Ningún
país del Magreb ha sufrido tanto en los últimos sesenta años como Argelia.
Cierto que Libia ha tenido que hacer frente a una guerra civil para liberarse
de Gadafi y el caos posterior, que Egipto y Túnez han sufrido largas y crueles
dictaduras tras las cuales están lejos de vivir un período de estabilidad, y
que Marruecos sigue prisionero de un monarca que ha abierto un poco la mano
presionado por las circunstancias y sus aliados europeos, sobre todo, Francia
pero sigue anclado en el culto al soberano y la sumisión a un extendido sistema
de corrupción.
Sin
embargo, Argelia es el país que ha pagado el precio más alto en sangre a lo
largo del siglo XX. La guerra de independencia de Francia duró ocho largos años,
de 1954 a 1962, y provocó, al menos, 300.000 víctimas civiles y 140.000
militares. El temor de que la victoria del Frente Islámico de Salvación (FIS),
en la primera ronda de las elecciones nacionales con más del 48% de los votos,
se consolidara en la segunda, propició un golpe de estado militar, a raíz del
cual, el país se sumió en una guerra contra los islamistas, que se prolongó de
1992 a 2002, con un saldo de más de 150.000 muertos y más de un millón de
desplazados. El conflicto con los bereberes de la Cabilia aún no resuelto, por
negarse el gobierno argelino a reconocer sus derechos, sigue siendo una fuente
de inestabilidad junto con los remanentes de los islamistas radicales que no se
han resignado a desaparecer de la escena política pese a la derrota sufrida.
Desde
1992 a 1999 se han sucedido cuatro presidentes hasta la llegada de Abdelaziz
Buteflika. Reelegido en 2004 y 2009 se presentó a un cuarto mandato con la
protesta popular por su avanzada edad, su precario estado de salud y la
sospecha, más que fundada, de que era la fórmula de los militares y la élite
para ganar tiempo y buscar un sustituto aceptable. En esta ocasión no
ha habido sorpresas tampoco. De los 23 millones de argelinos con derecho al
voto, se abstuvieron un 48,3%. Pese a haber obtenido el 81,53% de los votos, la
victoria de Buteflika ha sido ampliamente contestada por la oposición. De los
seis candidatos presentados, Ali Benflis, quien fuera Primer Ministro de 2000 a
2003, era quien parecía tener más opciones para obtener un mayor apoyo aunque
no la victoria. Pese a ser consciente de que no podría ganar, Benflis no se ha
resistido a denunciar la existencia de fraude y de graves irregularidades en
estos comicios.
Hay que señalar que la participación sufrió un dramático descenso frente al 74% de las elecciones de 2009, destacando la
Cabilia donde sólo acudieron a las urnas un 25% de los ciudadanos con derecho a
voto, seguida de la capital con tan sólo el 37%.
Obviamente,
el trasfondo político es mucho más complejo de lo que se atisba a primera
vista. Es pública y notoria la influencia que Said, el hermano de Abdelaziz
Buteflika ejerce sobre su hermano y sobre el gobierno. Una influencia que el
todopoderoso Departamento de Información y Seguridad, el más conocido DRS – del
francés, Département du Renseignement et de la Securité –, dirigido desde 1990
por el General Mohamed Toufik Mediène, de 74 años, no se ha privado de
criticar, sobre todo, tras el nombramiento del Coronel Amaar Saadani, como jefe
del Frente de Liberación Nacional, el FLN, el partido de Buteflika. Una crítica
que ha sido rebatida con otras por parte del FLN que reclama el regreso del DRS
a la función que le corresponde, es decir, velar por la seguridad del estado en
lugar de inmiscuirse en el ejercicio político del país.
Rivalidad
entre el clan Buteflika y aquellos otros que han ejercido el poder en la
sombra durante décadas y no se resignan a las maniobras que Said está llevando
a cabo para debilitar al ejército y a la DRS. Parece evidente que el hermano
del actual presidente se posiciona para hacerse con el poder eliminando a
aquellos que podían contestarlo.
Y
mientras en las altas esferas se determina el futuro del país, el pueblo sumido
en una pobreza que no se corresponde con los ingresos que aporta la explotación
del gas, - Argelia es el cuarto mayor exportador del mundo - prefiere aguantar a levantarse en armas. Y es que, pese a que el
despertar árabe también llegó a este país y que el descontento entre la
población por la corrupción, la falta de libertades, el no reparto de la
riqueza derivada del gas y la falta de esperanzas para la juventud es muy
elevado, la inexistencia de un partido opositor fuerte, o lo que es lo mismo,
la fragmentación y desconfianza hacia los otros partidos políticos, y el
desgaste de dos guerras han permitido la supervivencia del régimen. No se puede obviar el interés occidental en
garantizar la estabilidad de este proveedor de gas, sobre todo ahora que el conflicto en Ucrania amenaza con dañar el suministro desde Rusia, y el apoyo implícito al orden establecido derivado del mantenimiento de
una falsa democracia.
En
definitiva, el temor al caos y el desorden resultantes en los países vecinos
tras los levantamientos de 2011 han condicionado en gran manera a los votantes
argelinos. Aún reconociendo la necesidad de cambios en todos los órdenes, el
miedo a lo que pueda suceder ha pesado más. Es cuestión de tiempo descubrir si
la inevitable transición política en las altas esferas avivará el malestar de
la población provocando revueltas o permitirá el mantenimiento del “status quo”
durante unos años más.
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