domingo, 15 de noviembre de 2015

DE SINYAR A PARÍS, LA GUERRA CONTRA EL TERROR.

Empiezo a escribir estas líneas en un creciente estado de indignación e impotencia por tanto dolor ajeno. Un estado de furia mal contenida ante la injusticia que va cobrando fuerza a medida que transcurre el tiempo y la cifra de muertos aumenta. Lo que todos temíamos que volviera a suceder ha tenido lugar ayer por la noche en París. Si en junio de 2014 la nube de la brutalidad más absoluta se cernía sobre el tercio norte de Iraq y flanco el oriental de Siria, bajo la siniestra bandera de un grupo de criminales que se autodenominaban el Estado Islámico de Iraq y Levante, en 2015, Francia ha tenido que sufrir en, al menos, tres ocasiones, y Dinamarca una, los nubarrones de algunos de sus desnortados acólitos.

         Porque, aunque haya sido París la golpeada ayer, el efecto es para todos nosotros, para los europeos, para los occidentales, para los defensores de la ley y la libertad, de los derechos del individuo y la laicidad donde quiera que nos encontremos y cualquiera que sea nuestra raza o color. Y es que los atentados del viernes 13, no trataban de perjudicar a un solo país, a un solo pueblo, sino de causar un efecto de terror, de inseguridad, de fracaso global ante unos criminales que se camuflan como sabandijas en el seno de las sociedades que les han acogido. Pero, lo único que han logrado es un dolor intenso y callado y una determinación para frenar un fenómeno que se encuentra en franco retroceso. Porque, aunque no lo parezca, Daesh está siendo reducido y empujado desde muy diversos frentes y, por fortuna, está perdiendo terreno tanto en Iraq como en Siria.


         Sin ir más lejos, esta semana las fuerzas conjuntas de los kurdos y la oposición siria han logrado liberar la región de Sinyar, al norte de Iraq, hogar de los yezidíes, tras más de 460 días de ocupación por parte de Daesh. La ciudad de Shengal, capital de la región se encuentra bajo protección kurda y se espera que el avance de estas tropas permita llegar a liberar la ciudad de Mosul, la segunda más importante de Iraq. Los bombardeos de los rusos y los occidentales están mermando la fuerza y la moral de Daesh en Siria, si bien todavía resisten bien pertrechados. Sus efectivos, aún cuando se cuentan por millares son muy inferiores a lo que cabría esperar de un autodenominado ejército y su fuerza radica en la división y debilidad del enemigo y el terror que instilan en sus actuaciones. Un enemigo como el ejército iraquí, un montaje de pacotilla en el que sus líderes no accedieron por méritos y experiencia en una carrera militar sino mediante el pago de sobornos y otro como el ejército sirio enfrascado en una guerra fratricida. Y un terror que ha sabido instilar gracias a una impecable campaña, sobre todo, en internet.

         Por ello, no cabe darle más mérito a los líderes de Daesh que el de haber aprovechado el momento y el territorio en una burda estrategia con los días contados. Eso sí, una estrategia que se ha cobrado miles de víctimas inocentes. El hecho de que hayan podido cometer atentados terroristas en Europa, sobre todo, en Francia no puede atribuirse a una especial capacidad de desarrollo militar sino a una eficacia en el reclutamiento de ejecutores engañados con la falsa promesa de una causa justa y el paraíso y la existencia de una gran red de cooperantes voluntarios con conocimiento sobre el terreno.

         Más de uno afirma que la guerra que se está librando contra el terrorismo, que la participación occidental en Siria e Iraq no va con ellos. Más de uno defiende que las intervenciones occidentales se han realizado para beneficiar a un determinado grupo social en contra de la voluntad mayoritaria de las poblaciones. Más de uno asegura que debíamos de salir de todos estos avisperos y encastillarnos en la comodidad de nuestros hogares, ciudades y países. Y no seré yo quien les quite la razón. Si ahora mismo, los países occidentales, fundamentalmente, los de la Unión Europea y Estados Unidos, se encuentran en alerta máxima no es, sino la consecuencia, de nefastas actuaciones llevadas a cabo hace décadas, de conflictos irresolutos, de injusticias enraizadas y de agravios pendientes.

         Pero, también el estallido del fanatismo islamista es el resultado de la manipulación interesada de algunos elementos radicales y otros avariciosos, dentro de las comunidades árabes y musulmanas de Oriente Próximo así como de los acontecimientos que se han ido desarrollando desde el último tercio del siglo XX y principios del XXI. El terrorismo islamista es la consecuencia de la voluntad de algunos de hacerse con el poder en una región compartimentada en estados inventados y mantenidos a base del uso de la fuerza y del sueño de otros por recuperar un pasado imaginado de gloria califal. Un deseo que se ha alimentado de la insatisfacción de masas sin esperanza y su manipulación ideológica. Una manipulación que, obviamente, ha encontrado un enorme caldo de cultivo entre los millones de desfavorecidos del Magreb, Oriente Próximo y, también Oriente Medio. Una manipulación que se ha beneficiado de la cortedad de miras de los líderes políticos de estos países quienes, en lugar de intentar desarrollar sus sociedades y fomentar la pluralidad ideológica que permitiera a las mismas evolucionar hacia las democracias, decidieron establecer estados dictatoriales con el apoyo del estamento militar y las élites económicas, sostenidas a base de oprimir, silenciar y torturar a los disidentes de cualquier ámbito. Y todo ello con la callada aquiescencia de occidente, ávida de petróleo y sin ganas de afrontar inseguridades en estos países.

         Trasladar la guerra fría a Afganistán, dejar sin resolver el conflicto en este páramo y permitir que los veteranos regresaran para encontrarse en sus países de origen las mismas injusticias que habían dejado al irse fue un grave error, permitir que los desaguisados de sátrapas como Saddam Hussein, Hafed al Asad, Muamar al Gadafi o Hosni Mubarak continuaran sin solución fue una terrible torpeza, volver a Afganistán e invadir Iraq el sumun de la ignorancia.

         Hoy pagamos esos errores no solucionados en el corazón de nuestras calles. Hollande ha definido la cadena de atentados en París como una declaración de guerra, yo creo que sólo es un capítulo de la escalada de una guerra que hace años que empezó y que, por desgracia, seguirá “in crescendo” sino somos capaces de unirnos y apoyar a aquellos que llevan tanto tiempo luchando por liberar a Oriente Próximo de la ignorancia, el fanatismo y la pobreza desde muy diversos ámbitos. Y luchar no sólo significa combatir con armas, que por desgracia son necesarias, sino con el pensamiento y la palabra.


No hay comentarios:

Publicar un comentario