Soy mujer y, obviamente no puedo sentir lo que siente un
hombre, ni pensar lo que piensa, ni actuar como actúa, pero, supongo, espero y
quiero creer que todo ser humano, al margen de su género, religión, edad,
estrato social y nacionalidad tiene sentimientos, principios y valores morales.
Porque los principios, los valores y el respeto a las leyes son lo que nos
permite vivir en sociedad, colaborar con los otros, avanzar y desarrollarnos
tanto de manera individual como colectiva.
Sin
embargo, confieso mi curiosidad, nada morbosa sino total y absolutamente
indignada, por saber si por la cabeza de un hombre que viola a una mujer pasa
algo más que el deseo físico, la satisfacción instantánea, el instinto básico
de posesión y el ansia de dañar a otro. Tampoco niego mi interés por entender
qué placer conlleva realizar violaciones en grupo y, después rematar la faena colgando
a la víctima de un árbol o tirándola desde un autobús en marcha. Me gustaría
saber si cometidos estos crímenes tan execrables los canallas pueden regresar a
sus hogares con toda tranquilidad, besar a sus madres, dar un abrazo a sus
hermanas e hijas o mirar a los ojos a sus mujeres. También me intriga saber si
se les ha pasado, en algún momento por la mente, que sus madres, hermanas,
mujeres, hijas, etc. también podrían ser víctimas de una vejación tan horrible
a manos de otros. Y este afán de conocer simplemente descansa en mi voluntad de
entender qué tipo de satisfacción se puede obtener poseyendo a una persona
indefensa, en contra de su voluntad y utilizando la violencia.
Históricamente, se ha argumentado que las violaciones
llevadas a cabo por los soldados durante las guerras, además de aliviar la
tensión física de las tropas, algo que resulta sumamente importante para
mantener alto el espíritu combativo, supongo, era un arma de guerra, un método
más para humillar al enemigo, mancillando su honor, doblegando a la parte más
débil de la población y colaborando a la limpieza étnica plantando “su semilla
en el huerto ajeno”. La toma de prisioneras para ser utilizadas como esclavas
sexuales resultaba un eslabón más en este tipo de penalidad, al mantener a las
mujeres vejadas durante largo tiempo. Sin embargo, no puedo comprender que se
identifique una agresión a la dignidad de la mujer como un instrumento más para
infligir daño al enemigo. Una violación es un crimen, un delito, una forma de
cosificar a la mujer como botín, como objeto de usar y tirar, como ejercicio del
poder sobre el otro…
Algunos estudiosos, sobre todo, en relación a los
enfrentamientos armados más descarnados que han tenido lugar en el continente
africano, argumentan que los mandos alientan a las tropas a violar a toda
cuanta mujer, niña, niño e incluso hombre se cruza por su camino para
deshumanizar a los soldados, convirtiéndoles así en brutales instrumentos de
muerte y destrucción. Quien no siente ni temor, ni compasión, se convierte en
una máquina de matar. Pero, esta demostración de la pérdida de valores morales
y humanos en entornos bélicos, agrava aún más la calificación criminal de un acto
más que condenable y perseguible se siga produciendo en momentos de total normalidad
civil.
Sin justificar ni aceptar esta realidad, me pregunto cuál
es al argumento que hay detrás de las violaciones en masa que cada vez se
producen con más frecuencia en la India. Y no es que el fenómeno de la
violación a la mujer en ese país sea algo novedoso, ni mucho menos. Baste citar
algunos datos extraídos de las páginas oficiales del gobierno[1].
El porcentaje de incremento de los delitos sexuales contra las mujeres pasó del
8,9% en 2008 al 9,4% en 2012. Las mujeres violadas y, aquí, un dato
escalofriante, en un 98,2% de los casos conocían a sus agresores previamente. En
2012, se denunciaron en toda la India, 24.470 casos de violación, lo que no
quiere decir que fueran todos los cometidos. De hecho unas cifras tan bajas
sólo se justifican por una reducción forzada y artificial. Algunas ONG’s estiman
que las cifras reales son entre 50 y 200 veces superiores a las que aparecen en
los datos oficiales. Sorprende también que, en 2012 sólo un 15% de las denuncias
acabaran en los tribunales y que, de éstas, sólo el 24,2% lograra una condena
para los culpables[2].
Uno de los casos más recientes que han trascendido a la
opinión pública internacional y que han revuelto más las entrañas de todo ser
humano decente fue el secuestro de dos primas adolescentes de 14 y 16 años de
edad, violadas en grupo y colgadas en un árbol. No quiero ni imaginarme el
dolor y el miedo que habrán pasado las infelices víctimas ni la impotencia e
indignación de su familia. La policía sólo comenzó a investigar en serio el
caso cuando el clamor popular les acusó de no poner interés porque las jóvenes
pertenecían a la casta menos valorada de la India.
Además de un serio problema político y policial que
requiere medidas eficaces y decididas
para perseguir y condenar rápida y ejemplarmente a los culpables, es preciso
que la sociedad india denoste este tipo de comportamientos. Obviamente, afrontar
la violación como una cuestión que afecta a todos los estamentos y a todos los
sectores de la sociedad no es fácil cuando el machismo sigue imperando. Pero, la
reclamación y condena constante de la sociedad puede y debe mejorar tanto la
importancia que los políticos otorguen al problema, el interés que ponga la
policía en investigar los casos y la
justicia en aplicar condenas ejemplares así como alentar a las mujeres para que
denuncien. La mujer violada no debe sentir vergüenza ni su familia tampoco, quienes deben avergonzarse son los violadores, por cometer el crimen y la sociedad por no apoyar, proteger y cuidar a las víctimas. La vergüenza de una nación no sólo es que las violaciones en grupo se hayan convertido en un deporte nacional, la vergüenza es que además de no ser capaces de impedirlas que el problema siga creciendo y creciendo y que las instituciones sean tan ineficaces. Nuestra es la obligación de aportar
un granito de arena presionando también para que se denuncie, para que los casos no caigan en el olvido y se haga
justicia.
Escalofriantes datos que demuestran que gastando menos de la mitad de lo que se gasta en armamento y destinado ese recurso a concienciar cabezas, enseñar principios y valores y repudiar conductas que no llegan ni a nivel 'animal', conseguiríamos tanto bueno.
ResponderEliminarCon dos ovarios se escribe algo así Yashmina. Enhorabuena!