sábado, 24 de enero de 2015

LA ENFERMEDAD YIHADISTA.

Rehana la guerrillera kurda
símbolo de la lucha contra
Daesh.
         
         Cuando en 2004 el ex – imán de Fuengirola, Mohamed Kamal Mustafá, fue condenado por un delito de incitación a la violencia por razón de género tras haber publicado un libro titulado La mujer en el Islam, en el que, entre otras lindezas, explicaba como pegar a la mujer sin dejar huellas, y fue condenado a quince meses de prisión, cumpliendo sólo tres semanas, el caso pasó a engrosar el anecdotario  de micromachismos sin más trascendencia. Cuando el imán melillense, Malik ibn Benaisa, en una conferencia afirmó que la mujer que usa perfume es una fornicadora, su comentario sólo fue interpretado como un anacronismo propio de un religioso y, por lo tanto, no susceptible de imputación.


         Cuando en 2011 el Imán Bilal Phillips, nacido jamaicano y de nacionalidad canadiense, pidió en Alemania la pena de muerte para los homosexuales y fue expulsado, se interpretó como un caso extremo no representativo de ningún movimiento relevante[1]. Pero, la condena a cadena perpetua del Imán de Londres, Abu Hamza al Masri por su colaboración con Al Qaeda a principios de enero de este año, ya tuvo que ser reconocida como la demostración más evidente de la vinculación que los predicadores religiosos tienen con la ideología islamista más extremista[2]. Y es que, aprovechándose de la protección que en Occidente, sobre todo, en Europa, se da a la libertad de culto y, amparándose, en la dificultad idiomática, muchos fanáticos han podido expandir su mensaje criminal durante años con total impunidad.

Solo algunos casos como estos, la punta del iceberg, han trascendido y lo han hecho cuando, sus instigadores, enardecidos por su propio discurso y autoconvencidos de que estaban en posesión de la verdad y, por lo tanto, eran inmunes a cualquier persecución o castigo se han atrevido a traspasar la barrera de la prudencia diseminando su mensaje más allá de los muros de sus mezquitas y escuelas.

Estos casos, son sólo una ínfima muestra del tipo de mensaje que personajes formados en universidades financiadas por Arabia Saudita como es el caso de Mustafá, quien estudió en la prestigiosa al Azhar de Egipto, llevan transmitiendo en sus sermones en las mezquitas de occidente y en las charlas de proselitismo, desde hace décadas. Sermones en los que la incitación a la discriminación de la mujer, a la sumisión a los preceptos islámicos – aunque en realidad es a unos determinados líderes - y, en los casos extremos, a la violencia, hoy denominado yihadismo, calan en individuos influenciables cuya existencia no, es precisamente, ejemplo de éxito. Individuos que encuentran en esa interpretación sesgada de la religión una válvula de escape a su frustración, un objetivo para hacer de su vida algo relevante cegados por promesas de un paraíso tras su sacrificio.

         Estos individuos, los terroristas yihadistas, son el “síntoma” de una enfermedad, a los que, sin duda, hay neutralizar para poder combatir su origen y que pocos se atreven a identificar. Y es que la enfermedad es la interpretación y expansión de la versión “wahabita” del Islam, cuyo origen, difusión y financiación está en Arabia Saudita. La enfermedad, ya epidemia no tiene fácil cura y tampoco fácil contención. No tiene fácil cura porque la política internacional hace difícil actuar contra quien siempre se ha manifestado como "aliado" de Occidente y no tiene fácil contención por el temor a que los musulmanes se sientan todavía más agraviados.

Los enfermos, los fanáticos y radicales, así como todos aquellos que se sirven de ellos en su propio beneficio, están convencidos de que la muerte es el mejor de los destinos por lo que la lucha sólo puede tener un desenlace, al menos, desde su punto de vista. Intentar combatirlos con nuestro estado de derecho y nuestra democracia sólo les beneficia. Así que, para acabar con ellos, debemos atacar todos los frentes posibles de la enfermedad: desde las personas “captadas” que intentan viajar a Siria o Iraq hasta los yihadistas que quieren atentar en el corazón de nuestras sociedades. Es preciso cortar sus fuentes de financiación, tanto impidiéndoles el saqueo como frenando su extorsión, la venta de combustible en el mercado negro, el narcotráfico, el tráfico de personas y la donación desde Arabia Saudita y otros países del Golfo. Es imprescindible combatir su propaganda en internet y otros medios con una difusión clara y explícita de lo que supone seguirles haciendo hincapié en el fracaso de su causa. 

Pero, sobre todo, hay que impedir que países como Turquía ayuden a los terroristas de Daesh – autoproclamados Estado Islámico – y APOYAR CON MEDIOS Y EFECTIVOS al gobierno de Iraq y, sobre todo, A LOS KURDOS, los únicos que han logrado frenarlos militarmente y que están ganándoles terreno día a día. No contar con los kurdos en las reuniones internacionales para combatir a los yihadistas es un grave error que puede traer graves prejuicios.

Por otra parte, el hecho de que unos cuantos fanáticos utilicen una interpretación retorcida y sesgada del Islam para justificar sus tropelías sólo puede extender el odio a una comunidad cuya mayoría es pacífica y respetuosa con los otros credos. Evitar la “caza” al musulmán y la demonización de todo lo que huela a Islam no va a ser fácil. En primer lugar, porque, como en cualquier época de crisis, los populismos y mensajes radicales calan con mucha facilidad en una población harta de la incompetencia y corrupción de los políticos, empresarios y muchos intelectuales. En segundo lugar, porque corremos el riesgo de caer en el miedo radical a todo lo que “parezca” diferente ya que nuestro desconocimiento es casi total y nos resulta muy difícil distinguir a los buenos de los malos. En tercer lugar, porque siempre hay quien quiere obtener algún tipo de beneficio agitando las aguas revueltas y aprovecharse de un fácil chivo expiatorio.

         Pero, tampoco va a ser fácil cambiar el discurso de la prevalencia de la tolerancia y respeto al otro, de la defensa a ultranza del derecho a la creencia y a la práctica religiosa. En primer lugar, porque la trayectoria de colonialismo primero e injerencia después, durante más de un siglo, nos hace sentir culpables.  En segundo  lugar, porque interpretamos los derechos de los demás como interpretamos los nuestros, sin entender que para estos fanáticos la ley humana y la democracia son inventos que son contrarios a lo que establece el Corán. En tercer lugar, porque sabemos que la violencia engendra más violencia y tras décadas de guerras no estamos preparados para afrontar una en nuestro propio terreno. Y, en cuarto lugar, porque la apreciación de la mayoría sobre el peligro que supone el terrorismo islamista todavía no es lo suficientemente realista y prefieren seguir ciegos a la verdad.

         En cualquier caso, esperemos que el “remedio no sea peor que la enfermedad”, que los políticos sean capaces de elaborar una estrategia global y en todos los frentes para combatir la peor amenaza a los sistemas democráticos occidentales desde el nazismo y, sobre todo, que su entusiasmo no se desinfle a las primeras de cambio.






[1] http://www.elmundo.es/elmundo/2011/04/21/internacional/1303394595.html
[2] http://www.europapress.es/internacional/noticia-iman-radical-abu-hamza-condenado-cadena-perpetua-varios-delitos-terrorismo-20150109210608.html

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