Fachada del Museo de Mosul |
Ningún edificio, ningún monumento, ninguna estatua, ningún
libro, ningún cuadro vale lo que una vida humana. Eso es indiscutible. Cada ser
humano, desde el más ilustre al más humilde tiene un valor incalculable, o así,
lo creí yo hasta hace no mucho tiempo. Pero, en los últimos meses me enfrento a
un gran dilema moral debido al choque entre una realidad horrible y mis fuertes
convicciones basadas en el respeto absoluto a los derechos del hombre y al
imperio de la ley. Sin ley no hay justicia, y sin justicia no puede haber ni
libertad ni seguridad. Creo que cualquier conflicto puede dirimirse de manera
pacífica y sólo el fracaso de la inteligencia o intereses ajenos al bien de la
sociedad acaban desembocando en la violencia.
Y, ¿qué sucede cuando no se puede imponer la ley de manera
pacífica? ¿Cómo afrontamos la violencia más cruel y sanguinaria? Obviamente,
cuando uno es agredido no le queda más remedido que defenderse, con los medios
que sea, preferiblemente de manera proporcional pero cuando no es posible...
Cuando
Daesh entró a saco en todo el tercio norte de Iraq y comenzaron a llegarnos las
noticias sobre la serie de tropelías que estaban cometiendo, el horror se
adueñó de nosotros. Asesinatos en masa de todos aquellos que no siendo
musulmanes sunnitas se negaban a convertirse y unirse a sus filas. Se ignora la
cifra real de muertos aunque es probable que ascienda a cientos de miles de
cristianos, yezidíes, chiítas, turcomanos, kurdos, etc. Secuestro de decenas de
miles de mujeres y niñas cristianas y yezidíes para ser vendidas como esclavas.
Establecimiento de la ablación de clítoris obligatoria para todas las mujeres
desde la pubertad hasta la menopausia. Imposición de la Shariah con castigos
como amputaciones, colgamientos, lapidaciones, etc. Reclutamiento y
entrenamiento forzoso de niños. Secuestro y asesinato de todos los extranjeros
que se encontraron en su camino, etc.
Sólo
el horror indiscriminado que provocaron los nazis a lo largo casi una década,
con el extermino de seis millones de judíos, el genocidio de más de millón y
medio de armenios a mano de los turcos, la masacre cometida por Pol Pot en
Camboya, el asesinato de unos 800.000 tutsis en Uganda, etc. pueden superar en
envergadura, que no en dolor y destrucción, lo que está llevando a cabo Daesh en
el norte de Iraq, porque, lo que sucede en territorio sirio es un misterio,
aunque no es descabellado suponer que la barbarie se haya extendido y sea
todavía más brutal en esta zona.
Daesh
quiere borrar de la faz de la tierra a cualquier persona que pueda ser
identificada como no musulmana o no musulmana sunnita por lo menos. Para ello,
está practicando el viejo método de tierra quemada, arrasando las poblaciones,
sometiendo a los civiles indefensos y adoctrinando a los niños. Para desalentar
cualquier intervención extranjera sobre el terreno, emite de manera regular
vídeos en los que muestra el brutal asesinato de rehenes. Para incentivar la
llegada de nuevos adeptos y mujeres jóvenes a las que utilizar sexualmente y
como reproductoras difunde atractivos mensajes propagandísticos con promesas de
paraísos divinos que nada tienen que ver con la realidad.
Pero,
hasta ahora, la cultura, los vestigios arqueológicos se habían librado de su
castigo. Quizás excesivamente ocupados con los seres humanos no se percataron
de que el legado cultural de miles de años de antigüedad seguía expuesto de
manera indecente - en su retorcida interpretación de la fe y la realidad - en el museo de Mosul o en el yacimiento arqueológico de
Nínive. Pero eso, se acabó. En los últimos días han dado cuenta tanto de
manuscritos como de esculturas como de todo vestigio previo a la llegada de
Mahoma. Obviamente, además del movimiento propagandístico es una venganza
clara. El tercio norte de Iraq y, sobre todo, Mosul, cada vez se ve más
asediado por los kurdos y el ejército iraquí, quienes van ganando terreno día a
día a Daesh. Es sabido que se está organizando un gran ataque para expulsarlos
definitivamente de Iraq y, como todo ejército en retirada, arrasa todo
lo que encuentra a su paso. Y es que ya no se le ocurren más maneras para infligir dolor.
Vuelvo
a insistir en que ningún resto antiguo puede equipararse a la vida de una
persona pero, el patrimonio destruido tiene un valor incalculable, no sólo para
lo que queda de Iraq, y sobre todo, para los asirios que se manifiestan
herederos directos de esta civilización, sino para toda la humanidad.
Mesopotamia y todas sus civilizaciones fueron el origen de la cultura, del
progreso, del desarrollo humano. Desde el trascendental paso por el cual el ser
humano comenzó a cultivar la tierra y criar ganado hasta el inicio de la
escritura se dieron en Mesopotamia. El desarrollo de la astronomía, la
medicina, las matemáticas, la arquitectura, la ingeniería, las leyes, etc. se
iniciaron en Mesopotamia. En definitiva, lo que somos hoy, con todos sus
defectos y virtudes, deriva de aquellos ancestros. Y nuestro deber, como lo fue
el de todas las generaciones que nos precedieron y lo será de las que nos sigan
es preservar este legado para transmitirlo.
Si
había algo de lo que se enorgullecían los iraquíes, además de su hospitalidad,
sentido del humor y amor por la buena mesa era de su patrimonio cultural. Un
patrimonio cultural que había sufrido lo indecible con la invasión de 2003 y
estaba siendo objeto de un gran esfuerzo de recuperación con la ayuda
internacional. Por eso, con cada golpe a cada estatua, con cada libro
incendiado, Daesh ha abierto otra grieta más en el alma de un pueblo que ha
sufrido lo indecible y sólo quiere vivir en paz. Y, francamente, ninguno de estos canallas puede compararse, ni de lejos a lo que vale cada uno de los tesoros que han destruido, entre otros motivos, porque no pueden, siquiera ser considerados personas.
Una
vez limpiado el tercio norte de Iraq de la infestación de Daesh, sabremos si se
podrá recuperar el patrimonio destruido, pero quizás el mejor castigo que éstos
se merecen es la aplicación de una ley, tan antigua como cruel, la de
Hammurabi; “ojo por ojo, diente por diente”.
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