Empiezo
a escribir estas líneas en un creciente estado de indignación e impotencia por tanto dolor ajeno. Un estado de furia mal contenida ante la
injusticia que va cobrando fuerza a medida que transcurre el tiempo y la cifra
de muertos aumenta. Lo que todos temíamos que volviera a suceder ha tenido
lugar ayer por la noche en París. Si en junio de 2014 la nube de la brutalidad más
absoluta se cernía sobre el tercio norte de Iraq y flanco el oriental de Siria, bajo la
siniestra bandera de un grupo de criminales que se autodenominaban el Estado
Islámico de Iraq y Levante, en 2015, Francia ha tenido que sufrir en, al menos,
tres ocasiones, y Dinamarca una, los nubarrones de algunos de sus desnortados acólitos.
Porque,
aunque haya sido París la golpeada ayer, el efecto es para todos nosotros, para
los europeos, para los occidentales, para los defensores de la ley y la libertad, de los
derechos del individuo y la laicidad donde quiera que nos encontremos y cualquiera que sea nuestra raza o color. Y es que los atentados del viernes 13, no
trataban de perjudicar a un solo país, a un solo pueblo, sino de causar un
efecto de terror, de inseguridad, de fracaso global ante unos criminales que se
camuflan como sabandijas en el seno de las sociedades que les han acogido.
Pero, lo único que han logrado es un dolor intenso y callado y una
determinación para frenar un fenómeno que se encuentra en franco retroceso. Porque,
aunque no lo parezca, Daesh está siendo reducido y empujado desde muy diversos
frentes y, por fortuna, está perdiendo terreno tanto en Iraq como en Siria.
Sin ir más lejos, esta semana las fuerzas conjuntas de los
kurdos y la oposición siria han logrado liberar la región de Sinyar, al norte
de Iraq, hogar de los yezidíes, tras más de 460 días de ocupación por parte de
Daesh. La ciudad de Shengal, capital de la región se encuentra bajo protección
kurda y se espera que el avance de estas tropas permita llegar a liberar la ciudad
de Mosul, la segunda más importante de Iraq. Los bombardeos de los rusos y los
occidentales están mermando la fuerza y la moral de Daesh en Siria, si bien
todavía resisten bien pertrechados. Sus efectivos, aún cuando se cuentan por
millares son muy inferiores a lo que cabría esperar de un autodenominado
ejército y su fuerza radica en la división y debilidad del enemigo y el terror
que instilan en sus actuaciones. Un enemigo como el ejército iraquí, un montaje
de pacotilla en el que sus líderes no accedieron por méritos y experiencia en
una carrera militar sino mediante el pago de sobornos y otro como el ejército sirio
enfrascado en una guerra fratricida. Y un terror que ha sabido instilar gracias
a una impecable campaña, sobre todo, en internet.
Por ello, no cabe darle más mérito a los líderes de Daesh
que el de haber aprovechado el momento y el territorio en una burda estrategia
con los días contados. Eso sí, una estrategia que se ha cobrado miles de
víctimas inocentes. El hecho de que hayan podido cometer atentados terroristas
en Europa, sobre todo, en Francia no puede atribuirse a una especial capacidad
de desarrollo militar sino a una eficacia en el reclutamiento de ejecutores
engañados con la falsa promesa de una causa justa y el paraíso y la existencia
de una gran red de cooperantes voluntarios con conocimiento sobre el terreno.
Más de uno afirma que la guerra que se está librando contra
el terrorismo, que la participación occidental en Siria e Iraq no va con ellos.
Más de uno defiende que las intervenciones occidentales se han realizado para
beneficiar a un determinado grupo social en contra de la voluntad mayoritaria
de las poblaciones. Más de uno asegura que debíamos de salir de todos estos
avisperos y encastillarnos en la comodidad de nuestros hogares, ciudades y
países. Y no seré yo quien les quite la razón. Si ahora mismo, los países
occidentales, fundamentalmente, los de la Unión Europea y Estados Unidos, se
encuentran en alerta máxima no es, sino la consecuencia, de nefastas actuaciones
llevadas a cabo hace décadas, de conflictos irresolutos, de injusticias
enraizadas y de agravios pendientes.
Pero, también el estallido del fanatismo islamista es el
resultado de la manipulación interesada de algunos elementos radicales y otros
avariciosos, dentro de las comunidades árabes y musulmanas de Oriente Próximo
así como de los acontecimientos que se han ido desarrollando desde el último
tercio del siglo XX y principios del XXI. El terrorismo islamista es la
consecuencia de la voluntad de algunos de hacerse con el poder en una región
compartimentada en estados inventados y mantenidos a base del uso de la fuerza
y del sueño de otros por recuperar un pasado imaginado de gloria califal. Un
deseo que se ha alimentado de la insatisfacción de masas sin esperanza y su
manipulación ideológica. Una manipulación que, obviamente, ha encontrado un
enorme caldo de cultivo entre los millones de desfavorecidos del Magreb,
Oriente Próximo y, también Oriente Medio. Una manipulación que se ha
beneficiado de la cortedad de miras de los líderes políticos de estos países
quienes, en lugar de intentar desarrollar sus sociedades y fomentar la
pluralidad ideológica que permitiera a las mismas evolucionar hacia las
democracias, decidieron establecer estados dictatoriales con el apoyo del
estamento militar y las élites económicas, sostenidas a base de oprimir,
silenciar y torturar a los disidentes de cualquier ámbito. Y todo ello con la
callada aquiescencia de occidente, ávida de petróleo y sin ganas de afrontar
inseguridades en estos países.
Trasladar la guerra fría a Afganistán, dejar sin resolver el
conflicto en este páramo y permitir que los veteranos regresaran para
encontrarse en sus países de origen las mismas injusticias que habían dejado al
irse fue un grave error, permitir que los desaguisados de sátrapas como Saddam
Hussein, Hafed al Asad, Muamar al Gadafi o Hosni Mubarak continuaran sin
solución fue una terrible torpeza, volver a Afganistán e invadir Iraq el sumun
de la ignorancia.
Hoy pagamos esos errores no solucionados en el corazón de
nuestras calles. Hollande ha definido la cadena de atentados en París como una
declaración de guerra, yo creo que sólo es un capítulo de la escalada de una
guerra que hace años que empezó y que, por desgracia, seguirá “in crescendo”
sino somos capaces de unirnos y apoyar a aquellos que llevan tanto tiempo
luchando por liberar a Oriente Próximo de la ignorancia, el fanatismo y la
pobreza desde muy diversos ámbitos. Y luchar no sólo significa combatir con
armas, que por desgracia son necesarias, sino con el pensamiento y la palabra.
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