Edelmira es una venerable anciana de 85 años que vive en
un apartado y poco habitado pueblo de la costa de la provincia de Lugo, en el
norte de España. Un pueblo que se llama Valadouro, el “valle del oro”, uno de
tantos rincones mágicos de la Galicia interior, donde frondosos bosques
surcados por riachuelos de agua cristalina cobijan a trasnos[1] y
meigas. Donde, en las frías y largas tardes – noches de invierno se tejen
historias y recuerdos de misterios y batallas, de pérdidas y alegrías. Donde el
trabajo duro y las condiciones penosas forjan caracteres fuertes y
hospitalarios. Edelmira ha sido objeto de atención en nuestra Comunidad
Autónoma por haber sido capaz de ahuyentar a bastonazos a un ladrón que,
aprovechándose de su buena fe y avanzada edad entró en su casa con intención de
robar. Una heroína, como tantas otras, de nuestro mundo rural.
A miles de kilómetros de distancia, una preciosa
estudiante universitaria con un futuro prometedor, fallecía, tras haber pasado
quince días en coma, como resultado del golpe que recibió por acudir en auxilio
de dos adolescentes que estaban sufriendo una agresión sexual en el aseo de un
restaurante de Alemania. Se llamaba Tugce Albayrak y, por desgracia, hoy es una
heroína que ha pagado con su vida ayudar otras dos jóvenes en un entorno donde la indiferencia o el miedo a meterse en líos propicia que se cometan crímenes que de otro modo no tendrían lugar[2].
Las hermanas Arati y Pooja van a recibir un premio a su
valentía, en el Día de la República de India, por haberse defendido con
valentía de la agresión de tres acosadores en un autobús ante la pasividad del
resto del pasaje. Son, ciertamente, merecedoras de la consideración de heroínas,
en un país donde la impunidad ha permitido un crecimiento de las agresiones
sexuales en un 22% en el último año. Sus acosadores lejos de ser marginados
sociales eran aspirantes a ingresar en el ejército y en la Universidad.
Obviamente, a los tres se les impedirá acceder a esas opciones pese a que sus
familias presionaron al padre de las valientes para que retirara la denuncia[3].
Maysaa Al Amodi y Lujain al Hathlo[4]
son dos jóvenes activistas de Arabia Saudita que han sido arrestadas por la
autoridad de ese país cuando iban a encontrarse para atravesar la frontera que
separa los Emiratos Árabes Unidos de Arabia Saudita conduciendo un coche. Un
delito en Arabia Saudita pese a que Lujain tiene permiso de conducción emiratí.
Una joven anónima es la protagonista de un vídeo que se
ha convertido viral en internet. Y es que, es iraní y desafía dos leyes de la
teocracia persa: estar sin velo y bailar en público. Realmente dos actuaciones
merecedoras de gran castigo[5].
¿Qué tienen en común todas estas mujeres? Obviamente su
género y, por su puesto, su valor. Y, ¿por qué me enorgullezco de mencionarlas
en este modesto blog? Porque, son las representantes de un movimiento
imparable, de una revolución que ha dejado de ser silenciosa para hacerse cada
vez más patente y evidente en todo el mundo. Una actitud que debe ser objeto de
contagio y difusión, un ejemplo a seguir.
Es el fenómeno del “women power”, la
reivindicación de los derechos de las mujeres de todo el mundo. El poder
femenino para defenderse de cualquier agresión, de la imposición de la voluntad
masculina, ya sea de un robo, de una violación o de la aplicación de leyes
tan absurdas como patéticas.
No
podemos quedarnos sentadas aguardando que la ley y las fuerzas de seguridad nos
defiendan si la sociedad en su conjunto no lo hace, y la sociedad lo hará sólo si
se lo exigimos con razonamientos y la fuerza de los hechos. Si queremos que se
nos oiga, que se nos haga caso, que se nos respete, tenemos que hacernos ver y
tenemos que mostrar que no tenemos miedo en defendernos a nosotras mismas y a
las demás. Porque si nosotras no lo hacemos, nadie más lo hará.
Las manifestaciones públicas son imprescindibles,
recordemos como, gracias las pioneras bisabuelas y tatarabuelas que salieron a
la calle para exigir el voto femenino, hoy, el sufragio universal es una realidad
en todo el mundo occidental o como, gracias a las abuelas y madres de la plaza de Mayo en
Argentina, tantos y tantos desaparecidos y niños secuestrados han obtenido el
reconocimiento que les correspondía.
Pero,
además, es necesaria la actuación día a día, en cada ámbito, en cada situación.
Desde la educación en igualdad y respeto de los más pequeños hasta la
penalización más dura por las agresiones sexuales y los asesinatos, pasando por
esos comportamientos atávicos que extraen una sonrisa ante un piropo o un
comentario ofensivo, deben de ser objeto de nuestra máxima atención. Es
imprescindible formar a las jóvenes para que no confundan afecto con agresión y
posesión. Es inadmisible que mujeres que han solicitado protección sucumban a
manos de sus ex parejas por considerar que la amenaza no tenía credibilidad.
Es
necesario que aclaremos, de una vez para siempre, que “tolerar” que una mujer
lleve un velo no es respeto a la religión sino consentir tradiciones
patriarcales que encubren la mutilación genital femenina, los matrimonios de
menores y la venta de mujeres.
Es
imprescindible que la sociedad señale con el dedo y se defienda de aquellos que
con la boca pequeña consideran que el lugar de una mujer es el hogar,
reproduciéndose y criando hijos. Porque, yo no quiero, como espero que ustedes,
queridos lectores, tampoco, que las niñas y adolescentes, ni las mujeres en
general tengan que seguir oyendo lindezas como las que yo he tenido que
escuchar, del tipo: “Guapa, a ti no se te paga para pensar”. Ni tampoco quiero
tener miedo de caminar por la calle a cualquier hora del día o de la noche. Ni,
por supuesto, quiero sentir impotencia cuando veo en las noticias de que otra
mujer ha sido asesinada por su pareja, que jóvenes no musulmanas han sido
capturadas por Daesh y vendidas como esclavas o como una mujer violada es
lapidada acusada de adulterio.
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