Soy escritora.
Lo soy
desde que tuve edad para coger un lápiz y garabatear palabras con rima. Lo soy
desde que mi mundo interior era mucho más rico e intenso que la realidad que me
rodeaba. Lo soy desde que fui consciente de que la imaginación era y es mi
estado natural. Y así sigo. Escribiendo y escribiendo. Escribo sobre temas que
investigo, sobre historias que inundan mi cerebro hasta que son capaces de construirse
ellas mismas en papel, escribo para poder respirar, para dejar que mi corazón
lata, para ser yo. Escribo para expresar lo que hay en mi interior y para
denunciar lo que veo en mi entorno. Escribo para reclamar justicia y verdad y
para gritar contra la tiranía y el horror. Escribo porque soy un ser humano
libre, pensante y creador, porque soy una guerrera de la pluma, una luchadora
frente al silencio y la ignorancia. Escribo, para vivir y porque vivo.
Y no es fácil. De todas las profesiones, esta es quizás la
más ingrata. Horas y horas delante de una pantalla, horas y horas debatiendo
conmigo misma en silencio y soledad, horas y horas peleándome con un párrafo,
con una frase, con una palabra, horas
y horas para que me encarguen colaboraciones que no pagan, para entregar
artículos que no se publican, para enviar libros que no se leen. No hay
vocación más ingrata. Yo no salvo vidas, ni curo enfermedades, ni construyo
casas. Yo no alivio el dolor, ni entretengo con una sonrisa, ni enseño nada. Yo ni siquiera me gano la vida escribiendo. Sólo lleno páginas con palabras,
pensamientos y sentimientos esperando que alguien dedique un poco de su tiempo
a leerlos. No espero un comentario alentador, una loa, ni siquiera un mero
reconocimiento, porque sé que no lo obtendré. Porque esta profesión es así de
ingrata e injusta. Pero, aquí sigo, aportando mi granito de arena a la libertad
de expresión, a la libertad de opinión, a la memoria de los que no pueden
hablar.
Y,
aquí seguiré mientras tenga fuerzas, la salud me acompañe y la inspiración no
me abandone. Porque es lo que soy. Aunque haya días como el de hoy, en el
que me siento un poco más sola y triste al recordar a esos creadores a los que
han silenciado a golpe de Kalashnikov por expresar su opinión de manera irreverente,
por compartir una crítica políticamente incorrecta y religiosamente ofensiva.
Puede que algunas de las viñetas del semanario francés CHARLIE HEBDO me
parecieran groseras, innecesarias e, incluso ofensivas, pero jamás me atrevería
a cuestionar su trabajo. Porque la sátira, el humor irreverente e, incluso
soez, es la expresión máxima de la crítica social, la válvula de escape que durante
muchos años ha permitido a las sociedades aliviar sus tensiones. Porque las
viñetas aportan la libertad de creación y crítica que, muchas veces un texto o
un comentario no permite. Y, sobre todo, porque crear implica una entrega, un
esfuerzo, una pasión y un talento que casi nunca es apreciado en su justa
medida.
Hoy
las páginas de Charlie Hebdo se han teñido de rojo sangre y negro muerte. Hoy
las caricaturas han decidido dormir en la punta de los lápices de colores o el cursor
del ratón del ordenador, hoy descansan sobre el cuerpo inerte de sus padres.
Pero, su mensaje, su crítica siguen más vivos que nunca, porque están en los
corazones de todos y cada uno de nosotros. Porque, hoy el terror puede que nos
haya silenciado, puede que nos haya hecho un nudo en la garganta y provocado un
temblor en la voz, puede habernos paralizado y hacer que busquemos refugio en
la inacción pero, mañana, mañana, otro caricaturista, otro redactor, otro periodista
y otro escritor se sentarán delante de su mesa de trabajo y reanudarán su
trabajo. Porque podrán matar al mensajero pero, por fortuna, al mensaje no y
este es: LIBERTAD SIEMPRE. LIBERTAD DE EXPRESIÓN, DE CREACIÓN, DE OPINIÓN.
Porque sin libertad no somos más que la sombra de una idea y eso es lo que
nunca conseguirán los fanáticos cuya mente vacía y su corazón inerte son el
reflejo de una vida sin futuro ni esperanza.
Je
suis, aussi, Charlie.
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