lunes, 28 de marzo de 2016

BRUSELAS, ISKANDERÍA, LAHORE... LUCHANDO CONTRA EL TERROR.

Cuando se da a conocer la noticia de que ha tenido lugar un atentado terrorista lo primero que preocupa es saber si la familia y los amigos están bien. Yo no tengo familia en Bélgica pero sí una amiga y toda su familia, pese a ello, dada la movilidad actual de las personas y sabiendo cuán viajeros son mis parientes no pude evitar hacer unas llamadas para asegurarme. Mi familia bien, mi amiga y su familia bien. Uf, respiras y entonces te giras para buscar compatriotas… algún herido, algún desaparecido, hasta ahora una fallecida confirmada. Y la tristeza se adueña de tu corazón. Después empiezas a descubrir la magnitud de la tragedia con las cifras de víctimas y heridos y el recuerdo del dolor por lo ocurrido hace doce años en Madrid, hace once en Londres, hace unos meses en París oscurece todo con un manto negro de incomprensión, de dolor, de rabia, de impotencia.


        El terrorismo nos golpea con saña y lo peor de nuestros sentimientos aflora sin control. En España, por desgracia, lo sabemos muy bien. Cinco décadas viviendo bajo la incertidumbre del terrorismo etarra y su reguero de sangre y violencia. A pesar de estar curtidos, la brutal bofetada recibida con los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid superó, con creces, nuestras peores pesadillas. Nada nos había preparado para ello y la consternación nos dejó a todos en estado de shock. Desde entonces, hemos aprendido mucho sobre solidaridad, sobre el trabajo en equipo, sobre seguridad y sobre alerta. Cierto que la aprensión que se palpaba al poco de que hubieran tenido lugar los atentados ha ido disminuyendo pero, aún es fácil percibir cierta desconfianza hacia quien, por ejemplo, porta una maleta aún cuando se encuentre en el metro que va o viene al aeropuerto de Madrid. Ya nadie protesta por los fuertes controles en los aeropuertos ni se molesta por la presencia policial, al contrario, verles tranquiliza, reconforta y, en cierta medida, da seguridad, aunque somos conscientes de que ésta no existe cuando, ahí fuera, late el odio de una causa mal justificada. Y el espejismo de la seguridad salta por los aires siempre con la barbarie de otro golpe sangriento.

         El primer atentado de Bruselas me pilló de camino al aeropuerto y quizás, por ello y porque tuve que afrontar una jornada maratoniana desconectada del móvil y cualquier forma de información tardé un día en ser consciente de la magnitud de la tragedia. Aunque, debo confesar que no me sorprendió. Por desgracia, Bélgica se ha posicionado en el centro del huracán tras los atentados del 13 de noviembre en París y la constatación de que quienes los habían cometido provenían de ese país. Las bombas detonadas en el aeropuerto de Zaventem y en la estación de metro de Maelbeek corroboraron esa conexión de la manera más cruel posible. Pero, los atentados de Bruselas han puesto de manifiesto muchas cosas más, algunas de las que ya éramos conscientes y otras tan manifiestas que las habíamos pasado por alto.

         Lo primero que hemos constatado es que la permisividad basada en el respeto y la tolerancia a las costumbres del otro ha sido capitalizada por elementos fanáticos o fanatizados para promover el enraizamiento de células terroristas yihadistas en el corazón de la capital de Bélgica y capital de Europa. Molenbeek, el barrio multicultural, ha saltado a la palestra por ser el lugar de residencia y acogida de Abdeslam uno de los terroristas que participaron en los ataques de París del 13 de noviembre pasado y algunos de sus seguidores. Por mucho que sus vecinos afirmen que su barrio no es un nido de yihadistas, el tejido familiar y de apoyo que ha permitido a Abdeslam esquivar la acción policial en cuatro meses lo desmiente. Conscientes o no de quienes son sus vecinos, los habitantes de Molenbeek tienen que reconocer que algunos de los detenidos más peligrosos están directamente vinculados a su barrio.

         Lo segundo es que el fracaso de las políticas de integración, que no significan asimilación pero sí aceptación de que se deben asumir al máximo las peculiaridades de los países de acogida ha derivado en la creación de “guettos” donde el respeto al culto ha creado verdaderos nidos yihadistas en las mezquitas, algunas de ellas clandestinas. Cierto que la globalización alienta el intercambio cultural y racial pero también debiera permitir una integración pacífica y no la segregación reaccionaria. Obviamente hemos fracasado en ello.

         Lo tercero es que, aún cuando los terroristas tienen orígenes diferentes, la mayoría proceden de Marruecos y Argelia. La francofonía y la vinculación histórica entre Francia y los países del norte de África fomentaron la migración masiva hacia Europa. El que la mayoría de los terroristas tengan su origen familiar en Marruecos y Argelia evidencian que las fluidas relaciones diplomáticas y a alto nivel con Francia y Bélgica no se han trasladado hacia los hijos y nietos de los primeros emigrantes.

Pese a haber disfrutado de todos los privilegios que les ha brindado el haber nacido en Europa no se sienten europeos ni ciudadanos integrados. Si la discriminación existe su auto-exclusión la refuerza. El fracaso personal se ha proyectado contra quienes consideran culpables históricos de la falta de libertades y pobreza de sus países de origen a su vez causa de la migración forzosa. No les falta razón pero el paso del tiempo, obviamente, no permite hacer recaer en actuaciones pasadas la responsabilidad total sobre la situación actual. Por otra parte, su vinculación con sus países de origen hacen cuestionar la eficacia de la colaboración de los servicios de inteligencia marroquíes y argelinos con los europeos. Debemos poner en tela de juicio el apoyo de estos servicios de información a Europa y ser conscientes de la magnitud de su servidumbre a intereses dirigidos por países de la Península Arábiga.

         Lo cuarto es que, al menos, las fuerzas de seguridad belgas han dejado mucho que desear en cuanto a previsión, eficacia y coordinación. No sólo no detectaron la existencia de células yihadistas en el seno de su capital ni sus movimientos antes de atentar en París - o si lo hicieron no supieron prever el desenlace ni lo comunicaron debidamente - sino que el manejo de las investigaciones posteriores ha sido deficiente. Ni que decir tiene que tras la desorganización policial se halla, sin duda, una más que cuestionable gestión política. Como consecuencia de ello, no se previó que la detención de Abdeslam pudiera ser el detonante de otro atentado terrorista, como así ha sido. La ecuación está clara: un yihadista por decenas de víctimas inocentes. Una forma de amenaza que tiene por objetivo frenar y reducir la actividad policial. Pero, la sucesión de errores, la ineficaz gestión de las investigaciones antes y después de los atentados de París, la inacción derivada de la diversidad de administraciones en Bruselas, y una sucesión más de cuestiones que no voy a relatar para no ser demasiado prolija han puesto en evidencia el peligro que Bélgica supone para la seguridad de toda Europa.

         Y es este el punto con el cual quisiera cerrar este comentario. El terrorismo islamista es una amenaza global, real y candente. El terrorismo nos afecta a todos, occidentales y orientales. No podemos olvidar que tres días después de los atentados de Bruselas, un suicida se inmoló en la localidad iraquí de Iskandería provocando más muertos y heridos y que ayer otro ocasionó una masacre entre los cristianos de Lahore en Pakistán. Y como consecuencia de ello, es evidente que sólo podremos enfrentarnos eficazmente a él actuando de manera conjunta y coordinada. Cuanto mayor sea la colaboración, cuanta más información se comparta, cuantos más seguimientos, vigilancias e investigaciones se lleven de manera coordinada entre los cuerpos y fuerzas de seguridad de Europa y el resto del mundo, mayor serán nuestras opciones para impedir que se produzcan más atentados. Nuestra desunión es su ventaja y no podemos permitírnoslo.



         El miedo, el falso respeto y no intromisión en los barrios y lugares de reunión de los islamistas, la falta de apoyo de las comunidades musulmanas son el caldo de cultivo perfecto para los terroristas. Achacar la responsabilidad de su existencia, única y exclusivamente, a las nefastas políticas occidentales es negar la implicación de los países árabes que financian y alientan el terrorismo y a la incapacidad de sus gobernantes para evolucionar a estados democráticos más justos e igualitarios. El círculo del silencio y la inacción permiten que se muevan a su antojo. Todos somos responsables y todos podemos ayudar. Hagamos todo lo posible para que no se vuelvan a repetir y comencemos por sumar esfuerzos y restar intereses partidarios.

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