Su
ejecución es un trago amargo, no por esperado menos triste. A la joven Reihané
Yabarí la han ahorcado sin que las peticiones de las ONGs que velan por la
protección de los derechos humanos hayan podido impedirlo, de hecho, son muchas
las voces que afirman que la exigencia internacional la sentenció
negativamente. Y es que, si por algo se caracteriza el régimen teocrático de
Irán es por su rechazo absoluto a la crítica exterior, más en cuanto se refiere
a su sistema judicial y a los derechos humanos. La repercusión de este caso
sólo hizo que la sentencia se ejecutara de manera expeditiva. Muerto el perro, muerta la rabia. Fuere
como fuere, la suerte de esta joven parecía marcada de antemano por una negra
sombra del destino que no le dio ninguna buena opción: bien dejarse violar y,
por lo tanto, condenarse personal y socialmente como mujer y persona, bien
defenderse matando a su agresor, también condenándose pero, en este caso,
judicialmente, como ser inferior sin derecho ni a un juicio ni a una defensa
justa.
El
calvario de Reihané se inició en 2006 cuando tenía 19 años. Tras defenderse de
un violador fue encarcelada como su presunta homicida, sometida a torturas y al
terror de una sentencia dictada de antemano en base a una interpretación de
preceptos religiosos tan inhumanos como sin sentido en pleno siglo XXI. O eso
es lo que, a priori, se quiso hacer creer al público en general. Sin embargo,
la realidad parece ser muy distinta. Sin duda, se ha ejecutado a Reihané
gracias a la facilidad con la que un sistema judicial basado en la manipulación
de preceptos religiosos que tienen más de 1.000 años puede condenar a una
mujer. Pero, más que por la arbitrariedad judicial, Reihané estaba destinada a
la horca debido a una intriga que tiene más que ver con una trama de espionaje
que con el asesinato de Morteza Abolali
Sarbandi.
Las
pruebas científicas demostraron que la herida de navaja que le infligió Reihané
para defenderse de su ataque no fue mortal. Según el testimonio de Reihané,
Sarbandi fue asesinado por otro hombre, al que sólo pudo identificar como
Sheiji, al parecer, como la víctima, miembro del Ministerio de Inteligencia y Seguridad
de Irán. A las evidentes deficiencias procesales, la aplicación de tortura para
obtener una confesión por la acusada, se unió la falta de voluntad para realizar
una investigación en profundida que permitiera llevar a cabo un juicio con
todas las garantías. La falta de perdón, - una opción del sistema iraní – por parte
de la familia de la víctima sólo dio la puntilla a una joven que, por
defenderse de una agresión sexual acabó perdiendo la vida.
La
connivencia de un estado regido por Ayatollahs, a los que sólo les interesa
someter al pueblo para perpetuarse en el poder, y todo tipo de funcionarios dispuestos
a complacerles, bien por creer realmente en sus principios religiosos, bien por
cuestiones pecuniarias mantiene a Irán anclado en los tiempos oscuros de un
Medioevo condenado a desaparecer en cuanto el desgaste del régimen sea tal que
ya no puedan frenar a la población por la fuerza y el terror. Entre tanto,
tendremos que seguir siendo testigos impotentes de cómo se ahorca a una joven
por cuestiones que no tienen nada que ver con su culpabilidad o se castiga a
unos jóvenes que osaron versionar una canción occidental de moda bailando y sin
que las chicas llevaran la cabeza tapada.
Tan absurdo como lamentable.
Podrán
retrasar el cambio, pero, por mucho que se empeñen no podrán impedirlo, porque,
no se puede poner puertas al mar.
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