islamistas.
La conclusión es que, mientras la Comunidad Internacional
concentra sus esfuerzos en evitar que Rusia fagocite Ucrania tras haberse
anexionado Crimea, Bashar recupera terreno en Siria y la población se hunde
cada vez más en la desesperación. El Observatorio Sirio para los Derechos
Humanos ha calculado que, desde el 15 de febrero de 2011, fecha en la que se
inició la revuelta armada, hasta el 12 de marzo de 2014, se han producido
140.000 combatientes muertos de todos los bandos. A fecha de finalización de
este artículo, la página web de ACNUR establecía que la cifra de refugiados
sirios fuera del país ascendía a más de 2.600.000[3].
Esta agencia estima en 6.5 millones los desplazados dentro del país (un 40% de
la población), de los cuales, la mitad son niños[4].
Ello, por no hablar de los refugiados extranjeros en Siria, fundamentalmente,
palestinos e iraquíes, que ahora se encuentran atrapados en el país.
Ni siquiera conflictos como Ruanda, Sudán o Iraq
produjeron una crisis humanitaria de este calibre. Los países vecinos, sobre
todo, Jordania y Líbano, ya no pueden acoger a más refugiados. El coste de la
ayuda humanitaria en tiempos de crisis económica como el actual resulta casi
inviable. La inseguridad que provoca la entrada y salida de grupos islamistas
extremistas y terroristas a través de las fronteras sirias, amenaza con
extender el conflicto al Líbano y agravar la guerra sectaria en Iraq.
Puede que Siria no tenga petróleo, que sea el coto
privado de Rusia e Irán, y que sus ciudadanos no se pongan de acuerdo, ni
siquiera en que no están de acuerdo pero, humanamente es inadmisible que una
guerra que ya está durando más de tres años, no tenga visos siquiera de vivir
una tregua. ¡SOS Siria ya!
[1]
http://worldwithoutgenocide.org/genocides-and-conflicts/darfur-genocide
[2]
Iraqi body count ha podido confirmar con cadáveres 186.000 fallecidos
incluyendo a los combatientes, pero se sospecha que la cifra de fallecidos es
muy superior aunque no se haya podido demostrar hasta la fecha.
https://www.iraqbodycount.org/
[3]
http://data.unhcr.org/syrianrefugees/regional.php
[4]
http://www.unhcr.org/5321cda59.html
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