Cuando se da a conocer la noticia de que ha tenido lugar un atentado terrorista lo
primero que preocupa es saber si la familia y los amigos están bien. Yo no
tengo familia en Bélgica pero sí una amiga y toda su familia, pese a ello, dada
la movilidad actual de las personas y sabiendo cuán viajeros son mis parientes
no pude evitar hacer unas llamadas para asegurarme. Mi familia bien, mi amiga y
su familia bien. Uf, respiras y entonces te giras para buscar compatriotas… algún
herido, algún desaparecido, hasta ahora una fallecida confirmada. Y la tristeza
se adueña de tu corazón. Después empiezas a descubrir la magnitud de la
tragedia con las cifras de víctimas y heridos y el recuerdo del dolor por lo
ocurrido hace doce años en Madrid, hace once en Londres, hace unos meses en
París oscurece todo con un manto negro de incomprensión, de dolor, de rabia, de impotencia.
El terrorismo nos golpea con saña y lo peor de nuestros sentimientos aflora sin control. En España, por desgracia, lo
sabemos muy bien. Cinco décadas viviendo bajo la incertidumbre del terrorismo
etarra y su reguero de sangre y violencia. A pesar de estar curtidos, la brutal
bofetada recibida con los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid superó,
con creces, nuestras peores pesadillas. Nada nos había preparado para ello y la
consternación nos dejó a todos en estado de shock. Desde entonces, hemos
aprendido mucho sobre solidaridad, sobre el trabajo en equipo, sobre seguridad
y sobre alerta. Cierto que la aprensión que se palpaba al poco de que hubieran
tenido lugar los atentados ha ido disminuyendo pero, aún es fácil percibir
cierta desconfianza hacia quien, por ejemplo, porta una maleta aún cuando se
encuentre en el metro que va o viene al aeropuerto de Madrid. Ya nadie protesta
por los fuertes controles en los aeropuertos ni se molesta por la presencia
policial, al contrario, verles tranquiliza, reconforta y, en cierta medida, da
seguridad, aunque somos conscientes de que ésta no existe cuando, ahí fuera, late
el odio de una causa mal justificada. Y el espejismo de la seguridad salta por
los aires siempre con la barbarie de otro golpe sangriento.
El primer atentado de Bruselas me pilló
de camino al aeropuerto y quizás, por ello y porque tuve que afrontar una
jornada maratoniana desconectada del móvil y cualquier forma de información
tardé un día en ser consciente de la magnitud de la tragedia. Aunque, debo
confesar que no me sorprendió. Por desgracia, Bélgica se ha posicionado en el
centro del huracán tras los atentados del 13 de noviembre en París y la
constatación de que quienes los habían cometido provenían de ese país. Las bombas detonadas en el aeropuerto de Zaventem y en la estación
de metro de Maelbeek corroboraron
esa conexión de la manera más cruel posible. Pero, los atentados de Bruselas
han puesto de manifiesto muchas cosas más, algunas de las que ya éramos
conscientes y otras tan manifiestas que las habíamos pasado por alto.
Lo primero que hemos constatado es que
la permisividad basada en el respeto y la tolerancia a las costumbres del otro
ha sido capitalizada por elementos fanáticos o fanatizados para promover el enraizamiento
de células terroristas yihadistas en el corazón de la capital de Bélgica y
capital de Europa. Molenbeek, el barrio multicultural, ha saltado a la palestra por ser el lugar
de residencia y acogida de Abdeslam uno de los terroristas que participaron en los ataques de París
del 13 de noviembre pasado y algunos de sus seguidores. Por mucho que sus
vecinos afirmen que su barrio no es un nido de yihadistas, el tejido
familiar y de apoyo que ha permitido a Abdeslam esquivar la acción policial en
cuatro meses lo desmiente. Conscientes o no de quienes son sus vecinos, los
habitantes de Molenbeek tienen que reconocer que algunos de los detenidos más
peligrosos están directamente vinculados a su barrio.
Lo segundo es que el fracaso de las
políticas de integración, que no significan asimilación pero sí aceptación de
que se deben asumir al máximo las peculiaridades de los países de acogida ha
derivado en la creación de “guettos” donde el respeto al culto ha creado
verdaderos nidos yihadistas en las mezquitas, algunas de ellas clandestinas. Cierto
que la globalización alienta el intercambio cultural y racial pero también
debiera permitir una integración pacífica y no la segregación reaccionaria. Obviamente
hemos fracasado en ello.
Lo tercero es que, aún cuando los
terroristas tienen orígenes diferentes, la
mayoría proceden de Marruecos y Argelia. La
francofonía y la vinculación histórica entre Francia y los países del norte de África
fomentaron la migración masiva hacia Europa. El que la mayoría de los
terroristas tengan su origen familiar en Marruecos y Argelia evidencian que las
fluidas relaciones diplomáticas y a alto nivel con Francia y Bélgica no se han
trasladado hacia los hijos y nietos de los primeros emigrantes.
Pese a haber disfrutado de todos los privilegios que les ha
brindado el haber nacido en Europa no se sienten europeos ni ciudadanos
integrados. Si la discriminación existe su auto-exclusión la refuerza. El
fracaso personal se ha proyectado contra quienes consideran culpables
históricos de la falta de libertades y pobreza de sus países de origen a su vez
causa de la migración forzosa. No les falta razón pero el paso del tiempo,
obviamente, no permite hacer recaer en actuaciones pasadas la responsabilidad
total sobre la situación actual. Por otra parte, su vinculación con sus países
de origen hacen cuestionar la eficacia de la colaboración de los servicios de
inteligencia marroquíes y argelinos con los europeos. Debemos poner en tela
de juicio el apoyo de estos servicios de información a Europa y ser conscientes
de la magnitud de su servidumbre a intereses dirigidos por países de la
Península Arábiga.
Lo cuarto es que, al menos, las
fuerzas de seguridad belgas han dejado mucho que desear en cuanto a previsión,
eficacia y coordinación. No sólo no detectaron la existencia de células
yihadistas en el seno de su capital ni sus movimientos antes de atentar en París - o si lo hicieron no supieron prever el desenlace ni lo comunicaron debidamente - sino que el manejo de las investigaciones posteriores ha sido deficiente. Ni
que decir tiene que tras la desorganización policial se halla, sin duda, una más
que cuestionable gestión política. Como consecuencia de ello, no se previó
que la detención de Abdeslam pudiera ser el detonante de otro atentado
terrorista, como así ha sido. La ecuación está clara: un yihadista por decenas
de víctimas inocentes. Una forma de amenaza que tiene por objetivo frenar y
reducir la actividad policial. Pero, la sucesión de errores, la ineficaz
gestión de las investigaciones antes y después de los atentados de París, la
inacción derivada de la diversidad de administraciones en Bruselas, y una
sucesión más de cuestiones que no voy a relatar para no ser demasiado prolija
han puesto en evidencia el peligro que Bélgica supone para la seguridad de toda
Europa.
Y es este el punto con el cual quisiera
cerrar este comentario. El terrorismo
islamista es una amenaza global, real y candente. El terrorismo nos afecta a
todos, occidentales y orientales. No
podemos olvidar que tres días después de los atentados de Bruselas, un suicida
se inmoló en la localidad iraquí de Iskandería provocando más muertos y heridos
y que ayer otro ocasionó una masacre entre los cristianos de Lahore en
Pakistán. Y como consecuencia de ello, es evidente que sólo podremos
enfrentarnos eficazmente a él actuando de manera conjunta y coordinada. Cuanto
mayor sea la colaboración, cuanta más información se comparta, cuantos más
seguimientos, vigilancias e investigaciones se lleven de manera coordinada
entre los cuerpos y fuerzas de seguridad de Europa y el resto del mundo, mayor
serán nuestras opciones para impedir que se produzcan más atentados. Nuestra
desunión es su ventaja y no podemos permitírnoslo.
El miedo, el falso respeto y no
intromisión en los barrios y lugares de reunión de los islamistas, la falta de
apoyo de las comunidades musulmanas son el caldo de cultivo perfecto para los
terroristas. Achacar la responsabilidad de su existencia, única y
exclusivamente, a las nefastas políticas occidentales es negar la implicación
de los países árabes que financian y alientan el terrorismo y a la incapacidad
de sus gobernantes para evolucionar a estados democráticos más justos e
igualitarios. El círculo del silencio y la inacción permiten que se muevan a su
antojo. Todos somos responsables y todos podemos ayudar. Hagamos todo lo
posible para que no se vuelvan a repetir y comencemos por sumar esfuerzos y
restar intereses partidarios.
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