Sé que no es nada
diplomático y que, además, no es mi estilo pero lo cierto es que cada día me
reafirmo en mi opinión de que, el actual Presidente de la República de Turquía,
el islamista Recep Tayyip Erdogan, es un vulgar mercachifle con ínfulas de
estadista, que en lugar de haber aprendido que la prudencia en la política es
una virtud imprescindible se ha convertido en el hazmerreir del selecto club de
los miembros de la OTAN.
Su habilidad para los negocios, típica de los
comerciantes turcos de los bazares, le ha posicionado en muy alta estima de gran
parte de la población de su país. No es de extrañar si recordamos que, debido a
la mala situación económica endémica, la emigración a Europa, desde 1961, fundamentalmente,
a Alemania, no era sino una opción forzosa para sacar adelante a las familias y
ha sido una de las mayores fuentes de ingresos hasta que Erdogan asumió el
cargo de Primer Ministro en 2003. Según el Ministerio de Asuntos Exteriores
turco, aún hoy, más de cinco millones de turcos viven en Europa, una
cifra muy elevada que un informe del Centro de Política Emigratoria lo reduce a
3.300.000 de los cuales más de 1.700.000 se encuentran en Alemania[1]. Este mismo informe explica
que las remesas de dinero que los emigrantes turcos en el extranjero enviaban a Turquía permitían
reducir el déficit de la balanza de pagos con el exterior en un 50% en la
década de los ochenta, un 35% en los noventa. Una cifra muy considerable para un
país con graves desafíos estructurales.
¿Cómo negarle el mérito
por haber sacado a Turquía de la recesión y facilitar un crecimiento de su
Producto Interior Bruto de 392,2 mil millones de dólares en 2004 a los 820 mil
millones de 2014 y eso que el crecimiento este año es de – 0,5? [2] ¿Cómo negarle también que
el índice de pobreza en 2014 es del 2,3% frente al 6,8% de hace seis años? [3]
Tampoco se le puede negar el éxito en descabezar a toda
la cúpula militar, a la policial y parte del fiscal, los estamentos que siempre
han defendido la laicidad del estado turco y, con ello, su progreso y
aproximación a occidente. Hay que darle el crédito por mantener una férrea
censura sobre todas aquellas acusaciones de corrupción que llevan salpicándole
desde su acceso al poder. Como también hay que reconocerle su astucia al intentar
un acercamiento con el líder kurdo de la zona iraquí Barzani para frenar un
posible acercamiento con los líderes del PKK y, así, impedir una de las
cuestiones que más miedo le da al estado turco: el desmembramiento de la zona
kurda para entrar a formar parte de un Kurdistán independiente, un estado que Ataturk logró frenar en
1923 pero cuya realidad no han podido erradicar. Una realidad que cada vez parece más cerca de alcanzar lo que, en justicia, le corresponde: su independencia y reconocimiento internacional.
Su hipocresía es de tal
calibre que, mientras da largas a las peticiones occidentales y de los kurdos, impidiendo que entren refuerzos y armamento a los kurdos que resisten en la
localidad de Kobani, ha entrenado, equipado, financiado y respaldado a los
terroristas de Daesh que se han hecho con el tercio norte de Iraq y gran parte
de la Siria Oriental.
Y no contento con haber
puesto de manifiesto que sólo actúa en función de los intereses del partido
islamista que dirige, el AKP, ahora quiere extender su doctrina al resto del
mundo reescribiendo la historia para que aparezca que los musulmanes
descubrieron América. Y, por supuesto, no podía dejar de mencionar que a las
mujeres sólo nos corresponde una función en esta sociedad: la maternidad. Tan
seguro está de su posición y su influencia que ya se ha despojado de su careta
de comedimiento y diplomacia. Quizás alguien debería explicarle lo que es el huevo de Colón y que, por eso, diga lo que diga, y haga lo que haga, no podrá
cambiar la historia.
Porque, a toro pasado, todos sabemos cómo se han hecho las cosas y quien ha sido el responsable.
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