Hay
tantas causas abiertas en el mundo que requieren atención e inversión que
intentar defender cualquiera de ellas puede resultar una tarea titánica. Porque
ya no se trata de argumentar por qué un grupo u otro requiere nuestro apoyo y
nuestros recursos, ya no se trata de justificar la justicia e imperiosidad de
una necesidad que cubrir, ni siquiera se trata de apelar a nuestro sentido de
la humanidad y la solidaridad, se trata, simplemente, de escoger algo que nos
convenza o nos llene para volcar en ello nuestro interés, nuestro esfuerzo si
es que tenemos el tiempo, la energía y los recursos para hacerlo. Y elegir
nunca es fácil. ¿Por qué favorecer a esta persona sobre otra? ¿Por qué este
problema merece más atención que aquel otro?
Pero,
este no es el caso cuando hablamos de supervivencia de una sociedad, de
humanidad y de dignidad de una etnia. Al menos no es mi caso en relación a lo
que está ocurriendo en el norte de Iraq y el nordeste de Siria. No es mi caso
por lo que respecta a los yezidíes de la provincia de Nainawa, a sus vecinos
cristianos que compartían con ellos historia y tradición desde hace milenios.
No es mi caso por lo que respecta a los kurdos, de todas las facciones e
ideologías, que están luchando con uñas y dientes para defender cada calle,
cada acera, cada esquina de la hasta hace unos pocos días desconocida ciudad de
Kobane. Obviamente, mi mitad kurda me impele a apoyar su causa en
cualquier territorio pero, también mi experiencia vital en el Baghdad
multicultural, multiétnico y multirreligioso me empuja a reclamar respecto,
tolerancia y protección por la diversidad que hacía de Iraq hasta 2003 un
crisol de civilizaciones. Una diversidad que el gobierno chíita de Nouri
al Maliki no supo ni quiso proteger y que hoy está resultando la peor amenaza
para la supervivencia de Iraq.
Once
años después de que varios ejércitos internacionales entraran en Iraq como un
elefante en una cacharrería, arrasando el país y desmantelando todas las
infraestructuras administrativas, políticas y de seguridad, un tercio de su
territorio se encuentra bajo control de las hordas bárbaras del Ejército
Islámico de Iraq y Siria, Baghdad es sacudido un día sí y otro también por
atentados terroristas sectarios, y la disensión política es de tal calibre que
el gobierno apenas se mantiene en el poder. Once años después, un país que,
literalmente nada en petróleo, - se calcula que bajo su subsuelo se encuentran
las quintas reservas mundiales de crudo – carece de un suministro continuo de
electricidad, de agua y de combustibles pero, sobre todo, adolece de un
ejército capacitado para impedir el avance del EIIL desde el oeste hacia la
capital.
Obviamente,
la situación de partida de Iraq en 2003 no era nada buena. Sometido a un largo
embargo internacional y bajo una dictadura que databa de 1968, el país se
encontraba al borde del colapso. Pero, como acontece en ocasiones, el
tratamiento resultó mucho peor que la enfermedad. Y como sucede con los enfermos
debilitados, una nueva plaga se ha cebado en él: el islamismo radical del EIIL.
Este engendro conformado por toda suerte de facinerosos, fanáticos y personajes
obnubilados por una causa falsa, a la que apoyaron las tribus sunnitas y los ex
–miembros del Partido Baaz de manera equivocada y, en venganza, por el
revanchismo del gobierno chiíta de Nouri al Maliki, logró que el ejército de
pantomima - creado a imagen de este presidente - huyera en desbandada de la
provincia de Mosul, en junio de este año, dejando detrás armamento suficiente
para hacer varias guerras pero, sobre todo, abandonando a su suerte a millones
de personas.
Cientos
de miles tuvieron que decidir entre someterse a los dictados irracionales del
EIIL o huir con lo puesto hacia las vecinas provincias kurdas. Elegir entre
abjurar de una fe, de una tradición, de una cultura, de una raza para
sobrevivir o huir, sin agua ni alimentos, hacia unas montañas inhóspitas para
intentar alcanzar un destino de acogida temporal.
Se
estima que, a fecha de hoy, el Gobierno Regional del Kurdistán acoge a 1,4
millones de refugiados. Según las Naciones Unidas y el GRK, un total de 850.000 personas han entrando en el Kurdistán sólo desde enero de este año. 216.000 procedían de
Siria. La población total de esta región es de 5 millones. No es difícil imaginarse
los problemas que la acogida y atención de todas estas personas, que lo han
perdido todo, ocasionan, ni tampoco el coste económico y humanitario que
implica.
Pero,
los kurdos no han pestañeado a la hora de acoger a estas personas, salvo por
las lógicas precauciones de seguridad. Cuando las hordas del EIIL atacaron a
los yezidíes, los kurdos fueron los primeros en acudir en su ayuda, a pesar de
no estar bien entrenados ni bien equipados para esta tarea. No es lo mismo
desempeñar funciones de seguridad ciudadana que afrontar un conflicto armado.
Tampoco
los guerrilleros del PKK han dudado en unirse a las filas de los soldados de la
YPG siria, integrada tanto por kurdos como por otros opositores al régimen de
al Asad, para defender la - que se está convirtiendo en mítica - ciudad kurda de
Kobane en la frontera entre Siria y Turquía.
Acorralados
por el EIIL en el este, el oeste y el sur y con la frontera con Turquía al
norte cerrada a cal y canto, los kurdos que resisten en Kobane desde hace un
mes, además de ya ser considerados héroes, están dejando al descubierto una
serie de cuestiones que avergüenzan a muchas partes implicadas.
Kobane
ha sacado a la luz la estrecha relación existente entre el gobierno de Erdogan
con el EIIL, organización a la que ha financiado, entrenado y apoyado en su
lucha contra al Asad y ahora contra los kurdos. También ha mostrado que su “aparente”
buen hacer para llegar a un acuerdo de paz duradero con los kurdos sólo era una
cortina de humo para ganar tiempo y debilitar al PKK, no sólo al impedir que
éstos vayan en ayuda de la resistencia de Kobane, sino obstaculizando la
llegada de suministros y ayuda humanitaria y rechazando el envío de tropas de
apoyo a éstos. Sus tanques observan impasibles, desde un otero, la lucha en Kobane, aguardando la orden de intervenir caso de que fracase la resistencia kurda. Su intervención sería, en cualquier caso "vendida" como una victoria mientras el fracaso kurdo asestaría un nuevo golpe a estos "rebeldes".
Así
mismo, ha puesto de manifiesto la poca confianza que Estados Unidos tenía en la
capacidad de lucha de los kurdos en Kobane al retrasar tanto la puesta en
marcha de bombardeos masivos y contundentes contra las posiciones del EIIL.
Pese a la estrecha relación que existe entre Estados Unidos y el GRK, a los
primeros todavía les cuesta asimilar que los kurdos del YPG no son terroristas
como quieren hacer creer los turcos.
Y,
por último ha demostrado que, pese a que la amenaza yihadista del EIIL es
consecuencia directa de una falta de actuación contundente en la guerra civil
siria, la Comunidad Internacional sigue sin decidir si es mejor dejar que los
sirios se maten entre si antes que apoyar a un algún grupo opositor, si, por el
contrario , debe permitir que Al Asad gane la guerra y se haga con el control del país
y así elimine el EIIL o reconocer que la configuración territorial de Oriente
Próximo ha dejado de tener sentido y es preciso un cambio drástico de rumbo.
Mientras
tanto, unos pocos kurdos y kurdas acompañados de otros valientes – algunos dirán
que inconscientes suicidas - mal armados están demostrando al mundo, una vez
más, que querer es poder y que con o sin ayuda lucharán hasta el último aliento
frente al EIIL. Y si vencen, algo que parece cada vez más plausible, quizás
logren cambiar el curso de la historia, a pesar de los turcos, los yihadistas, los seguidores de Asad y muchos más. Una historia que siempre ha estado en
su contra pero ya no más.
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