Después
de la jornada de trabajo, algunos conferenciantes y el organizador del evento,
participamos en un animado debate a favor y en contra de la negativa
consideración que se tiene de la Edad Media. Obviamente, los expertos en esta
época histórica atacaron con pasión la errónea visión que tenemos los
especialistas de tiempos más contemporáneos.
Confieso
que, a punto estuvieron de convencerme pero, al final, a pesar de los tiempos
difíciles que vivimos y de los que nos antecedieron, con todos los terribles
acontecimientos que marcaron los siglos XIX y XX, creo que la humanidad vive
muchísimo mejor ahora, que en aquellos momentos en los que la ignorancia de las
clases más pobres, el fanatismo de los religiosos y la superstición de la
mayoría permitieron la persecución enconada de las mujeres librepensadoras a
las que calificaron de brujas, a los que discrepaban de los dogmas religiosos
establecidos o los que se negaban a vivir sometidos a la esclavitud feudal.
Tiempos en los que las ordalías de Dios y los autos de fe permitían someter a
torturas terribles a personas sospechosas de no seguir la ortodoxia o, a las
que, simplemente, se las quería despojar de sus posesiones. Tiempos en los que epidemias
como la peste negra diezmaron a la población como consecuencia de la falta de
higiene y la mala alimentación. Tiempos, en definitiva, en que imperaba la ley
del más fuerte.
Quizás
la mala fama que tiene la Edad Medieval sea inmerecida. Y que ésta sea el producto de una serie de circunstancias y
acontecimientos desafortunados, un paso imprescindible tras la caída del
referente político, cultural, humanístico y social de siglos como había sido el
Imperio Romano. Pero, en cualquier caso, es innegable que, durante ella, la
superstición, el temor a una Iglesia corrupta y hambrienta de poder, el poco o
nulo valor que se daba a la vida humana y la ignorancia, propiciaron grandes y
graves injusticias.
Por
ello, no puedo sino encontrar bastante acertado describir como edad medieval lo
que el autodenominado ESTADO ISLÁMICO quiere imponer en el territorio que ha
capturado mediante engaños, mentiras y sobornos, con una retorcida
interpretación de los preceptos religiosos, utilizando una brutalidad sin
parangón con los enemigos y aquellos que rechazan unirse a sus filas, etc.
Y
es que, no cabe duda de que son tiempos muy oscuros para la población que se ha
quedado atrapada bajo el yugo de los fanáticos, ignorantes y brutales
yihadistas quienes, víctimas de una borrachera de sangre y fuego han creído que
con el uso de la violencia más extrema e inculcando el miedo en todos aquellos
que no le siguen fielmente, serán capaces de extender su negra peste por todo
Oriente Próximo y adueñarse del mundo.
Personajes
como Ibrahim Awad al Samarrai, al que sin duda, pocos conocen por éste, su
nombre verdadero, sino por el que él mismo, en un ejercicio de megalomanía, se
ha otorgado, ABU BAKR AL BAGHDADI, siguen anclados en una interpretación medieval
de la religión y el poder.
Minarete de Al Malwiya en Samarra. |
Al
Samarrai, como su apellido indica, nació en la ciudad de Samarra, en 1971[1]. Seguramente
tuvo una vida limitada, siendo un niño sunnita en una ciudad de mayoría chiíta.
Probablemente su única opción para acceder a una educación superior fue a través
de la religión y, gracias a ella parece ser que obtuvo un doctorado en estudios
islámicos aunque, algunas fuentes, indican que sólo era un clérigo. En cualquier caso, un experto en religión y su manipulación.
Al
Samarrai es hijo de la era Saddam, por lo tanto, creció en un ambiente donde
sólo pudo empaparse de la omnipresencia del líder y su brutalidad. Vivió la
guerra de Iraq e Irán de 1980 a 1988, la guerra del Golfo de 1991 y la
posterior invasión internacional de 2003. Sería, con ésta última y tras su
detención durante cuatro años en Camp Bucca lo que acabaría por radicalizarle y
hacerle formar parte de la insurgencia. Una insurgencia que aprovechó el
desmantelamiento de las fuerzas de seguridad iraquíes para permeabilizar el
país con toda suerte de terroristas y radicales quienes jamás habrían soñado
con entrar allí en vida de Saddam. Terroristas y radicales que mantuvieron la
inestabilidad del país mientras se enriquecían con el contrabando y otras
actividades ilegales.
Pero,
esto no le bastaba a Al Samarrai quien aspiraba a hacer algo más grande y
trascendental. Así que, tras el intento fallido de alianza con el grupo radical
de Al Nusra en Siria y su desobediencia al heredero de bin Laden, Zawahiri, se cambió
el nombre por el del primer califa tras Mahoma, es decir Al Bakr, y adoptó el
patronímico de Baghdad, para lanzarse a la captura del tercio norte de Iraq y
el sector occidental de Siria en connivencia con otros grupos terroristas y con
la ayuda de los ex miembros del ejército de Saddam y las tribus sunnitas
menospreciadas por el gobierno chiíta de Baghdad.
Awad al Samarrai, alias Abu Bakr al Baghdadi. |
Por
fortuna, y a pesar de la precariedad de medios y la escasa ayuda internacional,
las tropas de resistencia kurda YPG con el apoyo de los guerrilleros del PKK,
de los peshmergas y la oposición siria, le han parado los pies. No me cabe duda
que al Samarrai tiene los días contados, tampoco me cabe duda que antes de
morir y de que su proyecto sangriento desaparezca se llevará por delante a
miles de inocentes. ¿Se podría haber evitado? Casi seguro. Ahora, eso no tiene arreglo, sólo cabe seguir luchando para acabar con los tiempos
oscuros que su régimen medieval ha intentado imponer sobre Mesopotamia.
Confío
en que mis contertulios defensores de la Edad Media y cualquier medievalista
que tenga a bien leer esta columna sepan excusar la licencia que me he
permitido empleando el término medieval.
[1] Samarra es una
ciudad ubicada a unos 125 Km al norte de Baghdad, conocida por el enorme
minarete de su mezquita al Askari, denominado popularmente como Malwiya.
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