No me cabe duda de que son miles, decenas de miles, cientos
de miles e, incluso, millones, los que opinan que “revolver el pasado” y asumir
los malos actos que se han cometido no sirve para nada. Lo pasado, pasado está. Hay que mirar hacia delante y sacar
provecho de las oportunidades que se nos presentan. Y, casi siempre, es cierto.
Pero, hay ocasiones que intentar avanzar sin cerrar viejas heridas, hacen que
éstas se enquisten y, con el paso del tiempo, vuelvan a supurar, incluso con
más virulencia.
Sin duda, no podemos responsabilizarnos por los actos que
han cometido nuestros padres, abuelos y bisabuelos, aunque tengamos que vivir
sus consecuencias, pero, sí podemos y debemos reconocer los hechos, los
acontecimientos y sus resultados. Es nuestra obligación, primero, para con
nosotros mismos, para poder aceptar nuestra historia, nuestros orígenes y el
legado que recibimos de nuestros ancestros. En segundo lugar, para poder
transmitir a las siguientes generaciones, a nuestros hijos y nietos, el conocimiento
y que, así, puedan aprender con el ejemplo. Y, en tercer lugar, para intentar restituir la memoria, resarcir el
honor y, sobre todo, paliar, en la medida de lo posible y pese a la distancia
temporal, el dolor que las viejas heridas sin cerrar producen en el alma y en
la conciencia colectiva.
Estoy convencida de que el reconocimiento del holocausto perpetrado
contra los judíos, de manera mayoritaria aunque, conviene recordar que no
exclusiva, por parte de los nazis, constituye, aún hoy en día, un recuerdo muy
amargo para los alemanes como, también estoy convencida, de que no ha podido
paliar el dolor de los judíos. Pero, ¿qué
hubiera pasado si no se hubiera reconocido? Probablemente, los alemanes se
sentirían menos avergonzados con el recuerdo de su historia, algunos radicales,
incluso, podrían negarlo para justificar comportamientos brutales y, tal vez,
los judíos sentirían además, de la humillación del olvido, el deseo de
venganza. Todos sentimientos humanos, comprensibles aunque no deseables. Pero,
para eso están los estudios históricos, para investigar, descubrir, analizar y
dar a conocer los acontecimientos tal y como sucedieron.
Hoy, hablar de los nazis es hablar del horror, de la
sinrazón, de la locura contagiosa y de uno de los episodios más negros de la
historia contemporánea que nunca debe olvidarse y, que, por el contrario, debe
de seguir siendo objeto de un estudio detallado y una divulgación intensiva,
sobre todo, para que no vuelva a repetirse.
Pero, los nazis no fueron los que cometieron las primeras
atrocidades del siglo XX y tampoco fueron
los únicos, aunque lo parezca. Y, ello es debido, a que, frente a la activa
campaña desarrollada por los judíos para que se investigara y reconociera el
genocidio cometido contra ellos, otras comunidades no han podido, no han sabido
o no les han dejado hacerlo. Este es el caso de los armenios.
El
24 de abril se conmemorará el aciago centenario del genocidio armenio a manos
de los otomanos, un genocidio tan desconocido como
negado pero, no por ello menos real ni menos doloroso. La fecha escogida para
esta conmemoración se corresponde con la del día en que la policía otomana
entró en los domicilios y arrestó a unos 250 intelectuales y líderes armenios
que vivían en Estambul, para trasladarlos a los centros de detención de Chankri
y Ayash, cerca de Ankara, donde, la mayoría fueron ejecutados. De ahí que se le
denomine “domingo rojo”. El objetivo de esta actuación era privar a la
comunidad armenia de cualquier líder que pudiera dirigir su resistencia.
Al mes siguiente, el ministro del interior otomano, Mehmed Talat Bey, solicitó al gobierno
y al gran Visir Said Halim Pasha, la
legalización de una orden para la “relocalización y reasentamiento de los
armenios”. Esta orden se sustanciaría con la denominada “Ley Tehcir” del 29 de mayo de 1915, la cual supuso la deportación
masiva de armenios.
Armenios escoltados por tropas otomanas en su traslado a la presión de Mezireh. 1915. Fuente: Wikipedia. |
Las cortes marciales turcas de 1919 a 1920 reconocieron el
genocidio armenio pero, con la llegada de Kemal
Ataturk al poder, no sólo los condenados recibieron una amnistía sino que
el gobierno turco adoptó una política de negación que se mantiene aún hoy en
día. Esta política de negación se justifica en una multitud de argumentos pero,
sobre todo, en el excluyente
nacionalismo turco. En un estado fundado en unos principios étnicos
territoriales exclusivistas, admitir que había millones de personas habitando
ese país, cientos de años antes que ellos y, por lo tanto, con tanto derecho o
más que ellos, supondría aceptar que los fundamentos de su nación son ilegales
e históricamente manipulados.
Desde el punto de vista del gobierno otomano musulmán, el
creciente nacionalismo armenio, las revueltas que habían tenido lugar años
antes en Sasun, Zeitun y Van y la colaboración de voluntarios armenios en
algunos ejércitos rusos – en aquel momento enemigo – colocaron a los armenios
en la posición de traidores a la patria. Asimismo, según los otomanos, la ley
de deportación, se basó en una necesidad de garantizar la seguridad del
territorio en tiempos de guerra y no estaba dirigida a una comunidad concreta.
Por
otra parte, el que Turquía no haya sido formalmente acusada y condenada por un
tribunal especial constituido de acuerdo con la Convención
de las Naciones Unidas para la prevención y castigo del crimen de genocidio de
1948,
la inhabilita, según este estado, para reconocer un hecho como genocidio cuando
no ha sido judicialmente calificado como tal.
Lo cierto es que los turcos, no sólo deportaron a cientos de
miles de armenios sino que, con ayuda de algunas tribus kurdas, saquearon y
asesinaron a todos aquellos que permanecieron en los pueblos y ciudades de
Anatolia oriental. Así que, además de una limpieza étnica y religiosa, que
permitió eliminar a los armenios cristianos del territorio turco, se hicieron
con propiedades y riquezas no calculadas y, por las que no se ha pagado nada.
Llámesele genocidio o asesinato en masa, lo cierto es que los otomanos en los estertores de
su imperio aniquilaron a la comunidad armenia de Anatolia,
utilizando para tal fin a los kurdos a quienes se les alentó a colaborar en
base a la solidaridad musulmana y la obtención de un sustancioso botín. Ironías
del destino, poco después, serían los kurdos los perseguidos y masacrados por
Turquía.
Quizás los armenios, asirios, kurdos y los miembros de otras
comunidades que habitaban Anatolia a comienzos del siglo XX y que fueron
asesinados por los turcos no asciendan a los seis millones de almas que
perecieron en el holocausto, aunque seguramente alcanzan los tres millones, cifra,
de por si, escalofriante, sin embargo, se merecen el reconocimiento internacional
y, sobre todo, el de la República de Turquía, heredera de los otomanos[1].
Entre tanto, sirvan estas palabras como modesto
reconocimiento de uno de los episodios más negros de la historia del siglo XX y
de mi respeto por todas los armenios masacrados por los turcos, uno de los
grupos étnicos más crueles de la era contemporánea.
[1]
Para aquellos que desconozcan o no se crean la envergadura de esta masacre, les
recomiendo que visiten la galería de fotografías de la siguiente página web: http://www.genocide-museum.am/eng/online_exhibition_3.php
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