domingo, 19 de abril de 2015

EL GENOCIDIO ARMENIO, CIEN AÑOS DE NEGACIÓN TURCA.

No me cabe duda de que son miles, decenas de miles, cientos de miles e, incluso, millones, los que opinan que “revolver el pasado” y asumir los malos actos que se han cometido no sirve para nada. Lo pasado, pasado está. Hay que mirar hacia delante y sacar provecho de las oportunidades que se nos presentan. Y, casi siempre, es cierto. Pero, hay ocasiones que intentar avanzar sin cerrar viejas heridas, hacen que éstas se enquisten y, con el paso del tiempo, vuelvan a supurar, incluso con más virulencia.
         Sin duda, no podemos responsabilizarnos por los actos que han cometido nuestros padres, abuelos y bisabuelos, aunque tengamos que vivir sus consecuencias, pero, sí podemos y debemos reconocer los hechos, los acontecimientos y sus resultados. Es nuestra obligación, primero, para con nosotros mismos, para poder aceptar nuestra historia, nuestros orígenes y el legado que recibimos de nuestros ancestros. En segundo lugar, para poder transmitir a las siguientes generaciones, a nuestros hijos y nietos, el conocimiento y que, así, puedan aprender con el ejemplo. Y, en tercer lugar, para intentar restituir la memoria, resarcir el honor y, sobre todo, paliar, en la medida de lo posible y pese a la distancia temporal, el dolor que las viejas heridas sin cerrar producen en el alma y en la conciencia colectiva.
         Estoy convencida de que el reconocimiento del holocausto perpetrado contra los judíos, de manera mayoritaria aunque, conviene recordar que no exclusiva, por parte de los nazis, constituye, aún hoy en día, un recuerdo muy amargo para los alemanes como, también estoy convencida, de que no ha podido paliar el dolor de los judíos. Pero, ¿qué hubiera pasado si no se hubiera reconocido? Probablemente, los alemanes se sentirían menos avergonzados con el recuerdo de su historia, algunos radicales, incluso, podrían negarlo para justificar comportamientos brutales y, tal vez, los judíos sentirían además, de la humillación del olvido, el deseo de venganza. Todos sentimientos humanos, comprensibles aunque no deseables. Pero, para eso están los estudios históricos, para investigar, descubrir, analizar y dar a conocer los acontecimientos tal y como sucedieron.
         Hoy, hablar de los nazis es hablar del horror, de la sinrazón, de la locura contagiosa y de uno de los episodios más negros de la historia contemporánea que nunca debe olvidarse y, que, por el contrario, debe de seguir siendo objeto de un estudio detallado y una divulgación intensiva, sobre todo, para que no vuelva a repetirse.
         Pero, los nazis no fueron los que cometieron las primeras atrocidades del siglo XX  y tampoco fueron los únicos, aunque lo parezca. Y, ello es debido, a que, frente a la activa campaña desarrollada por los judíos para que se investigara y reconociera el genocidio cometido contra ellos, otras comunidades no han podido, no han sabido o no les han dejado hacerlo. Este es el caso de los armenios.
         El 24 de abril se conmemorará el aciago centenario del genocidio armenio a manos de los otomanos, un genocidio tan desconocido como negado pero, no por ello menos real ni menos doloroso. La fecha escogida para esta conmemoración se corresponde con la del día en que la policía otomana entró en los domicilios y arrestó a unos 250 intelectuales y líderes armenios que vivían en Estambul, para trasladarlos a los centros de detención de Chankri y Ayash, cerca de Ankara, donde, la mayoría fueron ejecutados. De ahí que se le denomine “domingo rojo”. El objetivo de esta actuación era privar a la comunidad armenia de cualquier líder que pudiera dirigir su resistencia.
         Al mes siguiente, el ministro del interior otomano, Mehmed Talat Bey, solicitó al gobierno y al gran Visir Said Halim Pasha, la legalización de una orden para la “relocalización y reasentamiento de los armenios”. Esta orden se sustanciaría con la denominada “Ley Tehcir” del 29 de mayo de 1915, la cual supuso la deportación masiva de armenios.
        
Armenios escoltados por tropas otomanas
en su traslado a la presión de Mezireh. 1915.
Fuente: Wikipedia.
Las comunidades armenias de Anatolia oriental fueron obligadas a abandonar sus hogares y a caminar hacia el sur, en dirección a Siria. La mayoría murieron en el camino, víctimas del hambre, el frío, las enfermedades y los asaltos de los saqueadores de caminos. Aunque, según las fuentes, las cifras varían, se calcula que de resultas de la aplicación de esta ley entre 1915 y 1923 murieron, al menos 1 millón de armenios. Los cálculos otomanos, sin tener en cuenta a los combatientes, reducían esta cifra a 800.000, otras la elevan a millón y medio.
         Las cortes marciales turcas de 1919 a 1920 reconocieron el genocidio armenio pero, con la llegada de Kemal Ataturk al poder, no sólo los condenados recibieron una amnistía sino que el gobierno turco adoptó una política de negación que se mantiene aún hoy en día. Esta política de negación se justifica en una multitud de argumentos pero, sobre todo, en el excluyente nacionalismo turco. En un estado fundado en unos principios étnicos territoriales exclusivistas, admitir que había millones de personas habitando ese país, cientos de años antes que ellos y, por lo tanto, con tanto derecho o más que ellos, supondría aceptar que los fundamentos de su nación son ilegales e históricamente manipulados.
         Desde el punto de vista del gobierno otomano musulmán, el creciente nacionalismo armenio, las revueltas que habían tenido lugar años antes en Sasun, Zeitun y Van y la colaboración de voluntarios armenios en algunos ejércitos rusos – en aquel momento enemigo – colocaron a los armenios en la posición de traidores a la patria. Asimismo, según los otomanos, la ley de deportación, se basó en una necesidad de garantizar la seguridad del territorio en tiempos de guerra y no estaba dirigida a una comunidad concreta.
Por otra parte, el que Turquía no haya sido formalmente acusada y condenada por un tribunal especial constituido de acuerdo con la Convención de las Naciones Unidas para la prevención y castigo del crimen de genocidio de 1948, la inhabilita, según este estado, para reconocer un hecho como genocidio cuando no ha sido judicialmente calificado como tal.
         Lo cierto es que los turcos, no sólo deportaron a cientos de miles de armenios sino que, con ayuda de algunas tribus kurdas, saquearon y asesinaron a todos aquellos que permanecieron en los pueblos y ciudades de Anatolia oriental. Así que, además de una limpieza étnica y religiosa, que permitió eliminar a los armenios cristianos del territorio turco, se hicieron con propiedades y riquezas no calculadas y, por las que no se ha pagado nada.
         Llámesele genocidio o asesinato en masa, lo cierto es que los otomanos en los estertores de su imperio aniquilaron a la comunidad armenia de Anatolia, utilizando para tal fin a los kurdos a quienes se les alentó a colaborar en base a la solidaridad musulmana y la obtención de un sustancioso botín. Ironías del destino, poco después, serían los kurdos los perseguidos y masacrados por Turquía.
         Quizás los armenios, asirios, kurdos y los miembros de otras comunidades que habitaban Anatolia a comienzos del siglo XX y que fueron asesinados por los turcos no asciendan a los seis millones de almas que perecieron en el holocausto, aunque seguramente alcanzan los tres millones, cifra, de por si, escalofriante, sin embargo, se merecen el reconocimiento internacional y, sobre todo, el de la República de Turquía, heredera de los otomanos[1].
         Entre tanto, sirvan estas palabras como modesto reconocimiento de uno de los episodios más negros de la historia del siglo XX y de mi respeto por todas los armenios masacrados por los turcos, uno de los grupos étnicos más crueles de la era contemporánea.



[1] Para aquellos que desconozcan o no se crean la envergadura de esta masacre, les recomiendo que visiten la galería de fotografías de la siguiente página web: http://www.genocide-museum.am/eng/online_exhibition_3.php

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