La
muerte del cuarto y último Califa, Ali Ibn Abu Talib, sobrino y yerno de Mahoma,
el 27 de enero de 661, cerró la era de los Rashidun – los bien guiados u
ortodoxos - , marcó el inicio de una nueva era en la joven fe musulmana al
tiempo que sentenciaba, para siempre, una escisión con los chíitas. Una escisión que, lejos
de haberse solventado ha ido agrandándose y agravándose con el tiempo. El
conflicto, no obstante, no era nuevo, ya se había iniciado dos décadas antes
con el fallecimiento de Mahoma.
Como suele
suceder con los imperios, la indeterminación sucesoria puede resultar la peor amenaza
para la supervivencia de éste sino no hay un heredero predeterminado. A la
muerte de Mahoma, algunos seguidores entendieron que los sucesores debían de
ser elegidos mientras que otros defendían que éstos debían de pertenecer a la
familia del profeta. Ganaron los primeros, así los tres Califas iniciales fueron por orden cronológico Abu Bakr al Sidiq – al parecer porque Mahoma antes de morir le había
designado para dirigir la oración -, Omar bin al Jotab y
Ozmán bin Affan. Contra los tres se opuso Alí quien, sin embargo, no accedería
al liderazgo hasta la muerte de Ozmán y no de forma pacífica. Durante todo el
tiempo que ejerció de Califa, tuvo que enfrentarse tanto con sus adversarios dentro
de la comunidad musulmana – como el grupo liderado por Aisha, esposa de Ozmán
quien consideró que Alí estaba detrás del asesinato de su esposo – como con aquellos
que estaban en desacuerdo con la evolución de los acontecimientos, los Jariyitas
– es decir, los que están fuera. Todo ello, enmarcado en el proceso de
expansión y conquista islámica y el enfrentamiento con el imperio Sasánida.
Al final de sus
días, perdida la batalla de Siffin – curiosamente a las orillas del río
Eufrates muy próxima a donde hoy en día se sitúa la localidad de Raqqah, en
Siria, bastión del Ejército Islámico de Iraq y Levante (EIIL) y zona de graves
enfrentamientos – y, de acuerdo con un arbitraje, Alí se replegaría a Iraq
instalándose en la localidad sureña de Kuffa, mientras Moawia se hacía fuerte Siria. Así, a la muerte de Alí, Moawia ibn Abi Sufian,
iniciaría la dinastía de los Omeyas al tiempo que, en el sur de Iraq comenzaba
la era chiíta o partidarios de Alí.
Como todos los
procesos de aparición, expansión y consolidación de los nuevos imperios, desde
sus inicios, el musulmán sufrió multitud de etapas y vaivenes que darían pie a
cientos de miles de páginas por coetáneos e historiadores. Una larga, rica y
fascinante historia cuya revisión, obviamente, requiere de tiempo, respeto y
rigor académico, algo de lo que carecen los ignorantes y criminales del EIIL.
Estos desnortados que no tienen ni idea de historia y, mucho menos, de lo que
es el verdadero Islam, han decidido que el último califa verdadero fue Alí y
que, ellos son sus únicos y auténticos sucesores, de tal suerte que, el
denominado Estado Islámico que han constituido entre Siria e Iraq, según ellos,
es el origen del nuevo Califato que pretenden extender por todo el mundo. En realidad sólo se trata de un imperio de terror y de crimen.
En este contexto
de caos ideológico, manipulación histórica – religiosa e intereses espurios
que, nada tienen que ver con la fe, 120 eruditos musulmanes de todo el mundo
han dado a conocer un escrito dirigido al autoproclamado líder del Estado
Islámico, Abu Baker al Baghdadi, en el que refutan con argumentos teológicos de
peso toda la sarta de barbaridades e interpretaciones propias de ineptos que
éste ha ido extendiendo por el mundo.
Es de agradecer
que, verdaderos expertos en la religión se hayan puesto de acuerdo, con
demasiada lentitud para mi gusto, para plantar cara, al menos desde el punto de
vista teológico, al Estado Islámico. Obviamente, se trata más de un gesto
testimonial que efectivo, porque, como todo criminal que se precie, ni Baghdadi
ni toda su recua de asesinos atenderán a razones.
Y es que esta
guerra terrible en la que se encuentra inmerso todo Oriente Próximo, se libra
en multitud de frentes, entre ellos, el económico, el ideológico y el virtual, en el que se manejan con
tanta habilidad estos fanáticos para extender su mensaje y captar adeptos. Sin
embargo, pese a lo necesario que resulta, sobre todo, para disuadir a aquellos
idealistas o frustrados con ansias de recuperar el esplendor perdido por la
comunidad musulmana, no es suficiente. Como tampoco lo es, cortar el flujo de
fondos que permite al EIIL comprar la voluntad de mercenarios y criminales
liberados de las cárceles.
Radicales,
fanáticos y criminales existen en todos los ámbitos y confesiones religiosas.
Durante siglos, en Occidente hubo que librar muchas batallas hasta lograr la
separación entre religión y estado.
Oriente todavía está en los comienzos de
esta guerra y, no sólo por culpa del EIIL, al Qaeda y el resto de los grupos
radicales terroristas sino, sobre todo, por muchos de los países considerados
estables, comenzando por Arabia Saudita, uno de los principales financiadores
del yihadismo, continuando por Qatar y los Emiratos Árabes, también generosos
en sus donaciones y acabando por Irán. En este país, por ejemplo, se está dejando morir en la
cárcel, por falta de atención médica, a un clérigo musulmán que cometió la osadía de
sugerir la necesidad de separación del estado de la fe.
La religión es
una cortina de humo y una excusa para cometer todo tipo de tropelías. En el
trasfondo, la alianza entre religión y estado, es una cuestión de poder, ya sea
a través de una monarquía teocrática, una teocracia a secas o un falso estado
denominado islámico. Un poder sustentado en fuertes alianzas no confesables, en
recursos económicos ilimitados y en una ambición de recuperar un territorio
histórico inalcanzable.
Más allá de la lucha intelectual, un combate en el que el EIIL ni quiere ni puede entrar, está la guerra real sobre el terreno. Y es ahí, donde en franca desigualdad, los kurdos de Kobane constituyen el
único y último freno al último avance del EIIL.
Ahora que estos canallas se
acercan peligrosamente a la frontera turca, Ankara empieza a barajar la
posibilidad de enviar tropas sobre el terreno para frenarlos. Una artera
maniobra, mientras impide que los voluntarios kurdos que llegan de todo el
mundo traspasen su frontera para luchar en Rojava. El objetivo turco no sólo es
frenar lo que ahora comienza a ser una amenaza, a la vista de los desmanes yihadistas, sino también ocupar territorio sirio y debilitar
cualquier alianza o aspiración independentista de los kurdos de Iraq,
Turquía y Siria. Y es que, aunque se niegue en público, Turquía comienza a ser
consciente del peligro real que supone el falso Califato del EIIL y todo lo
que hay detrás. Su estrategia de crear un nuevo imperio turco sunnita le ha
saltado en las narices y sabe que tendrá que actuar más pronto que tarde para
que su engendro no acabe devorándole las entrañas.
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