Otro vendrá que bueno te hará.
Eso es lo que deben de estar pensando los millones de
iraquíes que asisten, estupefactos, al lamentable espectáculo de un ejército, equipado
con las armas, vehículos y tecnología más moderna que el dinero puede comprar,
huyendo del frente y dejando atrás el mejor botín de guerra posible para los
terroristas que han decidido hacer una excursión por Iraq. En Mosul, 30.000
soldados perfectamente equipados desertaron ante el ataque de 800 facinerosos.
Nunca en la historia de los enfrentamientos militares, tomar una ciudad de más
de dos millones de habitantes, ha sido tan fácil. A esta deserción cobarde,
propia de una tropa indisciplinada y nada motivada, los políticos la han
denominado “retirada táctica”. Frente a este desastre, que el incompetente y nefasto
Primer Ministro electo, Al Maliki, ha sido incapaz de frenar, nos bombardean las
imágenes de cientos, miles de hombres desorganizados, agolpándose delante de
las puertas de unos autobuses que, supuestamente, les llevarán a los
campamentos militares donde, de la noche a la mañana, les transformarán en
valientes y aguerridos soldados para defender los lugares santos de Nayef y
Kerbala y, después, si tienen ganas Baghdad, la capital. Son las brigadas
chiítas.
Ver el desfile de, no sé cómo calificarlos, aspirantes a
ninjas, totalmente cubiertos de negro y brincando como monos, seguidos de los
religiosos de turbante que, seguramente, nunca han dado un paseo tan largo en
su vida, no puedo por menos que solidarizarme con la vergüenza que deben de
estar sintiendo los iraquíes de toda confesión. 25.000 millones de dólares
invertidos en el equipamiento y formación de, lo que se supone, debe de ser uno
de los esqueletos básicos de un país sumido en un caos sectario y rodeado de
guerras terribles, prácticamente tirados a la basura.
No creo que la violencia solucione nada. La violencia
sólo crea una espiral de odio, rencor, dolor y ansia de venganza. La violencia
gratuita de los terroristas es quizás la peor de todas porque es una violencia
sin sentido aplicada por fanáticos a quienes la muerte no sólo no les da miedo
sino que les inspira. Sin embargo, sí creo en la seguridad y la disuasión y,
llegado el caso, como en esta ocasión, en el derecho a la defensa frente a una
agresión injustificada. Los iraquíes han sufrido la violencia como pocos
pueblos lo han hecho en las últimas cinco décadas, de 1980 a 1988 la guerra con
Irán, de 1988 a 1990 el genocidio kurdo, en 1991 la guerra del Golfo y las
represalias a kurdos y chíitas, hasta 2003 un durísimo embargo internacional,
en 2003 la invasión internacional, y, desde entonces, la guerra sectaria. Once años después cuando, apenas
empiezan a levantar cabeza, se encuentran que, además del imposible acuerdo político, la
corrupción gubernamental, la ausencia de servicios, etc. el ejército que tenía
que defenderlos es el primero en batirse en retirada.
Cierto
que un ejército no se construye de la noche a la mañana pero, al igual que un
país, cuando hay un buen líder, hasta los más bisoños pueden convertirse en
buenos luchadores. En Iraq, eso no existe ya. En Iraq, sólo hay pequeños
reyezuelos de taifas, preocupados en conceder pírricas cuotas de poder a sus
afines mientras se llenan los bolsillos. Reyezuelos que quieren gobernar un
país ficticio, mantenido en pie a duras penas por la fuerza de la inercia y los
intereses geoestratéticos de la región. El resultado es que, dos meses después
de las elecciones, el Primer Ministro sigue sin poder nombrar un gobierno. Si
él ha sido, con su cerrazón y su maltrato a los sunitas, el que ha provocado que
éstos la franquearan la entrada a los terroristas, quien, además ha rechazado
pedir ayuda a los peshmergas kurdos para defender Mosul, ¿alguien puede creerse
que sea capaz de aunar posturas para dar una solución política a un ataque
criminal?
Si
se quiere mantener la entelequia de un Iraq unido, algo que cada vez parece
menos viable, es preciso un liderazgo fuerte capaz de aglutinar posturas y
suavizar odios de décadas. Al Maliki ha demostrado, de manera sobrada, que él
no es la persona adecuada. Como, de momento, parece que no hay nadie que pueda
cubrir un perfil así, no puede sorprender, aunque resulte francamente doloroso, que más de uno empiece a recordar e,
incluso, echar de menos a Sadam Hussein un dictador despótico y cruel, que
llevó a su pueblo de una guerra a otra, arruinándolo humana y económicamente, pero
que mantuvo el país unido. Sin duda, otro vendrá que bueno te hará.
No hay comentarios:
Publicar un comentario